Varios días de viaje a través del Mar de la frontera fueron suficientes comprender la gravedad de la situación. Si bien Phillia no había navegado antes, había escuchado múltiples historias de pescadores y comerciantes que transitaban con frecuencia los mares que rodeaban Hyllurd. En esas historias solían narrar aguas calmadas, animales marinos hermosos y, pese a que también las mencionaban, las tormentas que estaban viviendo en El Emperador provocarían que más de uno se orinase encima. También era habitual que entre la tripulación figurase una figura similar a un cazador de bestias.
Tal y como sucedía en la superficie, en el mar quedaban remanentes de la antigua edad de las bestias y de vez en cuando llegaban rumores de alguna que se dejaba ver. Por esa razón debía estar a bordo un experto en monstruos que pudiera aplacar cualquier amenaza no deseada. Entre la tripulación a las órdenes de Katrina no existía tal figura y Phillia al principio creyó que se habían condenado a morir al aceptar esa travesía. Sin embargo, la maestría en la navegación y la fortaleza que los piratas estaban sacando a relucir hizo que tuviera que tragarse sus propias palabras. Cuando no estaban borrachos lamentándose de su propio destino en una taberna resultaban expertos en lo suyo y cuando una bestia atacaba todos colaboraban para poner a salvo el barco.
Katrina no era diferente a su tripulación, era vivaz, fuerte e inteligente, evidenciando su templanza y mente fría cuando la situación lo requería. Toda la tripulación la respetaba y cuando las adversidades se presentaban seguían su ejemplo y confrontaban el peligro que se pusiera delante fuera cual fuera. La misma noche anterior atravesaron una fuerte tormenta y El Emperador amenazaba con hundirse a cada segundo, pero Katrina no soltó el timón en ningún momento y con un semblante de poderío dio las órdenes para lograr salvar el pellejo. Saeros era quien solía llevar el control del barco, pero Katrina tomaba las riendas en las situaciones complejas. Aparte de que se notaba que la capitana disfrutaba cuando era ella quien sujetaba el timón.
Para no estorbar cuando azotaba una tormenta implacable, Aluna, Wander y Phillia se ocultaban bajo cubierta deseando que todo fuera bien con el fin de no ser un estorbo. En esas situaciones Phillia rezaba a Rymtarr para que les mantuviera a salvo, hecho que Wander criticó alguna que otra vez. Wander solía respetar sus oraciones y nunca le reprochó que lo hiciera delante de ellos. Sin embargo, cuando la vida de todos estaba en juego, tendía a perder los nervios y cuestionaba su utilidad. Phillia en muchas ocasiones dudaba de que sirvieran para algo, pero calmaban su alma y la llenaban de esperanza. Con eso era suficiente.
Si la amenaza, en cambio, consistía en el ataque fortuito de alguna bestia marina, Wander y Phillia se unían a la batalla. En las primeras ocasiones, incluso cuando prometieron hacerlo antes de partir de Follhim, Katrina y Saeros intentaban apartarles al pensar que no iban a aportar. Tras la primera batalla contra una serpiente marina, aclamaron a los dos y desde ese instante incluso les avisaban si no estaban en cubierta. Fueron sorprendidos por serpientes marinas, medusas enormes, tritones y un kraken, siendo este último un hueso duro de roer en el que los dos fueron clave para la victoria.
Katrina mostró curiosidad desde que se echaron a la mar y no ocultó su agradecimiento a la contribución para que El Emperador siguiera flotando. Saeros era el que hacía que todo fuese más difícil. No había perdonado la manipulación de Wander y tratar con él se complicaba a la vez que se ganaban más el corazón de Katrina. En todo caso, la relación con el primer oficial y segundo de abordo había mejorado considerablemente desde el primer día.
El sol brillaba con fuerza resaltando el brillo de las gotas de agua de la regala. Esa mañana el mar estaba dando una tregua y Phillia aprovechó para pasear por los camarotes. El Emperador tenía dos castillos en cubierta, el de popa y el de proa, por los que se podía acceder a la cubierta de artillería. En el extremo de proa se almacenaba parte de las bolas de cañón, pólvora y los botafuegos, y en la bajo cubierta de popa se encontraban los camarotes principales, aparte de las escaleras de bajada a otra zona de camarotes. Se trataba de un barco bastante grande, capaz de albergar a una gran cantidad de marineros. Si siguiera atravesando el pasillo hasta el final, Phillia podría bajar a la bodega, pero se encontraba allí por otra razón. Aluna no había salido del suyo desde el día que partieron de Follhim, lo que le preocupaba bastante y quería asegurarse de que la elfa se encontraba bien.
Aluna estaba como siempre, sentaba en el camastro escudriñando algún libro de la biblioteca personal de Katrina. Al parecer era el único pasatiempo que había encontrado para sobrellevar el viaje y la Capitana parecía encantada con la curiosidad de Aluna. Al apoyarse en el marco de la puerta, Phillia llamó sin querer su atención.
—Oh —Aluna levantó la vista del libro “Rumbo al horizonte”—. Estás aquí.
—Aunque me empeñara no podría ir a ninguna parte —bromeó con una risa irónica—. Al menos estos piratas son más civilizados de lo esperado. ¿Vas a salir hoy si no hay problemas? Me vendría bien un poco de apoyo durante la cena. Estoy sola ante un grupo de ateos implacables.
Aluna agachó la cabeza y se limpió rápida la mejilla. Phillia caminó hasta sentarse en la cama junto a ella y la rodeó con sus brazos.
—No tienes por qué ocultarme nada —afirmó acariciando el cabello de Aluna con cariño. Era extremadamente suave y sedoso—. ¿Qué te ocurre?
Editado: 15.11.2024