Un día después de que Wander, Phillia y Aluna huyesen de Corgia…
La brisa marina acariciaba su larga cabellera rubia haciendo que brillara con los rayos del sol. Estar apoyado en la barandilla de madera del muelle de Follhim con una jarra de cerveza vacía no era lo que esperaba hacer un día como aquel. Su corazón le pedía navegar a gritos, solo que sabía que era imposible en ese momento, así que lo mejor era ahogarlo en alcohol.
No tenía suficientes dedos en sus manos para contar los días que llevaban confinados en ese puerto aburrido y no era el único que se estaba impacientando. El resto de los hombres y mujeres de la tripulación estaban cansados de estar borrachos y algunos estaban empezando a optar por la sobriedad. Lo cual era un acto de gravedad dadas las circunstancias.
En cualquier caso, si algo le preocupaba, por encima de todo, era el estado mental de la capitana, la cual llevaba días encerrada en una habitación de la posada. Sujetando con ambos brazos varias botellas de ron, arrendó solo para ella una estancia y se cerró con llave para que la dejasen en paz. La situación era desesperada, Saeros debía reconocerlo, pero si ella no hacía nada por finiquitar el problema nadie más lo haría. Eso solo causaba que ya le doliera el ceño de tenerlo arrugado todo el día.
—Primer oficial, Saeros. ¿Hay noticias de la capitana?
—Si las hubiera… ¿Crees que seguiríamos aquí parados sin hacer nada? —respondió Saeros lanzando la jarra al grumete ebrio que acaba de hablarle para importunarle—. Estúpidos…
Se sentía perdido y rodeado de imbéciles que eran incapaces de respirar sin una orden previa. Tener que escuchar las protestas era otra de las muchas torturas que se estaba viendo forzado a soportar a diario. Otra consistía en las burlas y las sonrisas malintencionadas de los soldados de la ciudad. Una cosa era robar su barco y otra muy diferente mofarse de ello varias veces al día. De por sí, odiaba Calathra por muchas razones, esa vivencia solo hacía que se agravase aún más.
Semanas atrás arribaron a Follhim huyendo de un temporal y para reponer provisiones. Cuando tuvieron el navío cargado y listo para partir, la guardia de Follhim lo requisó mientras bebían en la taberna del muelle este, alegando que el Mar de la frontera se había vuelto peligroso. La excusa era la de proteger a los marineros insolentes que se lanzasen a la mar. Todo eso estaba muy bien, para barcos pesqueros o comerciantes, pero ellos eran piratas y se reían con fiereza del peligro.
La situación del mar había empeorado, eso era cierto. Saeros conocía mejor que esos soldados el estado del mar. Algún tiempo atrás empezaron a desatarse una buena cantidad de tormentas y muchas bestias marinas comenzaron a surgir, haciendo imposible la navegación si no se disponía de una defensa apropiada. La tripulación a la que pertenecía había sabido salir airosa de bastantes conflictos y estaban orgullosos de ello.
Rindiéndose ante la situación, Saeros optó por hacer como sus camaradas y entregarse al vino, la cerveza y el ron, para terminar abandonado en cualquier esquina. Desde luego era mejor plan que esperar a que ocurriese algún milagro. La taberna estaba a rebosar de marineros atrapados en el puerto, puesto que no eran los únicos que se encontraban en esa situación. Se acercó a la barra, atrayendo bastantes miradas por su andar despreocupado y altivo, y exigió una buena cantidad de ron. Antes de aceptar la bebida que le acababa de servir la tabernera le guiñó uno de sus ojos azules profundos como la mar picada. La mujer puso los suyos en blanco e ignoró por completo a Saeros. «Ni siquiera puedo obtener un botín así», pensó agarrando la jarra de cerámica, con energía, salpicando un poco de bebida.
—Piratas… —espetó uno de los marineros que estaba en la barra hablando con otro—. Se creen los reyes del mar y encima parece que esta situación les dé igual.
Aquel comentario era justo lo que Saeros necesitaba para perder el control y desenvainar su cimitarra. Aun así creyó que no merecía la pena acabar entre rejas por una pelea absurda de taberna. Estaba buscando a alguien de su tripulación para no beber solo cuando otra conversación hizo que deseara dejar la bebida.
—Como lo oís —susurraba un tipo misterioso en una de las mesas cercanas—. Se trata de un soldado calathreno, una elfa esclava y una sacerdotisa. Pero no una cualquiera, de esas que son guerreras.
—Parece un chiste —comentó otro de la mesa emitiendo una sonora y exagerada carcajada esperando a que los demás le acompañasen. Al ver que nadie se reía acabó ahogándola en su copa de vino.
—Nadie en su sano juicio iría por Follhim preguntando por un pasaje a Aerilon en la situación que nos encontramos —afirmó con una mueca otro de ellos girando su dedo índice al lado de su sien.
Saeros cogió uno de los taburetes de la barra y lo arrastró cerca para no perderse nada de la conversación. Lo hizo de una manera sutil y muy silenciosa, como la serpiente que se acerca a su presa sin emitir ni el más ligero ruido.
—Parecían desesperados —continuó el que había empezado a hablar del tema—. Hablaban de las bestias que están apareciendo y no sé qué de una misión.
—Idiotas, eso es lo que son —replicó el que intentó triunfar con la gracia.
—Pues a mí me han parecido serios y me transmitían poder. —El primero parecía molesto, pero no lo suficiente como para abandonar su cerveza.
Editado: 15.11.2024