La edad de las bestias

Capítulo 42 - Bienvenida al hogar (Aluna)

Los piratas seguían haciendo viajes en bote para traer provisiones cuando se impuso el atardecer en la costa. Los reflejos anaranjados se reflejaban en la superficie del mar iluminando el rostro de Aluna, la cual se había descalzado y estaba admirando el horizonte, perdida en sus pensamientos.

De todas las cosas que había imaginado que le podrían ocurrir desde que llegó a Hyllurd la última era regresar de nuevo a Aerilon. Le aterraba la simple idea de toparse con cualquier elfo en aquel bosque. Lo hacía mucho más que cuando tenía que ir a comprar al mercado de Corgia. Los elfos odiaban a los seres humanos por encima de todas las cosas y los de su especie que vivían junto a ellos eran igual de despreciables o más. Unas pisadas en la arena irrumpieron en su mente, pero no se giró para comprobar quién podía ser.

—¿Te encuentras bien?

La voz de Wander temblaba y sonaba ronca, como si hiciera rato que permanecía en silencio pensando como dirigirse a ella. Desde la noche en la que celebraron la victoria contra la bestia y el elfo oscuro se había mostrado distante con él. Cada día, cada hora, cada minuto y cada segundo que pasaba estaban más cerca de Aerilon y también su corazón latía con más desesperación. Aluna quería mentir a Wander, decirle que todo estaba bien y que no debía preocuparse, pero no iba a poder fingir para siempre.

—No —respondió con un hilo de voz.

—Igual habrías preferido quedarte en Hyllurd. —Wander se quitó las botas, se remangó los pantalones y se acercó a ella—. Podíamos haberle pedido a Katrina que te dejara en otra región que no fuera Calathra. Ahora tendrías una vida diferente y estarías a salvo.

—Quiero estar aquí. —Se limitó a responder sin mirarle. Quería estar junto a él, aunque eso implicase poder morir—. Tú también corres peligro. Ninguno estamos seguros.

—Nunca te he preguntado por qué te fuiste de aquí. —Wander miraba de forma intermitente entre Aluna y el barco—. Igual que no te pregunté si querías venir. —Agachó la cabeza avergonzado—. No me he interesado por nada nunca. Lo siento.

Esas frases sorprendieron en parte a Aluna. Comprendía mejor que nadie la vida que había tenido Wander y cómo le había afectado. Jamás esperó de él que se preocupase por ella más que de su bienestar.

—No te disculpes, por favor —rogó—. Bastantes humillaciones has sufrido en Corgia. Te han puesto en duda constantemente. Desde que me compraste en aquella subasta siempre has sido un bloque inamovible sin emociones, pero yo podía ver quién eras en realidad. Cualquier gesto, cualquier acción, cualquier cosa que hicieras por o para mí ha sido suficiente.

—No merezco esas palabras. —Wander se alejó de manera instintiva de Aluna, pero ella le agarró la mano.

—Ahora eres libre, Wander. Libre para ser quien eres. —Aluna obligó a Wander a mirarla empujando su cabeza desde la barbilla con cariño—. Ya no debes fingir por nadie más.

—Siento que se me dé mal todo esto —volvió a disculparse—. He venido para intentar animarte y al final eres tú quien me animas a mí.

Sin poder evitarlo Aluna rio a carcajadas sin soltar la mano del chico calathreno, que la miraba con cierto rechazo.

—Has entrenado otras cualidades a lo largo de tu vida. Ahora te toca aprender otras. Eres un soldado ejemplar, pero mejor quédate callado.

Aluna volvió a reír y Wander tiró para soltarse de la elfa, la cual no solo no lo permitió, sino que tiró de él y le dio un largo beso. Fue uno de esos capaces de parar el tiempo. Que provocan que el sonido de las olas al romper en la orilla fuera un simple rumor. En los que la respiración de ambos se combina y se vuelve una sola. Incluso los latidos del corazón se acompasan en una sinfonía de percusión que elevaría el ánimo a cualquiera que fuera invitado a escucharla. Fue esa clase de beso que hace que te olvides por completo de todo lo malo que sucede a tu alrededor y por un instante no exista nada más. Pero como todo, fue también uno de esos besos que tienen un final y quedará en la memoria de sus labios hasta el fin de sus días. Se miraron a los ojos y, sin sonreír, caminaron juntos de la mano para sentarse en la arena. Todavía les quedaba un rato hasta que los piratas terminasen su labor.

—Mis padres eran pescadores en Ventith —contó Aluna rompiendo el silencio.

—¿Ventith?

—Es una ciudad élfica que se encuentra al oeste de aquí —explicó—. Fue la última ciudad humana que se construyó en Aerilon. Los elfos la conquistaron y dejaron que la naturaleza creciera y destruyera todo. Ahora viven dentro de las casas que quedaron en pie. Nosotros vivíamos en un pequeño pueblo cercano a la costa llamado Raariel.

—Suena terrorífico y hermoso a la vez.

Sentaba bien hablar de su pasado por primera vez en años. Solo se podía escuchar el romper de las olas y el cántico de los piratas en la lejanía. La brisa marina acariciaba su cabello y le humedecía el rostro. Aluna habría dado lo que fuera porque nunca terminase ese instante.

—Cuando cumplí los doce años me dejaban ir con ellos a pescar —continuó—. A los quince ya no solo les acompañaba, sino que ayudaba y se me daba bastante bien. En teoría tenía que haber viajado al bosque Dalevdis para aprender magia verde, pero yo preferí ayudar a mis padres.

—¿Tenéis que viajar al bosque para estudiar? —preguntó Wander.



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En el texto hay: fantasia, aventura, dioses antiguos

Editado: 15.11.2024

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