La semana pasó rápido.
Los días parecían ir a paso veloz, más en la tarde, cuando Dolores iba a clases con Radimir, cuya hora de aprendizaje en definitiva parecía apenas un par de minutos. En cuanto a clases normales, la joven estudiaba y ponía su máxima atención a lo que el profesor decía, pues era la única forma en la cual podía acelerar su perspectiva del paso temporal, lográndolo de cierta forma.
El único problema sería la tarde-noche, pues tenía que pasarla en casa, al lado de su hermano y madre, mismos que le presionaban, aunque no le dijera nada, a pesar de ni siquiera estar en la misma habitación.
Dolores día a día salía de su hogar bastante deprimida y regresaba a él llena de energía y felicidad, la cual lograba compartir con su abuela, quien siempre la recibía en la entrada de su morada, dándole a la anciana un fuerte abrazo y beso en la cabeza, tocando su rostro la señora para identificar a su nieta que tanto amaba.
A la par de su tarea, la adolescente cumplía fielmente con sus deberes, además de estudiar un poco lo que anotaba en su cuaderno regalado por su maestro de magia, mismo que su hermano Lauro rallaba una vez que la chica lo dejaba un momento a solas, no importándole en absoluto a la chica que el joven hiciera esto, molestándolo en sobremanera por alguna razón. Gracias a esto último, el joven decidió romper y destrozar por completo la libreta.
El chico estaba en su cama, de su lado del cuarto que compartía con su hermana, postrado tranquilamente viendo su móvil, quedando alrededor de él cada uno de los trozos de la libreta de Dolores que con tanto placer había hecho añicos, sonriendo como un verdadero enfermo al hacerlo. Al entrar a la habitación, la chica vio el desastre, e inmediatamente supo qué significaba. No obstante, simplemente caminó hasta su mochila, la abrió y comenzó a meter los pedazos de su destrozado material escolar de magia sin siquiera pestañar o hacer una señal de preocupación.
Dicha cosa dejó perplejo a Lauro, quien estaba deseoso de ver la reacción de su hermana, mirándola con una depravada sonrisa desde el momento que la muchacha hizo acto de presencia en la habitación.
Él no podía creer lo que sucedía, pues la chica ni siquiera había fruncido un poco el ceño. Parecía una muñeca sin alma, sin expresión al ver su nueva libreta que tanto leía y llevaba con ella completamente destruida.
Parecía una mentira, una broma de muy mal gusto, una falacia, incluso. Su hermana, la que conocía desde siempre, no había reaccionado como él quería. Y por ello, toda la frustración que le hizo destrozar la libreta volvió a él, pero de manera completamente violenta y sin control alguno. Con su enojo multiplicado millones de veces en su cabeza, el puberto se levantó de su cama para lanzarle una patada a su hermana en la cara con su zapato tenis puesto, arrojando a la joven y sacándole algo de sangre, gritando la chica de dolor y siendo sostenida de los cabellos por el adolescente.
— ¿Qué demonios te pasa, maldita imbécil? —Gritaba eufórico el joven, sosteniendo las raíces de su pelo Dolores, a la par que sangraba y lloraba, pues el tenis parecía haberle hecho una cortada en la mejilla.
— ¿Qué pasa? ¿Por qué me golpeas? —Preguntaba confundida la chica, tratando de verle la cara a su hermano, moviéndose para liberarse, pero siendo agitada múltiples veces por el varón.
—Te crees muy chingona, ¿verdad? ¿Piensas que me haces creer que no te importa que te haya quitado tu juguete nuevo? ¡Pues estás muy equivocada, pendeja!
— ¿De qué juguete hablas? Lauro, por favor, suéltame. No entiendo nada —pedía la chica con lágrimas en los ojos, recibiendo una patada del joven en las costillas.
— ¡ERES UNA PERRA IDIOTA! ¡TE ODIO, MALDITA IMBECIL! No te creas superior a mi —al mencionar esas palabras, la madre de ambos se hizo presente, viendo la escena.
— ¿Qué está pasando aquí? —Preguntó la mujer, llamando la atención de ambos jóvenes.
—Mamá, dile que me suelte.
— ¿Ahora que le hiciste, Dolores? —Cuestionó la señora, cruzándose de brazos y observándolos desde la entrada de la habitación—. ¡Suéltala ya, Lauro! —Dicho esto, el joven soltó a la joven y trató de salir de la habitación, pero su madre se opuso a esto, cortándole el paso al chico que casi medía lo que ella, viendo el puberto enojado al rostro de la madre, misma que bajó la mirada y se apartó para que Lauro saliera del cuarto enfurecido, chocando su hombro bruscamente con el de ella, entrando al cuarto la mujer para colocarse al lado de su hija.
Dolores lloraba en el suelo, respirando agitadamente y comenzando a reunir nuevamente los fragmentos de las hojas que estaban tirados por doquier. Ella había reaccionado sin problemas por dos sencillas razones: la primera, es que sabía que Radimir podía reparar su cuaderno sin importar lo mucho que Lauro lo destrozara, así que no había problema en lo que le pasara, sólo ocupaba reunir todos los trozos y entregárselos a su maestro. En segunda, no quería ocasionar problemas con el menor, por ello lo mejor fue tratar de ignorarlo.
Pero se equivocó, ella no tenía idea de lo que pasaba por la mente del joven, por ello no vio venir lo que le sucedió en aquel momento.
— ¿Qué le hiciste, Dolores? —Preguntó la mujer, no viéndole la cara la joven, continuando con la recolección de la libreta.
—Nada, mamá —contestó la chica con honestidad, entre llanto y una voz baja.
— ¿Crees que soy estúpida? —Interrogó furiosa la adulta a su hija, aseverando la voz y dando un zapatazo al suelo, mismo que asusto a la joven.
—Por supuesto que no.
—Algo hiciste para que él se enojara así y te golpeara.
— ¡Juro que no le hice nada! Me la he pasado estudiando y haciendo lo de siempre con buenas ganas. Cuando volví de abajo, porque fui a beber agua, encontré mi libreta de estudios hecha añicos. Comencé a recoger los trozos sin reclamar ni decir nada, y fue cuando Lauro me pateó la cara —lloraba la chica, haciendo un enorme esfuerzo por hilar las palabras sin romper completamente en llanto.