La edad de las bestias

Capítulo 49 - Espejo del alma (Wander)

La singularidad de la sala parecía que no estaba dejando indiferente a ninguno de los presentes. Cada uno miraba su reflejo con gran interés, analizando todas y cada una de las heridas que habían sufrido a través de su viaje por el templo de Tarenvan. Wander estaba realizando el mismo ejercicio averiguando la suciedad que acumulaba, el gesto encorvado hacia el costado izquierdo por el dolor y la mirada que transmitía un profundo agotamiento.

En toda su vida se había enfrentado a pruebas tan duras y mortales, y eso que durante su entrenamiento en Corgia en ocasiones creyó que iba a morir. Solían organizar circuitos cerrados con obstáculos dementes que contenían pinchos, pesos desproporcionados que debían levantar y caídas tan altas que si no actuabas con cuidado lo mínimo que podía ocurrir era romperse uno o varios huesos. Aun así, el templo de Tarenvan que diseñaron los elfos devotos a Azien resultaba una tortura para aquellos que no fuesen bienvenidos, como los humanos. «Me pregunto qué pasaría si entrase un enano» se preguntó Wander inmerso en su imagen desastrosa.

Tanto el resto de sus compañeros como Shiron y sus soldados continuaban escudriñando sus reflejos, de modo que Wander, aburrido, decidió dar un paseo alrededor de la sala. De todas las que habían estado era la más inofensiva, lo cual agradeció a Azien por tener la piedad de dejar una última prueba sin violencia al final. Se tardaban pocos segundos en recorrerla de una pared a otra y no encontró nada reseñable que pudiera servir para garantizar el éxito en esa prueba. Por más que le dio vueltas no se le ocurría la finalidad de la misma, convirtiéndose de pronto en la más compleja de todas. «Estaba claro que lo más difícil estaría el final» comentó en alto desde la otra punta de la sala.

Regresó junto a Aluna y Phillia y se quedó observando cómo permanecían inmóviles, sin apartar la mirada de su reflejo. Al principio le pareció normal. «Están casadas» se dijo a sí mismo autoconvenciéndose. No obstante, esa calma duró poco tiempo. El bello de su piel se erizó en el momento que agarró a Aluna de la mano, estaba fría. Por más que empleaba toda su fuerza, no era capaz de levantar su brazo. Gritó su nombre repetidas veces, el de Shiron e incluso gritó a los elfos guardianes al oído. Ninguno de ellos reaccionó y ni movió ni un músculo. Temiéndose lo peor, puso su palma delante de la boca y la nariz de Aluna. Seguía respirando. Aquello le relajó un poco, pero seguía sin comprender qué estaba ocurriendo.

Wander dio varias vueltas a la estancia intentando imaginar de qué iba todo aquello. Solo paraba para volver a comprobar el estado congelado de sus amigas. Entonces reparó en los reflejos de ambas. Sus reflejos tenían la misma postura y la misma expresión, pero estaban limpias y sin signo alguno que demostrase que habían sufrido golpes o arañazos. Entrecerró los ojos y los abrió de seguido para confirmar que no estaba teniendo alucinaciones. Los reflejos se mantenían impecables.

—¿Qué demonios pasa aquí? —cuestionó en alto con una vaga esperanza de que alguien le respondiese.

Solo obtuvo el silencio, así que empezó a vagar de un lado a otro caminando a paso ligero. Cada segundo que pasaba sus pasos se aceleraban y su respiración se iba descontrolando. Frenó en seco en mitad de la estancia y miró desesperado a su alrededor, deseando encontrar aquello que terminase con aquella tortura. No vio ningún objeto, palanca o mecanismo que hubiera servido: vio algo peor. Se preguntó como no se había dando cuenta antes, pero su reflejo no seguía sus propios movimientos. Se mantenía estático en la parte izquierda del espejo, justo al lado de Aluna. Otra diferencia respecto al resto de los reflejos, es que el suyo le estaba mirando fijamente.

Wander se movió a la izquierda y su reflejo le siguió con la mirada. A la derecha y ocurrió lo mismo. Justo cuando empezaba a sentirse confuso, su reflejo le devolvió una sonrisa diabólica, inhumana y que hizo que temblase cada uno de sus músculos. Sin previo aviso, el doble del espejo caminó hacia el frente y atravesó la superficie de cristal hasta situarse al lado de la verdadera Aluna. El segundo Wander miró a Aluna y volvió a mostrar aquella odiosa sonrisa. Justo después giró la cabeza con un movimiento amplio, como si se tratase de un muñeco o un monstruo típico que aparecía en los cuentos para asustar a los niños.

Ese doble que nació del reflejo no era como se había visto Wander al entrar. También estaba aseado y sano, como el resto de los reflejos de sus compañeros. La diferencia era que esos reflejos seguían en su lugar y el suyo no. Wander se había enfrentado a sus odiosos compañeros en Corgia, había combatido bestias, a una hidra, un elfo oscuro no muerto y toda clase de bestias que habrían hecho temblar a cualquiera. Sin embargo, verse duplicado, con esa sonrisa inquietante y con los ojos completamente negros se acababa de convertir en el centro de sus próximas pesadillas. Entonces cayó en la cuenta de lo peor: su doble llevaba sus dos armas que lucían el lobo de Calathra con los reflejos de las lámparas de aceite.

—Hola, yo —saludó con una voz de que reverberaba en varios tonos. Ninguna de las dos voces que la componía era parecida a la del auténtico Wander.

Wander se planteó si responder era buena idea o no. Tal vez de eso tratara la prueba, ignorar a tu doble terrorífico. En cualquier caso se sintió como un conejo que visualiza al zorro que está a punto de saltar a su yugular.

—¿Qué sucede? —preguntó con insistencia—. ¿Te ha comido la lengua el gato?

Esa voz aguda y grave al mismo tiempo hizo que se erizasen todos los pelos de su piel. Dio un paso hacia atrás sintiendo como su corazón también sentía el terror.



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En el texto hay: fantasia, aventura, dioses antiguos

Editado: 24.12.2024

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