La edad de las bestias

Capítulo 34 - Piratas (Phillia)

En Corgia, poco después de iniciar su huida con Gabela…

El carro tirado por burros de Gabela iba despacio y constante. La mujer interpretó un papel impresionante al discutir con el guardia de la puerta de Corgia explicando que llevaba un cargamento de cuero de las granjas vasallas del gobernador. El tipo se negaba a dejarla salir sin una inspección y ella logró meterle el miedo suficiente como para que terminase desistiendo temiendo una reprimenda de primer orden por parte del Puño de Sangre.

En poco más de media hora Corgia se veía lejana en la distancia y Gabela les dejó salir del cobijo de la manta. Wander y ella debatieron el tiempo que podría tardar Lurtz en enviar mensajeros por toda Calathra con la orden de su detención y al final llegaron al acuerdo que duraría entre tres días y una semana. Si sus cálculos eran correctos les quedaba muy poco tiempo para llegar a Follhim y buscar un barco. Por suerte, Gabela recordó la promesa de llevarles a donde fuera y así fue. Sin dar tregua a los dos burros, entraron en Follhim al día siguiente por la mañana.

Wander quiso ofrecer una recompensa a Gabela por su ayuda, pero ella la rechazó todas las veces que el chico insistió. Le agradecieron todo lo que había hecho por ellos.

—En serio, Gabela, gracias —repitió Wander por tercera o cuarta vez.

—Gracias a ti —insistió también ella—. Siempre has sido diferente, Wander. Gracias por cuidar de esta chica maravillosa. —Gabela abrazó a Aluna con fuerza y le dio varias palmadas en la espalda—. Y sigue haciéndolo.

Gabela se despidió de ellos y aprovechó para ir al mercado de Follhim para vender algo de mercancía antes de regresar. Los tres se marcharon en dirección contraria en busca de una taberna donde encontrarían a más de algún marinero. En Corgia todos les observaban y lanzaban miradas de odio hacia Phillia, pero en Follhim no era ni la mitad de exagerado. Phillia agradeció mucho no ser el centro de todas las miradas, aunque todavía lo era de muchas más de las que le hubiera gustado.

La estrategia inicial era acercarse con educación a todos los marineros que vieran e intentarían averiguar si estaban dispuestos a llevarles hasta Aerilon. La taberna estaba a rebosar y cerca de dos tercios de los presentes parecían formar parte de una tripulación. Pasaron las tres horas siguientes intercambiando palabras, si es que en algunos casos se podía llamar así, con muchos marineros borrachos. Todos ellos coincidían en lo mismo: llevaban una buena cogorza y juraban no poder o no querer abandonar el puerto.

—Nadie quiere hablar más de la cuenta —protestó Wander sentándose en una de las banquetas que se quedaron libres en la barra.

—O no pueden —corrigió Phillia empujando a un borracho que por falta de coordinación acababa de caerse encima de ella.

—Son muchos y nosotros tres —comentó Aluna intentando mirar por encima de las cabezas de todos los borrachos que poblaban la taberna—. Igual es mejor separarse.

—No, no —negó Wander haciendo el gesto con su dedo índice—. Me niego a dejarte sola. Seguimos en Calathra.

Aluna suspiró y levantó su brazo derecho haciendo relucir la pulsera que la marcaba como esclava.

—Nadie me hará nada si llevo esto —reprochó—. Además, has ido incontables veces de misión y mi vida ha seguido. Sé protegerme sola.

—No quería decir eso… —Wander agachó la cabeza y empezó a jugar con el dibujo del lobo de su hacha. La diferencia es que ahora intentaba aplastarlo, como si quisiera borrarlo del acero—. Está bien. Al puerto se accede por el muelle este. Vayamos allí y separémonos.

Phillia no se sentía con ganas de oponerse. Ella misma notaba su propio hastío cansada de esa nación. Sabía que pecar de optimista no era su estilo, pero había tenido esperanzas en llegar, contratar un pasaje a Aerilon y marcharse rápido de allí.

Al separarse, peinar las zonas en las que se concentraban los marineros, se hizo mucho más rápido. En poco tiempo habían hablado con otros tantos capitanes y cuando terminaban lo ponían en común. Ninguno de los marineros con los que habían tratado estaba dispuesto a soltar las amarras y echarse a la mar. Las razones recopiladas se centraban en que el Mar de la Frontera se había vuelto peligroso y no querían morir o por una tormenta o destruidos por una bestia marina. Se estaba haciendo tarde y sus opciones se iban terminando. Caminaron hasta una posada, se repartieron a sus clientes y se separaron para iniciar el proceso de interrogación. Quedaron en juntarse en la posta al lado de la posada al terminar. Si al compartir la información reunida no había esperanzas, se quedarían a dormir en esa misma posada si quedaban habitaciones disponibles.

Todavía le quedaban dos capitanes cuando Phillia decidió salir de la posada para tomar un poco el aire. Las tabernas de Follhim estaban a rebosar todos los días y solo con respirar en su interior Phillia habría jurado que se podría emborrachar. Esperó que Wander estuviera teniendo más suerte que ella y pronto partiesen hacia Aerilon. Le preocupaba que Aluna estuviera actuando con tanta libertad por la misma razón que a Wander. No obstante, la elfa había dejado clara su postura y ella no iba a ser quien la criticase. Estaba estirando la espalda cuando escuchó gritos de auxilio que venían de la posta.

—¡Wander! —Aluna estaba gritando y corría huyendo en dirección a la taberna—. ¡Phillia! ¡Me persiguen!



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En el texto hay: fantasia, aventura, dioses antiguos

Editado: 15.11.2024

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