Las calles comenzaban a oscurecerse, a la par que parecían ser interminables, comunicándose Dolores con Sarutobi telepáticamente, quien estaba apenas saliendo de hacer las compras para la casa de la chica, mismas que aprovecharían para realizar el cambio, mostrándole la joven al can lo que había escuchado, mortificándose éste y yendo hacia donde podía ver que venía la chica.
Mientras tanto, un fuerte chistido se escuchó en el cielo, notándose la enorme sombra de un ave que parecía cada vez acercarse más al suelo, buscando a su próxima víctima.
Radimir, desde su casa, bebiendo vino en una copa que poseía figuras de ramas en su cáliz, notó que nuevamente los cristales del mapa comenzaban a moverse, acercándose a él y usando su magia para ver la zona donde sucedía esto, mortificándose al notar lo que pasaba.
Dolores continuaba corriendo, mientras que el ave se acercaba más y más, abriendo sus garras, listas para despedazar a su víctima, transformándose Sarutobi en can, sosteniendo las bolsas con su hocico, tratando de ir lo más rápido posible hasta donde se encontraba la alumna.
— ¡Vamos! Puedes lograrlo… —Decía el mago, observando la persecución, mortificado, planeando qué hacer, finalmente viendo cómo aquel animal falló en capturar a su presa: una mujer joven que consiguió llegar a su casa antes que le lastimase su perseguidor.
Por otra parte, Sarutobi y Dolores finalmente se encontraron, abrazando la chica al perro, poniéndose en cuchillas para verlo a la cara.
— ¡Sarutobi! No hay tiempo que perder. Por favor, vamos con el maestro. Debe saber estas cosas —al mencionar aquello, Sarutobi dio un par de pasos hacia atrás, soltándolo Dolores y negando con la cabeza hacia ella, ladrando luego—. ¿No quieres decirle? ¡No quieres que vaya yo! —Asintió el can, ladrando nuevamente y moviendo sus patas delanteras inquieto—. Ya entiendo, es mejor que ya te vayas. Gracias por hacer las compras, prométeme que vas a cuidarte. Yo volveré directo a casa, te veré la siguiente semana —al decir esto, Sarutobi asintió una vez más y se fue corriendo del lugar, dejando sola a Dolores en medio de la calle, dando inicio a correr nuevamente para llegar a su casa lo más rápido posible, pues entendía que retrasarse le podría costar un regaño.
Al llegar a su casa, la chica encontró a su madre esperándola en la puerta, quitándole las bolsas del mandado para luego pasarla a la sala, en donde se hallaba una vecina, misma que vio extrañada a la chica.
—Señora Ruiz, buenas tardes…
—La señora Ruiz dice que te vio irte corriendo del supermercado hacia una dirección contraria a la casa —dijo la madre, espantando eso a Dolores, volteando la chica hacia ella muy asustada, notando que no estaba aparentemente su padre ni su hermano.
—Yo…
—Las dejo, sólo quería avisarle que me pareció extraño, hija. Te veías asustada y pensé que algo malo le había pasado a alguien. Nos vemos —explicó la mujer, abandonando a ambas, golpeando la madre a su hija a puño cerrado tan pronto la puerta de la casa se cerró, cayendo Dolores al suelo por el puñetazo que recibió en el rostro, sobándose la madre por el dolor que ella misma se había provocado.
— ¡Mira lo que provocas! Maldita pecadora ingrata. Tu hermano me dice que en la tarde siempre te encierras en el baño, a hacer no se qué. Estoy segura que cometes actos pecaminosos bajo el techo que tu padre, con todo su amor, nos da, niña zopenca —aseguró la adulta, teniendo Dolores el rostro mirando al suelo, volviéndole a pasar lo mismo que con su hermano, dejando de escuchar lentamente lo que la madre estaba diciéndole, hasta llegar al punto en donde no escuchaba ya nada.
La mente de Dolores se sumió en un vacío oscuro, siguiendo un sinuoso camino que le llevaría hasta pensamientos nauseabundos, repletos de malicia pura y deseos malditos, mismos que la humanidad catalogaba como siniestros, encontrando un oscuro placer en todos ellos, viéndose la chica perpetuando dichas acciones una y otra vez en contra de quienes más la lastimaban, notando el rostro de su madre entre ellos.
La joven dirigió sus ojos hacia la cocina, y vio colocado sobre una alacena un montón de cuchillos, mismos que la hipnotizaron mientras su madre la jalaba del cabello, notando la mujer que la mirada de la chica estaba en otro lado, siguiéndola y percatándose de lo que ocurría, soltándola y dejando que cayera al suelo, retrocediendo un par de pasos ante esto.
—Ya estás perdida, Dolores… El demonio está dentro de ti, lo dejaste entrar. ¡Complotas en contra de tu familia! ¡En contra de tu madre, que te dio la vida! Lo ves ahora, ¿cierto? Cómo aquellos pecadores han conseguido llenarte de esos pensamientos oscuros que te están seduciendo para que hagas cosas malévolas… Tú no eres mi hija ya, Dolores. ¡Te desconozco! —Pero antes de poder decir algo, un auto se estacionó en la cochera de la casa, preocupada la madre por esto, viéndola la joven siniestramente desde el suelo—. No voy a comentar nada a tu padre, jovencita. Voy a pasarlo por alto por tu bien, porque yo sí te quiero a pesar de todo, pero espero sea la última vez que te pones en mi contra —dicho esto, la mujer fue a recibir a los hombres, mientras que Dolores se fue a su habitación, encerrándose en ella sin importar que su hermano fuera a reclamarle, viéndose enfrente de un espejo que tenía cerca de su cama, notando las lágrimas que brotaban de sus ojos sin sentir tristeza alguna.
Los días pasaron de manera un tanto normal, hasta que el esperado primer día de la semana regresó.
En todo ese tiempo, Dolores se privó de mandarle mensajes a Erick por temor a ser descubierta, hasta que salió de casa le envió unos cuantos, respondiéndole el chico con un video que le pidió ver de inmediato.
Se trataba de una grabación hecha por el muchacho a su televisión, la cual mostraba un noticiero local, escuchando Dolores no con mucha claridad lo que decía el reportero, teniendo que poner atención primero la chica a la voz, acercándose el móvil al oído, impresionándole lo dicho.