Con su corazón intentando salir de su pecho, Aluna, se soltó de los brazos de Wander nada más ver que Shiron y los elfos estaban presentes. Tenía asumido que su vida estaba por terminar, no obstante, aunque fuera como intentar dejar de respirar, quería hacer lo imposible porque no descubrieran su relación con Wander. El calathreno debía poder continuar viviendo y, en el mejor de los casos, cumplir con su misión.
Los tres se encontraban exhaustos y necesitaban con urgencia recuperar el aliento. Sin embargo, Shiron no estaba dispuesto a darles ese placer. En cuanto dejó claro su desagrado con el éxito del grupo, reanudó la marcha hacia la siguiente prueba. Ninguno de los soldados que le acompañaba mostró un mínimo gesto de piedad o empatía. Más bien todo lo contrario. Elevaban su cabeza con gesto de haber olido algo que apestaba y seguían a su príncipe como si les hubieran estirado la columna. Wander les preguntó hasta tres veces por Saeros. Si continuaba con vida y, si era el caso, cómo podían encontrarle. Los elfos ni siquiera hicieron amago de responder. Aluna y Phillia cruzaron las miradas. El pirata con total seguridad estaba muerto.
Quedarse rezagados no era una opción, así que Phillia realizó un par de conjuros rápidos de sanación y otros de motivación para que Wander y Aluna pudieran continuar con energía. Aluna se percató de que la sacerdotisa cojeaba y jadeaba a cada paso. Entre Wander y ella consiguieron avanzar más deprisa, aunque ni con toda la ayuda del mundo habrían alcanzado el paso de los elfos. Con impaciencia les estaban esperando al final de un pasillo, tras atravesar otros tres más y bajar dos escaleras traicioneras.
—Esto no es un juego. Si cometéis una estupidez correréis la misma suerte que el pirata.
Shiron entró en la sala, seguido de sus soldados. Wander apretó el puño que tenía libre. De no ser porque en ese momento servía de apoyo a Phillia, con probabilidad se habría lanzado al cuello del príncipe.
—Os encontráis en una sala especial. Los elfos nacieron para destruir a las razas que insultaban a la creación, destruyéndola para crear otras aberraciones —relató elevando la voz para asegurarse de que le escuchaban bien—. Azien nos moldeó para preservar la naturaleza tal y como es. Los humanos nacisteis para destruirla en pos del egoísmo. Por ello hubo una guerra para expulsaros de estas tierras. Esta es la tercera prueba.
Wander fue el primero en atravesar la gran puerta, seguido de Aluna y Phillia. Era una estancia rectangular mucho más pequeña que la del bosque, llena de lámparas de aceite que ya estaban encendidas antes de que Shiron entrase. De entre las rocas de las paredes surgían raíces que se entrelazaban entre las mismas, dando una sensación de que estaban cerca de la superficie, aunque no era así. En el centro de la sala había una especie de altar circular vacío ornamentado con filigranas con forma de distintos tipos de hoja otoñal y, custodiando el altar, se encontraba un total de ocho estatuas de mármol que representaban a guerreros élficos con su armadura. Unas llevaban espadas y otras gujas dobles, tan altas como las estatuas que las portaban.
Shiron y su compañía caminaron despacio hasta el final de la sala, donde se encontraba la otra gran puerta de madera que permanecía cerrada a la espera de que superasen la prueba. Wander, Phillia y Aluna se miraron extrañados al ver que no ocurría nada de nada y optaron por imitar a los elfos. En cuanto dieron tres pasos, las puertas por las que entraron se cerraron levantando una nube de polvo, haciendo que no pudieran reprimir la tos. Al recuperarse, prosiguieron con el avance al ritmo que les podían permitir las lesiones de Phillia. Para pasar entre dos estatuas, Aluna tuvo que separarse y adelantarse. Miraba preocupada como caminaban despacio hasta que su expresión cambió al horror. Las dos estatuas que se encontraban a cada lado de Phillia y Wander cobraron vida en cuanto los dos humanos pusieron un pie en el centro de la sala.
A una velocidad vertiginosa, la estatua de la derecha, que portaba una espada larga, y la de la izquierda, que portaba una de esas gujas, alzaron ambas sus armas e iniciaron lo que sin duda iba a ser un ataque cruzado mortal. Aluna saltó encima de sus dos amigos para apartarles justo a tiempo. En el suelo, los tres contemplaron estupefactos al resto de estatuas que con crujidos y sonidos de rocas chocando entre sí cobraban vida y se giraban hacia ellos con sus armas listas para eliminarles. «Así que se trata de eso. Si los humanos conseguían cruzar las otras pruebas, se asegurarían de que no pudieran avanzar más», pensó Aluna con el entrecejo arrugado tratando de pensar en una manera de superar la prueba. Porque a fin de cuentas era eso, una prueba más. Si los elfos que construyeron el templo deseaban que ningún humano cruzase jamás, con esta segunda prueba se aseguraban de ello. Entonces Saeros vino a la mente de Aluna. No sentía un gran aprecio por el pirata, pero se agitó con un escalofrío al recordar como desapareció atrapado por el mismo bosque.
Wander había desenvainado sus armas y luchaba frenéticamente contra las estatuas. Se trataba de una respuesta fútil, pues las estatuas medían al menos dos metros y medio y sus armas eran de mármol. No había nada que pudiera hacer para destruirlas, pero al menos conseguirían algo de tiempo. Phillia, en su estado desgastado, no podía hacer más que asegurarse de que Wander no sufriera ningún daño. Los ataques enfurecidos rebotaban en el escudo como pedradas y les hacían retroceder unos pasos.
—Hay que pensar en algo Wander —rogó Phillia apoyándose en la pared para no caerse—. No podré aguantar mucho tiempo.
Editado: 10.12.2024