Minutos antes, cuando Dral’zin hace acto de presencia…
Wander habría deseado no volver a sentir los efectos de la magia negra, solo que nadie podría esperar que el elfo oscuro siguiera vivo. Cuando atravesó el cuerpo de Dral’zin en Deádoras, retorció su espada repetidas veces hasta que la clavó en la dura roca y, al trasladar el cuerpo, se aseguró repetidas veces de que su corazón se había detenido.
A pesar de todo, justo en frente de Wander se encontraba Dral’zin, con la mano levantada y conjurando un malintencionado hechizo. Estaba completamente empapado, el corte realizado por la espada de Wander seguía en su sitio y estaba más pálido de lo habitual. Sus venas se marcaban como ríos negros por una tierra yerma tras la lluvia.
Wander estaba suspendido a varios metros por encima del suelo flotando hacia el interior del barco, pataleando y combatiendo contra algo que sabía que no podía detener, pero cualquier cosa era mejor que aceptar su destino. Una vez más, tal y como ocurrió en la cueva de paso a Pollswin, se estrelló contra el duro suelo de madera, aunque en esta ocasión el golpe dolió mucho más.
Haciendo un gran esfuerzo por levantarse, comprobó como los piratas de la tripulación estaban atacando a Dral’zin uno a uno, dejando los cañones sin nadie que los manipule. El olor a pólvora se entremezclaba con el de la putrefacción proveniente del elfo oscuro. Un escalofrío recorrió la espalda de Wander hasta erizar cada uno de los pelos de su cabeza al comprobar que el elfo apartaba a los bucaneros como si se tratara de moscas. No obstante, gracias a la insistencia de los piratas, acaba de averiguar que no podía focalizar su magia en más de un objetivo, ya que con una mano ejecutaba sus conjuros y con la otra se apoyaba en la espada para detener a los tripulantes.
—¡Seguid así! —instó Wander a los piratas que confirmaron con un grito la orden—. Si sigue usando su magia se agotará y podremos abatirle.
A Dral’zin las palabras de Wander parecieron divertirle, pues con una carcajada fuera de sí invocó una especie de campo de fuerza grisáceo que estrelló a todos sus atacantes contra el techo, las paredes y el suelo de la estancia. «¿Por qué no se debilita?», dudó Wander alejándose del elfo por instinto. Esa última demostración de magia negra habría dejado a cualquiera arrastrándose por los suelos.
—¡Fuego! —Saeros continuaba dando órdenes desesperado desde el timón.
Al escuchar la señal, tan solo los que habían conseguido recuperarse de la abatida del hechizo del elfo lograron accionar sus cañones, provocando que la hondonada no fuera suficiente para frenar a la bestia, que seguía emitiendo feroces rugidos desde el exterior del navío.
—No sé cómo sigues vivo… ¡Pero no vas a poder acabar conmigo! —tanteó Wander intentando sonar convincente para distraer al elfo. Lo cierto es que sabía que no tenía ni la más mínima oportunidad.
—Mi cuerpo ya no vive. —Dral’zin inició su camino hacia Wander ignorando a los piratas que se recomponían y cargaban los cañones—. Por si te preocupa no haber logrado matarme la otra vez: es la mano de Exteus la que me mantiene unido a este mundo.
—Se toma muchas molestias ese Exteus para matar a un soldado humano como yo —se burló Wander.
—¡Tú no le interesas a Exteus! ¡Me interesas a mí! —Dral’zin estaba bastante cerca de Wander, que seguía caminando hacia atrás hasta que se chocó con una puerta de madera—. ¡Exteus me ha elegido para traer su reinado a este mundo y, mientras lo hago, acabaré con tu insignificante vida!
Wander, que mientras el elfo explotaba de ira, había girado el pomo de la puerta y rodó por las escaleras hacia atrás al abrirse por su propio peso. La caída le ocasionó algunas magulladuras y por lo que creía alguna que otra costilla rota, aunque todo eso era preferible a morir ahogado por la magia negra. Con paso torpe, vista doble y con un dolor insoportable en el costado derecho, gateó alejándose de las escaleras y se puso en pie apoyándose en una de las puertas de los camarotes del barco. «Aluna está muy cerca», advirtió limpiándose una gota de sudor que estaba a punto de meterse en sus ojos.
Dral’zin bajó las escaleras despacio sabiendo que Wander no tenía escapatoria. El elfo oscuro no parecía afectado por la cantidad ingente de hechizos que había conjurado desde que hizo su aparición. Wander, por primera vez, empezó a creer en serio en los antiguos dioses, sobre todo en Exteus. Desde que había iniciado el combate, si es que así se podía llamar a aquello, solo había podido huir.
—Ya veo que no solo te ha devuelto a la vida. Ya no parece que estés sufriendo por respirar. —Wander daba cada paso meditando como evitar que Dral’zin se fijara en Aluna y esperaba que ella tuviera la puerta cerrada. Trataría de mantener su atención en él para distraerle.
—He sido elegido para ser su mano en este mundo. Si cumplo con mi cometido cada vez me entregará más poder.
—¿No te han dicho nunca que te repites mucho? —se mofó Wander obligándose a no mirar hacia la puerta de Aluna y desvelar que ahí se escondía alguien importante para él.
—¡Me pones enfermo!
Dral’zin alzó su mano izquierda y Wander se cubrió con su espada y su hacha. A pesar de que no era la primera vez que ocurría, su reacción era instintiva y esperó con los ojos cerrados la sensación de ahogamiento, pero no llegó. En su lugar, Wander voló de espaldas varios metros por el pasillo del barco hasta romper la trampilla de madera que daba a la bodega inferior del barco y volver a caer escaleras abajo.
Editado: 15.11.2024