Buena parte de los piratas celebraron la intervención de los elfos deteniendo a la bestia feérica que, si bien hubieran podido acabar con ella, sin duda habría provocado muchas bajas. Cuando se dieron cuenta de que les apuntaban con sus arcos llegó el desconcierto y, al final, los elfos les amenazaron con la muerte si alguno pronunciaba el mínimo susurro.
A pesar de que Aluna permaneció en una taquicardia continua desde que vio a los elfos, una breve sensación de rabia la inundó de pies a cabeza. De poco importaba su esfuerzo, Katrina jamás habría aceptado la cruda realidad: no iban a ser bienvenidos. La Capitana fue la primera en romper la orden del cabecilla en un intento de negociar con él. Sin éxito, pues el elfo de pelo verdoso le advirtió de que si volvía a emitir el mínimo sonido no dudaría en rebanarle el cuello. La amenaza hizo efecto inmediato, a pesar de que solo hubo palabras y ni un solo gesto intimidatorio. Katrina sabía qué estaba en juego y aun así se había metido hasta el fondo.
Sin destensar sus cuerdas, los elfos les guiaron durante dos días por el cañón hasta la linde del bosque Dalevdis. Les permitieron comer, dormir y beber, por supuesto, en el más absoluto silencio. Aluna sabía que todo aquello no conllevaba nada bueno. Todos eran ahora prisioneros y ella había vislumbrado su futuro cercano, pues todos los elfos le habían dedicado una mirada entre el odio y el asco. Solo era cuestión de tiempo para que mostrasen sus auténticas intenciones.
Incluso de aquella manera, sus secuestradores mantuvieron su promesa de no hacerles daño si no pronunciaban ninguna palabra. Hasta hicieron la vista gorda cuando alguno de los piratas susurraba algo a su compañero más cercano. Algunas bestias atacaron al numeroso grupo en varias ocasiones, pero fueron eliminadas antes de que nadie pudiera ponerse nervioso.
Wander hizo varios amagos de apegarse a ella, pero Phillia le sujetó a tiempo del brazo en cada ocasión. Aluna habría deseado permanecer a su lado, pero si los elfos descubrían que estaban juntos sería mucho peor para ambos. La sonrisa y el cambio de actitud que tanto celebraban de Wander se vio por tanto empañado y regresó de nuevo el semblante del soldado calathreno, que fulminaba a todo aquel que se acercaba a ella. Tardó un día entero en comprender que ella también rehuía de su compañía. «Aunque ha sido breve al menos he podido gozar de tu calor y he vuelto a sentir el amor», le habría gustado decirle a Wander, pero habría sido una temeridad.
En cuanto dejaron el imponente cañón a sus espaldas se impuso el descomunal bosque invadiendo todo el horizonte. Aluna lo había visto en su juventud, pero jamás había entrado. Un elfo alto y rubio les esperaba a varios metros de la entrada al bosque que se internaba con el camino. Se encontraba de pie, junto a tres carros tirados por bueyes, uno de ellos con una jaula de hierro en la parte trasera. Aluna se aventuró a adivinar que esa jaula estaba pensada para ella. El cabecilla se acercó al que estaba esperando y compartieron unas palabras que ninguno pudo escuchar. Después de señalar al grupo de piratas, los dos caminaron hasta situarse delante de Katrina y Saeros.
—Me costó decidirme qué hacer con vosotros según me acercaba al cañón —dijo con una voz autoritaria el líder, aunque elocuente—. Lo primero que pensé fue en que debía mataros. Así evitaría cualquier sospecha y problemas con mi madre.
Katrina abrió la boca para replicar, pero el elfo le puso el dedo índice en los labios para que se mantuviera en silencio.
—Después me dio un arrebato de piedad y creí que lo mejor sería dejaros marchar. Con la promesa de que si volvíais a desembarcar en esa playa no viviríais para contarlo. —La sonrisa del elfo denotaba superioridad y diversión a partes iguales. El resto permanecía inmóvil y tiesos como si fueran árboles del bosque—. Pero entonces pensé que lo mejor era asumir mis actos. Algún día seré rey y no puedo ser deshonesto con mi pueblo.
—¿Y eso qué significa? —preguntó Katrina rápidamente para evitar que la mandase callar de nuevo.
—Que vais a ser prisioneros y será mi madre la que decida vuestro destino. —El elfo agarró el mentón de Katrina y lo apretó con fuerza causando una mueca de dolor en la capitana. Con un gesto de desprecio apartó su cabeza y la tiró al suelo. Katrina fue a levantarse, pero el elfo la detuvo poniéndole un pie encima—. Ponedles a todos los grilletes y subidlos a los carros. Shimulel, a la elfa que apesta a humano métela en la jaula.
Aluna observó por el rabillo del ojo cómo Wander abría los ojos de par en par, se hinchaban las venas de su cuello y cómo Phillia se interponía entre ellos dos. Los elfos la agarraron con furia de ambos brazos y tiraron de ella como si se tratase de una muñeca de trapo. Pensó en defenderse. Pensó en zafarse y escapar de allí. Incluso pensó en gritar el nombre de Wander para que diese comienzo una batalla encarnizada. Pero también pensó en las consecuencias. ¿Y si Wander o Phillia morían por su estupidez? No lo iba a permitir.
Sus pies fueron arrastrados por la tierra del camino hasta que rebotaron con la trampilla de madera y el bordillo de hierro de la puerta de la jaula. Mientras uno de ellos la sujetaba el otro ató con una cuerda sus manos a la espalda. La cuerda rasgó sus muñecas y sintió como se quemaba su piel. Maniatada e indefensa, notó como la empujaban e inmediatamente el frío golpe en su rostro al encontrarse con el metal. Un chirrido, un golpe ensordecedor y el mecanismo de la cerradura del candado. No se dio la vuelta. No iba a darles el gusto de verla llorar. Tampoco era capaz de oír lo que sucedía a su alrededor. ¿Wander estaría llamándola? Por el bien de todos esperó que no y así fue.
Editado: 10.12.2024