La edad de las bestias

Capítulo 30 - Infieles (Phillia)

Aluna era muy amable y servicial. Una vez se hubo calmado le ofreció toda clase de comodidades para que estuviera a gusto. Phillia no quería ser una molestia, así que rechazó todo a excepción de una taza de té caliente y unas galletas que ella misma había preparado para no ofenderla. Lo cierto es que estaban deliciosas.

En lo que la elfa calentaba el agua, Phillia analizó la casa de Wander con detenimiento. No estaba especialmente decorada y lo poco que había supuso que era obra de Aluna. Todas las ventanas tenían fuertes barrotes de hierro y las puertas tenían doble cierre. Escapar de allí era prácticamente imposible y entrar tampoco. A Phillia le pareció más una cárcel que una casa, solo que si decidía creer a Aluna era más bien sobreprotección.

La historia de la elfa había logrado conmoverla. Los mercaderes ambulantes que llegaban a Borean contaban horrorizados como los elfos se subastaban como ganado en la plaza de la ciudad. La primera vez que lo oyó supuso que el tipejo estaba exagerando. Cuando no podía contar con los dedos de la mano los mercaderes que habían hablado del tema tuvo que aceptar la cruda realidad. No obstante, gracias a ello pudo mantenerse entera cuando Aluna le explicó como fue arrastrada a un escenario de madera para ser expuesta como un producto. Esperaba que la elfa no se diera cuenta, pero sufrió náuseas, mareos y sudores fríos de solo imaginarlo. El sufrimiento gratuito de otros seres la ponía en un estado de rabia difícil de gestionar.

Todavía no había decidido que pensar de Wander: si se trataba de un héroe sin capa o un salido más de Calathra. Debía reconocer que, tras viajar con él, la segunda opción no le favorecía nada en absoluto. No solo por su personalidad, sino por sus acciones. En todo caso, Phillia sabía bien que las apariencias muchas veces engañaban.

Mientras esperaba a que el líquido se enfriase para poder beberlo, estuvo dándole vueltas a la advertencia que le dio Aluna para evitar que quisiera salir de allí. Era fácil imaginar que para los hombretones de Calathra era chocante ver a una mujer guerrera, pero sabía que en Calathra eran fieles a Kudos, más que otras regiones. Por ello le extrañó que afirmase que las religiones no eran bienvenidas y eso le generaba una potente inquietud. Ardía en deseos de conocer el templo de Kudos, la cuestión era como salir de allí. Solo se le ocurrían dos opciones: convencer a Aluna o noquearla. Lo segundo no estaba en sus planes.

—¿Hay iglesia en Corgia? —interrogó Phillia dejando la taza en una mesita baja. Sabía que sí, pero quería tirar de la lengua a Aluna.

—Había —respondió Aluna entristecida—, pero hace años el gobernador la derrumbó cuando decretó que Calathra pasaba a ser un estado ateo.

La simple idea de que un monumento, como el legendario templo de Kudos, se hubiera destruido aberraba a Phillia tanto que su respiración se aceleró y el té de su taza empezó a derramarse con el temblor de su mano. Era conocedora de la adversión a la religión del gobernador Lurtz Viper, pero no le creía capaz de realizar semejante acto terrorista.

—Lo siento —empatizó Aluna poniendo su mano sobre la rodilla izquierda de Phillia, la que dejó de agitarse en ese instante—. Como elfa también creo en los antiguos dioses y me pareció una atrocidad.

—Es más que eso. —Phillia apretaba el puño cada vez más. Miró a su arco instintivamente.

—No es una buena idea —advirtió Aluna—. Si sales te expones al peligro y si encima vas a las ruinas de la iglesia será peor.

Su mente no entendía de peligro en ese momento. Aunque se plantara todo el ejército de Corgia, ella iría del mismo modo a ver con sus propios ojos esa barbarie. Su deseo de ir se acababa de convertir en una obsesión y nada podría parar a Phillia.

—Necesito verlo con mis propios ojos —decretó poniéndose en pie de manera impulsiva—. Déjame salir, por favor, Aluna.

La elfa miraba a Phillia con melancolía y terror, pero Phillia detectó duda en sus ojos. Aluna tenía capacidad propia de decisión, lo cual daba credibilidad a su versión. Esa situación hacía que se posicionara del lado de creer que Wander de verdad era una buena persona.

—Aluna, por favor —insistió.

—No sé… —Aluna miraba a todas partes menos a Phillia y comenzó a jugar con la tela de su vestido—. Sé que no nos conocemos, pero no quiero que te pase nada. Wander te ha traído aquí y eso no lo hace con cualquiera… Significa que te aprecia.

La última afirmación pilló a Phillia con la guardia baja. En ningún instante podía imaginar que Wander la pudiera apreciar, pero si él protegía tan bien a Aluna era una posibilidad viable. De cualquier modo, necesitaba verlo con sus propios ojos.

—Si Wander regresa dile donde estoy y que intentaste detenerme. —Phillia se colocó su capucha e intentó esconder lo mejor que pudo su melena—. Intentaré que nadie me pare y seré rápida.

Aluna dudó un poco más, pero terminó recuperando la llave de su escote, se acercó a la cerradura y en nada la puerta estaba abierta.

—Ten muchísimo cuidado —rogó Aluna abrazando a Phillia, la cual se encogió como si no se lo esperase—. Las ruinas de la iglesia siguen en la plaza central, justo donde comienza el mercado. Evita los caminos principales, cuando salgas de la casa ve pegada a la pared por la izquierda, cruza y sigue de frente entre las casas. Desde ahí ve hasta el final, sigue hacia la derecha, luego a la izquierda, camina pasando tres callejones y vuelve a girar a la izquierda. Continúa dos casas más, gira a la derecha y sigue de frente… Llegarás a la plaza y con suerte nadie te parará por el camino.



#967 en Fantasía
#1438 en Otros
#82 en Aventura

En el texto hay: fantasia, aventura, dioses antiguos

Editado: 15.11.2024

Añadir a la biblioteca


Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.