Dolores estaba un tanto confundida. Ver la escena de la mujer vomitando lo que había consumido la dejó en shock como al empleado de la tienda, por lo que caminaba detrás de su maestro con la mirada baja, viendo al hombre ir a la par de su carrito lleno de diferentes víveres.
—Ahora, para llevar esto a casa, puedo emplear dos… —comenzó a explicar el hombre, viendo el rostro de la chica y notando lo angustiada que estaba—. ¿Pasa algo, damita? —Preguntó el hombre, llamando la atención de la joven, misma que apretó los labios y dijo lo que pensaba en voz baja.
—Es que se me hizo un poco rudo lo que le hizo a la señora —expresó la chica, escuchando la risa de su maestro—. ¿No cree que excedió la mano?
—Para nada —explicó el hombre, terminando de reír de inmediato—, y eso es porque la gente es muy terca. Cuando los humanos están muy cómodos, se vuelven demasiado obstinados. Tienden a creer que pueden hacer y deshacer con todo sin pagar consecuencias grandes. Y lo peor es que escala muy pronto, pues al verla tomar esos productos con tanta naturalidad, me hace pensar que lleva una vida sustrayéndolos, y es más, posiblemente haga cosas peores, como robar mucho más a alguien o algo —explicó el hombre, no tranquilizando esto a la adolescente.
—Entiendo… —respondió la joven, aún con la mirada baja.
— ¿No estás de acuerdo? —Preguntó el mago, dirigiendo su rostro Dolores hacia él, notándolo molesto—. Crees que la mujer debió irse sólo con la advertencia, ¿no? Pues no iba a servir de nada, me hubiera ignorado y seguiría haciéndolo —aseveró el hombre, provocando que la chica bajara el rostro—. ¡Mírame cuando te hablo! —Ordenó el hombre, teniendo que caminar y tomar el mentón de la joven para levantar su mirada hacia él.
—Perdón…
—Si no puedes entender lo que digo, no te puedo enseñar magia —al decir esto, la joven agachó su rostro nuevamente, regresándolo Radimir hacia arriba, teniendo que usar algo de fuerza por que la chica lo forzaba a aquedarse abajo.
—Ya no lo voy a molestar…
—Era broma —dijo el hombre, consiguiendo ver su alumna la sonrisa de oreja a oreja que tenía él justo cuando el mago consiguió levantarle el rostro.
— ¿En serio?
— ¡Claro que sí! ¡Ja, ja, ja! La cara que pones, damita, no tiene precio. Yo no voy a pedirte cambiar de opinión sobre algo que piensas. Si crees que la mujer merecía un trato mejor, ¡está bien! ¡Todo está muy bien! Acepto que estamos en desacuerdo, y puedo vivir con ello de manera pacífica contigo, respetando tu opinión. Eso es a lo que yo llamo «paz verdadera» —expresó el hombre, dando unos pasos lejos de la chica al dar su pequeño discurso, haciendo ademanes un poco teatrales, finalmente observando a la joven y viendo su rostro dirigido al suelo.
—Lo siento… —replicó Dolores muy apenada, con una voz un tanto quebrada.
— ¡No! Damita, por favor. No te sientas mal por haber malinterpretado todo —mencionó el mago, colocando ambas manos sobre los hombros de su alumna, encogiéndose ésta al sentir aquello—. Perdóname a mí, creo que a veces olvido que no todos son como yo —dicho esto, Radimir acarició la cabeza de la chica, para luego tomar una de sus mejillas y levantar nuevamente su rostro, sonriéndole tiernamente—. Recuerda que las palabras pueden dañarte tanto como tú decidas. Por más mal que hagas, por tanto que te equivoques, siempre tienes que penar en cómo las acciones de los demás y lo que digan tienen control sobre ti, y hacer que eso sea algo que tú meramente decidas. No dejes que nadie pueda lastimarte con sólo decirte o hacer algo sin tocarte —lo dicho por el hombre provocó una ligera sonrisa en la chica, cosa que le puso muy feliz a su maestro, separándose de ella para acercarse a sus compras.
—Gracias, maestro —expresó la chica, deteniéndose el hombre y volteándola a ver.
—Gracias a ti por escucharme —al decir esto, el mago volteó a ver lo adquirido, riendo un poco al pensar en algo diferente—. ¿Qué te parece si tú decides cómo nos llevamos esto? —Preguntó el hombre, poniendo feliz a la menor esa idea.
— ¡Me encantaría! —Expresó la joven con alegría, comenzando a dar las opciones el maestro.
—Existe la opción de «levitar», un hechizo que provoca que los objetos floten. Podríamos llevárnoslos como globos todo el camino. La otra es «animar objeto» y hacer que esas estatuas de perritos hagan el trabajo por nosotros —mencionó el adulto, señalando unas figuras de barro de perros sentados con una pata arriba que estaban en el mostrador de una tienda, las cuales eran un poco más grandes de 60 centímetros.
— ¡La segunda suena interesante! —eligió la aprendiz, sonriendo el mago al escuchar esto, dando unos pasos hacia las estatuas de los perros, respirando profundo con los ojos cerrados y abriéndolos rápido al momento de exhalar todo el aire que había inalado.
—Biarc Oztov’ten —conjuró el mago, comenzando diez estatuas de los perros a ser llenadas con magia, temblando aquellas un poco al inicio, emocionándose Dolores al notar que el poder del hombre estaba haciendo efecto; pero luego, éstas comenzaron a agrietarse, temblando cada vez más rápido y destrozándose los objetos para ser llenados con una especie de energía celeste que irradiaba los espacios que las fracturas creaban.
Diez de las figuras de barro consiguieron levantarse, abriéndose los hocicos de estos gracias a que se rompieron, emanando un extraño humo celeste de las grietas, brillándoles los ojos y moviéndose de maneras un tanto extrañas al caminar o simplemente estar parados en sus cuatro patas, como si temblasen.
Dolores, al notar esto, se decepcionó un poco, girando su cabeza el maestro con una gran sonrisa para ver la reacción de la chica, misma que le dedicó una cara de alegría combinada con nervios, pues no esperaba lo que veía.
—Impresionante, ¿no lo crees? —Preguntó el hombre de manera alegre, comenzando los perros a recoger las bolas del mandado con sus hocicos.