La actitud del príncipe cambió de manera radical cuando Wander salió despedido desde el interior del espejo. Phillia nunca habría dudado de unas pruebas creadas con la magia de un dios y, al parecer, Shiron tampoco. Estos retos del templo no estaban para impedir que ningún ser vivo llegase hasta la tumba, sino que se idearon para que nadie que odiase la creación o a la raza élfica alcanzase el final. Por ello, el simple hecho de que todos hubieran logrado llegar hasta ese punto, denotaba una evidente intención de paz.
No solo esperaron a que Wander se recuperase de lo que vivió en el espejo, sino que una de las elfas que les acompañaba rebuscó en una bolsa que llevaba atada al cinturón y sacó unas hierbas para tratar la herida en la espalda de Phillia. Su expresión cambió por completo y ahora hablaba con dulzura.
—Esto no es tu magia —advirtió dibujando una sonrisa afable—, pero hará efecto en poco tiempo. Si llegamos a Darelial unos magos blancos te dejarán como nueva.
La elfa lo dejó claro: si llegaban a Darelial. Aunque Shiron y sus soldados habían cambiado de tercio, el trato seguía en pie y si no encontraban nada en el monumento podían darse por muertos. Phillia habría dado cualquier cosa porque los elfos hubiesen mantenido su actitud prepotente, hubieran avanzado sin prestarles ni la mínima atención y de esa manera haber podido hablar con Wander. Él ya había visto el monumento de Rymtarr y esperaba que pudiera darle alguna descripción. Se lamentó no habérselo pedido antes.
Cuando Wander confirmó que se encontraba bien y la elfa terminó su trabajo con Phillia, reanudaron la marcha hacia la última sala del templo, donde en teoría se encontraba el cadáver de una diosa. Phillia se bombardeaba preguntas del estilo de: ¿cómo será el cuerpo sin vida de un dios? ¿Es posible que un dios pueda morir? Y la peor de todas, ¿estaba preparada para el choque de comprobar que era cierto?
Esa última cuestión es la que llevaba días atormentándola y mermando su fe. ¿Podía ser cierto que los dioses murieran años atrás y ahora estuvieran adorando a unos seres que ya no se encontraban entre ellos? Ese interrogante implicaba mucho más de lo que cualquiera habría podido adivinar. Si los dioses podían morir ya no se les podía tratar como seres divinos y omnipotentes y, si estaban muertos, entonces carecía de sentido adorarles. Significaba entonces que podían pertenecer a otra raza que vivió antes que ellos y que, por una razón desconocida, disponían de unos poderes impresionantes. O quizá no, era todo un engaño y al final de ese largo pasillo había un sarcófago vacío que simbolizaba la ausencia de Azien. Ese torbellino de pensamientos e ideas la dejaban exhausta. Gracias a la complejidad de las pruebas ese ruido en su cabeza se silenció. Ahora que estaban a unos pasos de averiguar la verdad habían regresado como una furiosa tormenta de verano.
—Todo está bien, Phillia —intentó animar Aluna acercándose a ella y forzándola a reducir la marcha para alejarse del resto.
—Esa afirmación es muy ambiciosa —respondió de mala gana sin siquiera mirar a Aluna.
—Sea lo que sea el mundo es el mismo. ¿Qué importa que los dioses se hayan ido o hayan muerto?
—Lo importa todo. —Phillia sin quererlo elevó el tono y tanto Wander como la elfa que le había aplicado las hierbas en la herida las miraron extrañados—. Mi vida no tenía sentido hasta que di con la orden. Mi fe en los dioses y en Rymtarr son el pilar que me mantienen en el mundo. No sé qué sería de mí si descubriese ahora que están muertos.
Aluna siguió caminando a su lado mirando como avanzaban sus pies. Phillia sabía que las intenciones de la elfa eran las mejores del mundo, pero ninguno de los que estaban ahí podían comprender cómo se sentía. Al cabo de un rato, Aluna le agarró una mano y caminaron juntas el resto del trayecto. Aquel gesto era mucho más poderoso que cualquier palabra. Phillia miró a Aluna y le regaló una de sus sonrisas más sinceras.
Al fondo del pasillo de roca que recorrían había otra puerta doble. Esta era de acero y medía cerca de tres metros de alto. Estaba cerrada a cal y canto y no había ninguna cerradura. Tan solo una serie de agujeros de diversos tamaños que bordeaban la silueta de las puertas. En cada puerta había un relieve del símbolo de Azien, un semicírculo en la parte superior creado por líneas de diferentes longitudes similar al sol y otro en la parte inferior como si fuera la mitad de una corona de zarzas. Dentro del círculo formado por las dos partes, se podían apreciar dos ojos cerrados grandes con dos orejas picudas, como las de los elfos, y el pico de un águila real en el lugar donde iría la boca.
—Tardaremos un poco en abrir la puerta —anunció Shiron dando indicaciones a sus soldados para que se situasen dos en un lado y el otro junto a él—. Descansad mientras esperáis.
Esa era la oportunidad que Phillia había estado esperando. Haciendo que le costaba caminar, se sentó en el suelo a bastante distancia de los elfos, los cuales estaban empezando a emplear su magia para abrir la puerta. Muy despacio, del suelo emergieron unas hiedras que se iban introduciendo en los agujeros de las puertas e iban apareciendo por otros a la vez que se entrelazaban entre sí. Eso explicaba por qué Shiron no escogió a tres soldados al azar.
—¿Te encuentras peor? —se interesó Wander sentándose al lado de Phillia.
—No, no es eso. Tampoco me encuentro bien. —Su plan para atraer al calathreno había funcionado a las mil maravillas—. Pero tenemos una oportunidad de hablar sin que nos estén escuchando.
Editado: 24.12.2024