La Efigie de Espinas

Décima Sexta Lección: Amor

Las lecciones de magia acabaron por aquel día después de la demostración de el último objeto elegido por Erick y el anterior, mismo que solamente probó el recién mencionado. Dolores decidió no hacerlo, por miedo a lo que podría ver a través de las gafas, cosa que no extrañó para nada a su maestro, al contrario, lo dejó feliz de que tomara una decisión inteligente ante tal cosa como lo sería un posible veneno para su salud mental.

El mago se despidió de los chicos, a la par que Sarutobi los acompañó al momento de salir de la casa, pues iría hasta la morada de Dolores para asegurarse que las cosas siguieran a favor de la chica.

Mientras iban hasta la estación del tren ligero, donde podría subir el can con la chica, ésta iba platicando con el joven de lo vivido, a la par que comentaban algunas cosas más sobre dichas experiencias y curiosidades que pudieron notar a lo largo de la clase.

—La verdad temí por un momento que extraerían mi alma para que vieras cómo funciona la caja esa —comentó nervioso Erick, haciendo reír esto a Dolores.

—Por supuesto que eso no iba a pasar. Esa fue la razón por la que le pregunté al maestro que sí íbamos a probarlas. Quería saber en qué ser vivo pondríamos a prueba dicha cosa.

— ¿Te hubiera gustado verla funcionar?

—La verdad, no… Suena horrible… como el hechizo ese de «Pagar la muerte».

—Ni me lo recuerdes. Tuve pesadillas con tan sólo escuchar el relato del señor Radimir —confesó el joven, suspirando un poco—. De todas formas, me pareció que lo que viste hoy fue excepcionalmente interesante.

— ¿Verdad? Yo creo que es de las mejores clases que he tenido.

—Seguro que sí. Aunque… hubo algunas cosas de las cuales me sentí un tanto agobiado —mencionó el muchacho, apretando un poco los labios y bajando la mirada.

— ¿Cómo cuáles?

—Pues… la historia del maestro sobre la efigie de espinas. ¿No lo viste? Parecía… triste.

—Algo así noté. Aunque a mi me pareció más nostalgia que tristeza lo que había en su mirada.

—Él dijo «tetai» o algo así, ¿no? El lugar de donde viene.

—Es «Ttetain» y sí, es la tierra de donde proviene el maestro.

— ¿Y eso dónde se encuentra?

—Pues… —antes de responder, la chica volteó hacia Sarutobi, mirándole el perro con decepción, expulsando aire del hocico y apartando su mirada orgulloso de Dolores en signo de no importarle lo que diga.

— ¡Ja, ja, ja! ¿Crees que el perrito le dirá al señor Radimir? —Se burló el chico por unos momentos, notando que el can le miró con desprecio, poniéndolo un tanto nervioso—. Espera… ¿puede?

—Me parece que esto es algo que debe contarte el maestro. Son cosas personales de él, no temas y pregúntale cuando lo veas la próxima vez —aseguró la muchacha sonriente, generando un poco de alivio en su amigo.

—Está bien, lo haré. Me parece buena idea. Además de eso… quería preguntarte otra cosa.

—Sí, adelante —alentó la chica jovialmente, mirando los ojos penosos del adolescente.

—El señor Radimir dijo que todos los objetos que estaban en el sótano, excepto la efigie de espinas, eran mágicos, ¿no?

—Así es…

—Incluyendo las copas… —estas palabras consiguieron que la chica cambiara su expresión tranquila a una sorprendida y un tanto mortificada, llamando esas palabras la atención de Sarutobi, quien miró a los jóvenes atento—. ¿No lo notaste? Cuando hizo el hechizo ese para detectar la magia… las copas también brillaron —las palabras del muchacho dejaron pensando un poco a Dolores, misma que detuvo su caminar para pensar un poco lo dicho, haciendo lo mismo sus acompañantes.

—Es cierto… Todo el estante de copas también emitió luz… No obstante, es extraño. El maestro nunca me había mencionado que tuvieran propiedades mágicas. Me dijo que efectivamente las había recolectado de diferentes lugares, y que cada una de ellas había sido fabricada en su lugar de provenir; mas nunca mencionó nada sobre poseer magia. Tal vez los estantes en donde las tiene colocadas poseen algún tipo de hechizo para que no las roben o algo así…

— ¿Y las copas son más poderosas que los demás objetos? El señor Radimir tiene un fragmento sólido de tiempo y una caja que absorbe almas, ambas desperradas en una mesa junto a otro montón de cosas, todas sin protección alguna. En cambio, las copas parecen estar mejor resguardadas. No lo sé, tal vez es sólo un capricho del hombre y nosotros pensando de más las cosas.

—Puede ser —dilucidó Dolores, retomando su andar—, el maestro es un tanto excéntrico. Lo he visto hacer cosas muy raras sólo por diversión, y no me extrañaría que sus objetos favoritos los tenga tan bien resguardados por si alguien se mete. Es más fácil que destruya una copa de vino que una prisión hecha por magia para un fragmento de tiempo.

—En eso tienes razón.

—Seguramente es una tontería así. El maestro es misterioso, y sus motivos, a veces, lejos de ser lógicos, parecen simples caprichos. ¿No es así, Sarutobi? —Al hacer esta pregunta, la chica volteó hacia el can, mismo que evitaba contacto visual con ella, poseyendo un rostro de molestia, como si no quisiera que lo incluyeran en la plática.

—Por cierto. No te dije, pero Emms enfermó ayer —comentó el chico, llamando la atención de su amiga.

— ¡Oh! Por eso no lo vi en clases.

—Sí… Estuvo ayudando a su hermana a limpiar el baño, y el tonto se metió a su recamara todo mojado, con el aire acondicionado prendido… Ni siquiera hace tanto calor, pero su madre siempre lo tiene puesto si no es invierno.

— ¿En serio?

—Sí, es que la señora es del norte. Allá el clima más caluroso es de 25 grados. Es comprensible —aclaró Erick, impresionando a Dolores esto.

—Vaya, a de pensar que estamos en el trópico aquí —una vez dicho esto, ambos llegaron hasta la estación del tren ligero, donde se despidieron con un apretón de manos, acariciando la cabeza de Sarutobi Erick al final, tomando paso para ir a su casa.




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