La Efigie de Espinas

Tercera Lección: Modestia

Durante el amanecer, algunas de las plantas del jardín del mago comenzaron a florecer. Ahí cerca, el hombre permanecía para ver cómo el fruto de sus cuidados botánicos estaba brotando frente a sus ojos. Sonriente y plácido, el mago, no pudo evitar sentir una profunda nostalgia.

El viento fresco y el suave sereno deleito el momento esperado. Radimir se acercó a una de sus flores para acariciar suave uno de sus pétalos, percibido la textura de estos y llegándole el leve aroma que la flor recién abierta despedía.

—¡Qué día tan más bello para florecer! ¿No es así, amiga? —dijo el hombre al aire. Luego, dirigió sus ojos hacia el cielo, apreciados los distintos colores que se mezclaban en el firmamento gracias a que la luz apenas y se asomaba desde el horizonte pasando entre las numerosas nubes, creado un espectáculo de luces y sombras bastante peculiar, uno que pocos pueden apreciar en su totalidad.

Pasaron las horas, y Dolores ya estaba lista para irse, sólo le faltaba la libreta que le había regalado su maestro para que estudiase en casa, cosa que hizo sin vacilar una vez que terminó su tarea. Con ello aprendió todo sobre el origen la magia y sus distintos usuarios, no teniendo miedo a que alguien la encontrará infraganti, pues el cuaderno había demostrado que, en efecto, sólo mostraba cosas de historia una vez que ella lo soltaba. Por lo que anoche, cuando su madre se acercó a ella, lo cerró y dejó sobre la mesa, tomado aquel por la mujer mayor sin decir nada y abriéndolo, a la par que preguntaba por él.

Dolores explicó que era lo que había hecho en la biblioteca, y la madre, una vez que lo leyó, se lo regresó a la chica diciéndole «Está bien. Me alegra que estés echándole mucho empeño. Se nota porque no te has despegado de leer esto en todo lo que lleva de la noche». Esas palabras alegraron en sobremanera a la chica, misma que continuó su estudio en paz, hasta que llegó la hora de dormir y se fue a su habitación.

Ahora en la mañana, se hallaba de regreso a su cuarto, donde encontraría a su hermano menor de doce años leyendo su libreta nueva, a la par que la garabateaba con un plumón negro.

—¿Se puede saber qué estás haciendo? —preguntó la mayor al notar que el joven seguía rayando con el plumón permanente sin hacerle caso. La chica caminó hasta el menor para arrebatarle la libreta, pero él la quitó para que la chica no la tomara a la fuerza, viéndola directo a los ojos con enojo.

—¿La necesitas? Ayer te la pasaste leyéndola. Ya te deberías haber aprendido todo. Por eso lo eliminé con este marcador negro —dijo el joven burlándose de la chica—. Alguien como tú no necesita saber estas cosas de la historia. La historia es para gente inteligente y que puede aportar algo a ella. Una tonta como tú jamás hará algo importante. Ya de por si las mujeres ni aportan mucho que digamos a la historia —expresó el joven mirando cómo Dolores comenzaba a agachar la cara. No obstante, la aprendiz recordó las palabras de Radimir al instante y levantó lento su semblante para ver a su hermano de frente, notado eso por el menor, extrañado de la acción.

—¡Lauro! ¡Deja de perder el tiempo y baja a desayunar! ¡Tú también, Dolores! —gritó la madre a los dos hermanos, regresada la libreta a la chica sin ya decirle nada, no quitando su mirada de la adolescente y notando cómo ella sólo abrazó el cuaderno y bajó su rostro.

Dolores, al observar las hojas de su libreta, notó que el marcador sí había lastimado lo escrito, volviéndolo indescifrable a simple vista. No obstante, la dueña había memorizado todo, aunque le hubiera gustado seguir repasando en el camino a su colegio.

Una vez que ya desayunó, la muchacha se apresuró en lavar los platos, despedirse de su abuela con cariño e irse hasta su escuela, a la par que recitaba dentro de su mente los tipos de magia, sus origines y sus ejecutantes, repetido una y otra vez todo para jamás olvidarlo.

Por un momento pensó en anotarlo en su libreta de vuelta, pero no tendría caso. Su hermano volvería a destrozar el texto, por lo que fue mejor dejarlo así y continuar su día normal.

Al llegar a la escuela, la joven notó que en una jardinera se hallaba un banco tirado, lo cual se le hizo un tanto extraño, pero lo ignoró de buenas a primeras, accediendo al aula y notando que el lugar donde ella siempre se colocaba estaba vacío, concluido que la banca que vio afuera era la suya.

De inmediato, miró alrededor y notó a Noeh sentada en el escritorio de los profesores, viéndola de brazos y piernas cruzadas, como esperando a que la chica la buscara. Cuando Dolores se dio cuenta de ello, bajó la mirada y comenzó a temer como siempre lo había hecho. Escuchando cómo su compañera bajaba del escritorio, sólo habiendo un par de chicos más en el salón, distraídos con sus móviles.

—¿Qué vas a hacer, Facilores? —preguntaba la chica al momento de acercarse a la adolescente, recordando Dolores las palabras de su maestro. La chica se mordió el labio inferior mientras trataba de cumplir con su promesa—. ¿Vas a privar a alguien más de su asiento o vas a tener la decencia de ir por el tuyo? —continuaba Noeh, apretados los puños de Dolores y escuchando cómo la chica estaba cada vez más cerca, detenida al haber llegado a estar enfrente de ella.

La respiración de la aprendiz de mago comenzó a agitarse. Recordó las múltiples veces que fue abusada, humillada y maltratada por Noeh y su grupo de amigas; como la arrojaban al lodo, la embarraban de excremento en los baños o le destruían su almuerzo a la hora del recreo; las veces que le jalaron el cabello, le golpearon el estómago, le vertieron cosas encima o le gritaron improperios frente a todos; las múltiples risas, la destrucción de sus cosas, los chismes que hasta los profesores escuchaban y las veces que sus padres le maltrataron por su culpa.

Todo culminó en ese momento. De alguna manera, el odio que Dolores había acumulado durante todos esos años se había reunido en su mente en aquel instante, en el mismo que Noeh pretendía hacerle la vida imposible a la joven.




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