La intervención de Aluna fue decisiva para que los elfos se decidieran por fin a ayudarles en su misión. A pesar de que corrían el riesgo de ser ejecutados, era la primera vez desde que partió desde Cintheria con Jhin que tenía la sensación de estar cerca de su objetivo. No obstante, tras la visita al monumento de Rymtarr, Súrion les envió a buscar a los dioses, por lo que era improbable que en el de Azien lograsen encontrar nada relevante. Sin embargo, hacía todo lo posible para engañarse a sí mismo y confiar en que su rechazo a los dioses hiciera que no estuviera atento cuando el rey de Cintheria les mostró la caverna oculta debajo del castillo.
Por otra parte, encontrarse a cada día más cerca de otro monumento hacía que recordase con más fuerza a Jhin y a Theron. La culpabilidad por no haber hecho más el día que cayeron del puente volvía a hacerse presente y se sumaba a la que acumulaba por cada segundo que veía a Aluna en la jaula de hierro. Desde que Aluna se encaró al príncipe los elfos les soltaron los grilletes y les permitieron hablar entre sí, aunque escuchaban con atención cada detalle. A la mínima intención de escapar o iniciar una revuelta la eliminaban a puro golpe en la sien. O al menos de esa manera ocurrió con dos de los piratas de Katrina. Gracias a esto, pudo hablar con Phillia, la cual le instaba constantemente a mantenerse sereno y a que esperase al momento oportuno. El problema es que ese momento no llegaba nunca.
En ocasiones, Shiron, pasaba cerca de Wander y sin poder evitarlo su mano se dirigía al hacha o a la espada, lo que pillase más a mano. De no ser, una vez más, porque Phillia le detenía, ya habría matado al príncipe varias veces. Aunque existía la posibilidad de que en realidad hubiera recibido varias palizas. Como no había manera de saberlo, prefería imaginar su acero introduciéndose despacio en la carne pulcra y perfecta del elfo.
El otro tema que Phillia y él no paraban de repasar era sobre la valentía absurda que demostró Aluna y que, sin duda, había declarado su sentencia de muerte. Coincidían en que, aunque encontrasen pruebas y la incursión fuera un éxito, Aluna sería ejecutada en cuanto llegase a Darelial. El desprecio que los elfos no se esforzaron en ocultar hacia ella era un claro indicador de ello.
Desde que Shiron afirmó guiarles, habían pasado tres días y Wander no había tenido oportunidad de hablar con Aluna. Echaba de menos sus caricias, el calor de su cuerpo y sus besos reparadores, pero la peor tortura era saber que estaba a pocos metros de distancia y no poder acercarse.
El general de Shiron, Shimulel, recordaba a cada rato lo que iba a suceder si alguno de los piratas intentaba algo de lo que se fuera a arrepentir, por si a alguno se le olvidaba. Shiron había demostrado tener sentido de humor, a pesar de que era muy ácido e iba cargado de odio, pero Shimulel no se esforzaba en ocultar su descontento. Esperaba cualquier oportunidad que dar una paliza a cualquiera de los piratas que se separaban un poco, por ejemplo, para ir a orinar detrás de algún árbol. Hasta Shiron tuvo que frenar la mano del general en más de una ocasión y darle una charla.
En cuanto a sus acompañantes, Saeros refunfuñaba a cada paso que daban y se pasaba las horas muertas analizando como huir antes de que muriesen todos. Aunque le ponía mucho empeño, la disciplina de los elfos era admirable y Wander siempre tumbaba cada idea que compartía con él. El primer oficial y Wander hicieron buenas migas y se basaba en su única compañía. Katrina se culpaba de la situación y ya se había convertido en algo normal que se mantuviera en silencio, pero Phillia negaba que le ocurriese nada, aunque era evidente que era mentira.
Una de las opiniones que Wander mantenía sobre Phillia desde que la conoció fue que gozaba de un orgullo y un temple imperturbables. Era altiva, fuerte y muy diestra en la magia blanca y cada vez que tenía la oportunidad hacía muestra de ello. Su actitud era clara e, incluso cuando descubrió que el templo de Kudos había sido destruido en Corgia, el dolor no consiguió empañar su forma de ser. Pero esta vez era diferente. En el momento que Shiron dio su discurso, Phillia empezó un continuo voto de silencio. Comía lo justo, intercambiaba las palabras justas e incluso Wander debía recordarle en ocasiones que tenía que beber agua. También se había fijado en que la sacerdotisa apenas pegaba ojo por las noches y se dedicaba a dar vueltas bajo las mantas a la intemperie.
A causa de todas aquellas situaciones, Wander se sentía más solo que nunca. Agradecía la compañía de Saeros, pero no se sentía lo suficientemente cómodo como para confiarle sus preocupaciones. El panorama no cambió ni un poco hasta que, pasados otros cinco días más, vislumbraron al fin algunas estructuras derruidas de bloques de arenisca.
Las ruinas de Tarenvan resultaban ser lo que quedaba de una de las primeras ciudades humanas que se erigieron en mitad del bosque. Sin que nadie preguntase, Shiron procedió a contarles la historia. Una vez que Kudos creó a la raza humana y esta fue evolucionando, abrieron un claro en el bosque talando todos los árboles y construyeron un hogar de pura roca. Bautizaron ese lugar como Tarenvan y sería el inicio de la expansión humana. En cuanto Azien convenció a Rymtarr para crear a los elfos, este les instó a conquistar Tarenvan y erigir allí un templo en su nombre, con el fin de que con los años el bosque recuperase lo que era suyo.
Como el antiguo Dios predijo, la vegetación se había abierto paso y había derruido todas las casas construidas y tan solo quedaban un montón de ruinas esparcidas entre las raíces y las ramas de los árboles. En el centro de la ciudad, se alzaba un templo modesto que se había construido haciendo uso de las rocas sobrantes de las casas de los antiguos humanos. No era majestuoso ni impresionante, y tampoco tenía grabados ni signos de lo que en realidad se trataba. Lo que más llamaba la atención, era un árbol descomunal que había serpenteado siguiendo las paredes y crecía recto hacia el cielo desde la parte superior del templo.
Editado: 10.12.2024