La Efigie de Espinas

Prólogo

Largo y amargo es el trago de la vida misma.

¡Oh, pobres aquellos niños que nacen hoy para ver el horrido mañana que les espera tras el diáfano velo del hambre, la agonía y la guerra! Todo para dejar caer enfrente el pesado telón de la muerte.

¡Qué desdicha la de aquellos que fermentan la esperanza día a día con falsas promesas, quienes esperan consumir el alcohol, fruto de sus acerbos intentos por ver una luz donde no la hay, y sorber el tabaco, cosechado de la amarga ambrosia de sus gastadas penas!

¡Que la oscuridad los cubra a todos!

¡Que la distrofia emocional encuentre cavidad en aquellas mentes frágiles que se tuercen con las migajas de la buena fe y sus artimañas hasta encontrar refugio en la locura del ser y su sombra!

¿Y yo? ¿Qué hay de mí? ¿Acaso crees que yo vivo de eso también y sólo estoy aquí parloteando tal cual ignorante responde con un pensamiento fatídico a simplezas no lucubradas, pero opulentas al oído?

Tal vez sea así.

Siendo honesto, ni siquiera yo sé si lo que digo es una verdad absoluta. Creerlo es una falacia. Sólo la gente llena de un profundo ego hace declaraciones. Yo sólo me limito a exponer teorías, razones que deforman y llevan a una conclusión lo más cercana a una realidad no declarada por quien la busca.

En otras palabras, yo también me equivoco, y mucho.

Hace años estudié bastante sobre grandes sapientes de la filosofía y antropología, mismos que se vanagloriaban de poder comprenderlo todo. ¡Qué descaro! Me daba risa escuchar al bobo del profesor levantarse el cuello y el mentón al mencionar sus máximas, mismo que presumía que las había descifrado al evanecerse de compartirnos sus descubrimientos, a nosotros: una bola de adolescentes sin mucho ceso. ¡Vaya parodia, en serio!

Supongo que es una forma de poder ver la vida de una manera más simple: mentiras. Creer que haces un bien a pesar de saber que, sea posible, estés equivocado.

Ella lo dijo una vez. Es algo que la religión de mi madre repetía miles de veces, como aquella Diosa declaraba que la verdad era el único camino a hacer lo correcto.

Hoy en día no tengo idea si estaba en lo correcto o no. Aun así, me ha sido inculcada la honestidad sobre todas las cosas, y he sido una persona muy honrada por ello desde hace años atrás.

Nada de eso me ayudó en su momento…

Las guerras son lo peor que puede existir, y son inescapables hasta cierto punto.

Y no hablo sólo de los conflictos mayores que se presentan entre grandes poderes que conducen entidades federativas o agrupaciones de ellas. No, hablo también de las internas, cómo tus emociones chocan contra tus ideales, tus instintos, tu razonamiento.

Conflictos sin fin que te hacen querer destrozar tu mente y cuerpo una y otra vez, la duda misma de la felicidad ante la amargura.

¿Para qué sentimos emociones? Siempre me lo pregunté como tal. He examinado un millón de veces cómo sería la vida sin estas explosiones de químicos producidas en el cerebro, y es cuando concluyo que llegaríamos a la verdadera paz; no obstante, sería declararnos vacíos de cierta forma. Perderíamos lo que muchos llaman «humanidad».

Es una tontería, de verdad lo es, porque yo amo sentir esto. Me hace sentir vivo, me llenan de esa emoción que me hace olvidar que la vida está llena de muchas más cosas malas qué buenas, pero, al final, para mí, lo bueno tiene un valor más alto que lo malo.

¿Ven? Yo solo solucioné mi predicamento de hace un momento. Hablo por hablar, supongo.

Sí, estoy diciendo que prefiero continuar sintiendo estas cosas, cuyo peso es la agonía de miles de millones de personas allá afuera. ¿Qué prefieres?: Paz absoluta sin sufrimiento o sentirte vivo de verdad.

No me respondas, no quiero escuchar tus mentiras o justificaciones.

Lo que sí quiero escuchar es tu historia. ¿Qué haces aquí? ¿Qué te ha traído a este lugar? ¿Cómo es que no has muerto aún?

Tomate tu tiempo, esperaré con mucha paciencia, porque en serio, me importas, y mucho.

Mi empatía es lo que me ha traído hasta aquí.

Después de decir toda esa sarta de cosas, el hombre se me quedó viendo desconcertado. Supongo que no podía comprender ni siquiera una décima parte de lo dicho. No lo culpo, ha vivido mucho tiempo en la podredumbre, en la miseria, en el olvido, que ha perdido la habilidad de socializar de verdad, de absorber y procesar este tipo de información.

Parece confundido y algo molesto, puede que sea mi tono. La gente me malinterpreta muy seguido, como si les estuviese insultando. ¡Para nada! Mi única razón de ser es ayudar, es ver a las personas más felices y tranquilas.

Veneno para los desdichados, eso es lo que doy. Una prueba de una toxina que elimina sus inquietudes y malestares, al menos por unos momentos, hasta que, tal vez, aprendan a sobrellevar el placebo que es la felicidad, porque en esta vida, el objetivo, es tratar de vivir en dicha el mayor tiempo posible.

¿No? ¿Estás seguro? Está bien, no vengo a aquí a convencerte, no miento.

Pero bueno, el punto es que el hombre no me dijo nada, sólo se quedó parado tratando de hilar algo de manera vaga, austera, vívida y cercana a una respuesta congruente.

Mejor le sonreí de momento, coloqué mi mano sobre su hombro y le di unas palmadas sobre éste, mientras olía el fétido hedor que despedía, aprecié la tierra que removí de sus garras mal habidas que usa como prendas, observé la enorme cantidad de liendres y llagas que posee en su cabello, así como sus podridos y malformados dientes, junto a su costrosa piel cubierta por una enorme capa de tierra endurecida por su propio sudor.

No hay de otra, en definitiva, no. A veces es mejor hacer esto, porque la justicia del mundo no da para este tipo de cosas, y la paciencia, a pesar de no ser una virtud, sino ser LA VIRTUD, no es algo que yo pueda extender a tan altas cumbres. Es mejor actuar rápido, porque las oportunidades igual se pierden con el tiempo.




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