La Efigie de Espinas

Novena Lección: Presencia oculta

La noche comenzó a caer, al igual que la luz del satélite natural resplandecía en lo alto del cielo, viéndose cada vez menos personas transitar por las calles, habiendo un extraño silencio entre todas.

Sarutobi iba caminando por la calle en regreso a con Radimir, siendo ignorado por la mayoría de las personas, incluso algunas le decían palabras lindas que se acostumbran mencionar para llamar la atención de los perros, dejándose acariciar el can por estas personas, moviéndoles la cola y sonriéndoles con la lengua de fuera.

El paseo fue bastante lindo para el animal, tanto así que decidió darse una pequeña vuelta cerca, desviándose del camino hacia su hogar, jugando con niños y sus padres, ladrando a gatos y haciendo amistad con otros perros.

Finalmente, la noche había caído en su totalidad, las personas escanciaban aún más y las nubes de lluvia empezaban a hacerse presente. Sin mucho más qué esperar, una ligera llovizna cayó sobre la ciudad, comenzando el can a regresar a casa, notando a las diferentes personas que pasaban cerca llevar paraguas, o corriendo para no mojarse tanto.

Sin embargo, de la nada, escuchó cómo alguien reía, a la par que parecía estar chacoteando cerca del perro. Se trataba de una mujer, la cual saltaba alegremente en los diferentes charcos que se estaban formando, mientras reía a todo pulmón feliz, bailando entre la lluvia con las manos abiertas, mirando al firmamento.

Sarutobi, precavido, se escondió detrás de unos arbustos y miró con cautela a la mujer, misma que comenzaba a vocalizar, atrayendo a un montón de niños que salieron de todas direcciones, chapoteando estos entre las acumulaciones de agua, jugando alrededor de la misteriosa mujer de prendas un tanto rurales.

Fue entonces que ella comenzó a cantar.

Vengan todos, amiguitos, a disfrutar. La lluvia, nuestra amiga, nos viene a visitar. Todos tienen, muchas ganas, de jugar. Hambre tiene, la mujer, que los vino a invocar —dicho esto, todos los infantes, aparentemente hipnotizados, se acercaron a la extraña dama, la cual se detuvo, levantando sus manos lentamente, haciendo esto mismo todos los niños, brotando gran cantidad de raíces de los suelos que atravesaron la piel de los pies de los pequeños, invadiendo las plantas sus cuerpos hasta que deformaron tanto que se perdieron entre la múltiple madera que al final terminó convirtiéndose en árboles, mismos que ocultaron a la mujer, escapándose una extraña luz de en medio de la acumulación de flora, apagándose al final y dejando ver cómo una enorme lechuza salía de entre las ramas volando alto y chistando, desapareciendo entre la lluvia.

La escena dejó congelado al can, y tan pronto perdió de vista a la mujer, corrió con todas sus fuerzas a la casa del mago.

Desgraciadamente, al transitar por las calles, empezó a escuchar cómo chistaban a lo lejos, por lo que buscó con su mirada por todas partes a la enorme lechuza, no teniendo éxito, escuchándose aquel sonido más y más fuerte, llegando a un punto donde aquel decidió esquivar instintivamente, saltando hacia su costado, agrietándose el suelo, revelando así a la gigantesca lechuza, misma que se había vuelto visible de momento.

—Ese símbolo en tu prenda… Tú no eres de aquí. ¿Verdad, pequeño? —Dijo el enorme animal, observándolo con sus enormes ojos dorados—. Soy la única que puede cambiar de formas entre todos, lo que significa que no eres a quien busco; pero si puedes guiarme a ella o él —al decir esto, la lechuza extendió sus alas y levantó el cuello, comenzando la lluvia a intensificarse, al igual que enormes relámpagos cubrían el cielo, azotando el viento los cuerpos de ambos.

Sin pensarlo más, Sarutobi aulló al cielo, y de inmediato un círculo mágico se dibujó debajo de él, envolviéndolo en poderosa y brillante luz.

La lechuza, sin pensarlo, tiró un enorme chistido y se abalanzó en contra del can, desvaneciéndose aquel antes de ser atrapado por las enormes garras de ésta, despareciendo.

—Qué lástima, creí por un momento que hoy me iba a divertir; pero al menos sé que estás cerca. Y ese tipo de magia, es sin dudas arcana. Espérame, mago bobo, que voy a encontrarte a ti y a tu estúpido perro —declaró la mujer, escuchando cómo alguien se caía al lado de ella en el agua, descubriendo a un hombre de edad avanzada que le veía espantando, encontrándose reflejado en los enormes ojos de aquella mujer transformada, misma que decidió ignorarlo, retomando vuelo y desapareciendo entre la lluvia.

Por otro lado, Radimir estaba bebiendo una taza de café, observando la lluvia desde la comodidad de su sala, habiendo encendido su chimenea, escuchando la radio que parecía estar en un idioma completamente diferente al que se suele escuchar en la región.

De la nada, pudo escuchar un aullido por toda la casa, cambiándole su expresión tranquila y alegre a una de completa mortificación, soltando la taza, dirigiendo su mano hacia un espacio vacío y conjurando un poderoso hechizo.

La taza cayó al suelo y se quebró, al mismo tiempo que un poderoso circulo mágico apareció, trayendo a Sarutobi a la escena, completamente asustado pero sano.

Radimir corrió hacia su amigo y lo sujeto, buscando entre su pelaje algún tipo de herida, no hallando nada.

— ¿Estás bien? ¿Qué ocurrió? —Preguntó el mago, mortificado y viendo el rostro del can, mismo que comenzó a ladrarle de momento, llorando un poco aterrado—. Ya veo… así que finalmente una de ellas ha logrado encontrarme —expresó el mago, poniéndose de pie y secando a su amigo con un simple hechizo después que él mismo se sacudiera un poco.

El mago caminó de vuelta a la ventana y miró el cielo, reparando la taza rota y regresando el café que ésta tenía dentro, viendo el contenido con algo de melancolía, sin ya decir nada.

Su amigo, al verlo así, ladró un poco, acercándose a él y sentándose a su lado, moviendo su cabeza de lado y llorando un poco, en señal de estar preocupado.




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