La brisa marina removía sus rizos y hacía que se le colocasen en la cara. Esa sensación era de sus preferidas, por lo que no hizo ningún amago de apartar los mechones que se arremolinaban con el viento. El desembarco en Aerilon siempre era problemático. La playa del Cañón de los dioses era extremadamente larga y era imposible atracar cerca. Por esa razón, su tripulación debía realizar varios viajes para traer todo a tierra.
Una vez dadas las órdenes, Saeros era quien se encargaba de supervisar todo el trabajo, por lo que ella se desentendió por completo. El chico y la elfa también se alejaron en cuanto tocaron la tierra, pero la sacerdotisa permaneció cerca de Saeros, lo cual estaba convencida de que no le haría ni pizca de gracia a su primer oficial.
Todavía estaban trabajando cuando empezó a meditar sobre cómo ejecutar el plan. El ataque de la bestia había dejado el Emperador perjudicado y necesitaba reparaciones urgentes. Debería dejar a los carpinteros y a algunos más cerca del barco para que a su regreso estuviera todo como nuevo, pero no se quería internar en el continente sin llevar una buena cantidad de piratas. Eran socios habituales de los elfos del bosque, no obstante sabía la que se jugaban volviendo tan pronto.
Había pegado dos tragos de la botella de ron que acababa de descorchar cuando unos pasos en la arena alertaron a Katrina y la forzaron a abandonar su momento de relajación.
—¿Hay algún problema? —preguntó para evitar que se alargase la interrupción.
—Todos.
La voz de Saeros hizo que se girase para ver a su primer oficial plantado delante de ella, poniendo todo su peso en una pierna y con el brazo arqueado sobre la cintura.
—Ya lo hemos hablado Saeros —protestó—. No quiero volver a oírte.
—Y yo sigo sin aceptarlo —protestó Saeros apartándose efusivamente el pelo de la cara. A él sí le molestaba—. Delante de toda la tripulación te respeto y apoyo tus decisiones, pero en privado te digo las cosas como son.
—Eso también lo hemos hablado —volvió a protestar Katrina haciendo un gesto con las manos para echar a Saeros.
Katrina se giró y volvió a mirar al mar. La insistencia de Saeros estaba siendo tediosa y aburrida.
—No es buena idea acercarnos al bosque —continuó situándose delante de la capitana obligándola a mirarle.
—No haces más que repetir eso, pero no me explicas por qué.
—No pienso mencionarlo en voz alta —aseguró mirando en todas direcciones por si descubría a alguien escuchando—. Sabes de sobra por qué te lo digo. Es una estupidez.
Era cierto que conocía los riesgos y no necesitaba explicaciones por parte de Saeros. De lo que no estaba dispuesta era a tener que dárselas a él.
—Soy tu capitana y harás lo que te diga. —Katrina alzó la cabeza y endureció su semblante. El viento cambió de dirección y todo su pelo se echó hacia atrás, dejando ver su enfado.
—Me duele que recurras a esas palabras —se quejó Saeros cruzándose de brazos y dando una patada a la arena. Con el cambio de viento toda la arena voló hacia su cara y se tuvo que cubrir corriendo sin lograr evitar que algún grano entrase en sus ojos—. Te seguiré a donde vayas. Tan solo pretendo evitar que nos metamos en más problemas.
—Asumiré las culpas si ocurre lo peor.
Saeros la miró con la boca entreabierta. Habría tenido más efecto en su Capitana si no hubiera tenido que restregarse los ojos con brío para eliminar todas las partículas de arena. La expresión de Saeros no afectó en absoluto a Katrina, que seguía con la mirada fija en él.
—Déjame preguntarte otra cosa entonces. —Saeros se acercó a su capitana y se acuclilló para poder hablar más bajo y a su altura—. ¿Por qué merece la pena jugársela tanto por tres desconocidos?
Por fin Saeros hacía la pregunta adecuada. Esa que Katrina no deseaba responder. Muchos en su tripulación pensaban que era demasiado errática y alocada como para liderar su propio barco pirata, pero esos eran aquellos que no la conocían bien. Precisamente porque lo que mejor se le daba era aparentar que había criterio en su cabeza. Ninguno de sus invitados había mencionado la razón por la cual viajaban a Aerilon, pero gracias a su sutileza y su gran habilidad para estar en el lugar adecuado, había escuchado a Wander y a Phillia hablar sobre los dioses, Exteus, la aparición repentina de las bestias y los monumentos. Toda esa información sobre la misión que estaban llevando a cabo mantuvo su mente ocupada durante bastante tiempo y la hizo reflexionar tras el ataque del elfo no muerto y su mascota.
Era evidente que estaban ocurriendo cosas terribles y que el mundo estaba cambiando. El mar había modificado su lenguaje y navegarlo era mucho más complicado. De la misma manera de que era difícil categorizar las nuevas especies de criaturas marinas. Le molestaba reconocerlo y habría dado lo que fuera por no haber escuchado nada de eso, pero sabía que los elfos escondían en el bosque el monumento a Azien y tras la batalla en alta mar le asaltaba todo el tiempo el mismo pensamiento: el fin del mundo. De qué servía la vida pirata si en años, tal vez meses, todo se iba a ir a pique.
Saeros chasqueó los dedos y Katrina se vio forzada a salir de sus pensamientos. Él veía todo aquello absurdo porque nunca le importaba nada más allá de los límites del Emperador. Ni las ciudades, ni los gobiernos, ni los problemas de los demás eran importantes. Entonces, ¿por qué de pronto ahora si importaba? Katrina suspiró, escupió al suelo y se sacudió la arena que se iba acumulando en su ropa.
Editado: 10.12.2024