La Efigie de Espinas

Décima Primera Lección: Coincidencia

El clima parecía cambiar a paso veloz desde un par de días atrás, cosa que la gente notaba con algo de sutileza, alertándose aquellos supersticiosos, ignorándolo quienes no caían fácilmente en creencias culturales, volviendo el hecho un tanto común entre la población, algo que personas como Dolores no notaban en realidad: la reacción de la gente ante pequeños pero extraños sucesos.

Por su parte, en una zona un tanto cercana, en la madrugada, un joven de unos quince años corría desesperado entre el alto pastizal a la luz del satélite natural, temeroso, abriéndose paso entre la yerba usando sus manos tanto como podía, escuchando un fuerte y monstruoso chistido oírse en el cielo, acercándose cada vez más.

De pronto, sobre aquel joven, una sombre se postró, mostrando las enormes alas de la criatura que iba detrás de éste, volteando hacia atrás el perseguido para observar cómo la gigantesca ave se abalanzaba sobre él, destrozando su carne con sus enormes garras, gritando el adolescente mientras lloraba, pidiendo piedad a la bestia que se preparaba para matarlo.

Mientras tanto, Radimir fue despertado por los ladridos de Sarutobi, mismo que parecía estar en el sótano, levantándose el mago y corriendo de inmediato hasta allá, notando que el perro parecía ladrarle a la mesa con el mapa, estando uno de los cristales moviéndose como loco, tratando de quitar de encima el único que estaba de pie.

— ¡Qué malditas! Ahora entiendo porque el mapa ya no las detectaba, han estado privándose de usar magia todo este tiempo… No sólo fue el ancla. Debí suponerlo —Al decir eso, Radimir puso su mano sobre el papiro y dio una orden que activó con mana—. ¡Luxen! —Al decir aquello, el mapa pareció extenderse sobre la zona en donde ambos cristales chocaban, hasta que fue lo suficientemente grande como para que ambos se separaran, marcando el lugar exacto de la ubicación donde ocurría el ataque.

— ¿Qué demonios haces? ¡Baltkoi Shutov! —Ordenó el mago, formándose figuras sobre el papel, relieves que mostraban lo que había exactamente en el área, haciendo más grande Radimir el área donde estaba aquella mujer, viendo con certeza el ataque e inmediatamente usando su magia en un costado de donde estaban, uno vacío—. Cuento contigo, amigo —confió el mago en el can, quien se preparó para saltar, mirando de frente donde Radimir ejecutaría un hechizo—. ¡Akon Tenhak’Ien! —Conjuró el mago, dibujándose un símbolo mágico en el suelo, mismo que fue creando las aristas de un rectángulo hechas de luz, las cuales invocaron una especie de puerta de cristal que fue abierta, revelando del otro lado la escena del ataque en cuestión, saltando Sarutobi a ella, atravesando hasta el pastizal, en donde la enorme lechuza le volteó a ver con sus enormes ojos, observando del otro lado a Radimir, sonriéndole confiado.

El animal trató de esquivar al perro, pero éste iba directo con el muchacho, a quien sujeto con su hocico y ágilmente subió a su lomo, corriendo de vuelta a la puerta, llevándoselo.

Al notar aquello, la lechuza trató de atacarlo, conjurando rápidamente Radimir otro encantamiento.

¡Moujoh Gidahl! —Gritó el mago, invocando un montón de cadenas mágicas que brotaron del suelo, atrapando inmediatamente al enorme animal hasta jalarlo a la tierra, rompiéndolas rápidamente con un enorme grito, sólo pudiendo observar cómo Sarutobi atravesaba la puerta y Radimir la cerraba de inmediato, despareciendo al instante.

El can dejó caer al muchacho, mismo que parecía estar muy gravemente herido, con profundos rasguños que le estaban succionando la vida de inmediato.

— ¡Amigo, trae la más fuerte que halles! —Ordenó el mago, corriendo el perro hacia otro lado del sótano, tosiendo gran cantidad de sangre el chico, viendo que no se encontraba donde antes.

— ¿D-dónde e… e-estoy? —Preguntaba lastimosamente el adolescente, llegando Sarutobi con un frasco que poseía un liquido rojo bastante vivido dentro.

—Escúchame, te lo resumiré: vas a morir a menos que me respondas lo siguiente con honestidad. ¿Qué hacías antes de que te atacaran? —Tajó el mago serio, destapando el envase, viéndolo confundido el menor.

—Mi hermanito… está perdi… perdido… Salí a… buscarlo… p-pero… esa cosa…

—Suficiente —interrumpió Radimir, entendiendo a dónde iba eso—. Te advierto que va a doler, y mucho —pronto, el hombre vertió el líquido sobre las heridas del muchacho, mismo que comenzó a gritar de dolor, como si se le quemara por dentro, pues la sensación de la poción de curación era así de agresiva, pero sus efectos le salvarían sin lugar a dudas.

Pronto, el hombre acobijaría al chico ya con su cuerpo vendado, poniéndolo en una cama que tiene en su casa para inquilinos, sentándose al lado de él, acariciándole el cabello tiernamente a la luz nocturna.

—Es sólo un niño, preocupado por su hermanito… El cual seguramente está muerto… —explicó el mago, viendo el rostro de a quien acababa de salvar, mientras Sarutobi se acercaba a él chillándole, preocupado—. Perdón, amigo… Es sólo que no entiendo cómo es que pueden hacer este tipo de cosas… Yo… —suspiró Radimir después de hacer una pausa, acariciando la cabeza del can—. No quería salir a buscarla, pero me temo que deberé hacerlo, o personas cercanas a nosotros estarán en peligro —explicó el hombre, poniéndose de pie y yendo hacia afuera de la habitación, acercándose Sarutobi al joven para lamerle su piel descubierta de la espalda, oliendo algo raro cerca, ladrándole de vuelta al mago.

Radimir se extrañó de esto, observando cómo el perro le indicaba que buscara en el bolsillo del joven, caminando hacia él y registrando aquel compartimiento de la prenda, encontrando algo que sin dudas le preocupó.

Las clases de Dolores ni se sintieron para la joven. Su emoción por ir a su sesión mágica de campo era tan grande que nada en el mundo podría impedirle proyectarse todo el tiempo a ella misma y a Radimir explorando un nuevo lugar juntos donde seguramente aprendería algo nuevo.




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