La Efigie de Espinas

Décima Séptima Lección: Caza

Las noches comenzaban a volverse mucho más frías de lo normal, pues el equinoccio otoñal estaba cerca.

Las calles parecían, de buenas a primeras, ser más y más oscuras, abandonadas, completamente gélidas gracias al fresco viento que les azotaba en las horas nocturnas.

Cerca de un parque, en una colonia pequeña, una mujer recolectaba lo que parecían ser flores, tarareando tranquilamente una bella canción, creando una preciosa corona de flores, la cual vería orgullosa y con gran enjundia al terminarla.

A la par de ello, unos cuantos niños se acercarían a ella, aparentemente hipnotizados, como si les hubieran hechizado.

—Me parece que es una buena noche para encontrarlo. Sé que hoy daré en el clavo finalmente —dicho esto, la mujer se pondría de pie, caminando hacia una niña de cabello rizado y piel oscura—. Ustedes van a ayudarme a que lo consiga, a que yo gane este tonto juego; pero para eso, tienen que ceder su libertad… ¿Lo harían por mí? Somos amigos, ¿no? —Preguntó la mujer, asintiendo todos los niños con sus cabezas, apenados, colocando ella la corona encima de la pequeña que tenía enfrente—. Muy bien, en ese caso, será mejor empezar ya…

La mujer se puso de pie, caminó hacia el centro de los infantes, mismos que se tomaron de las manos y cantaron a la par de aquella adulta, dibujándose un círculo mágico gigantesco bajo sus pies, iluminándolos a todos hasta crear una enorme columna de luz.

Pronto, el mapa de Radimir comenzaría a reaccionar, moviéndose el cristal que apuntaba a la hechicera, marcando su posición exacta.

El mago, ni corto ni perezoso, buscaría de inmediato la dirección para apersonarse, encontrándose listo para combatir a la mujer.

—Es hoy entonces, amiga —dijo al aire el hombre, preparado para convocar un portal que lo llevaría hasta allá; no obstante, el cristal cambió de posición bruscamente, moviéndose hacia otra área del mapa un tanto alejada de la primera marcada—. ¿Qué demonios? —Expresó impresionado Radimir, acercándose al papiro, notando cómo aquel cristal cambiaba una y otra vez de lugar como si fuera de manera errática, mas el mago encontró un patrón y de inmediato calculó dónde aparecería nuevamente, por lo que salió de su hogar a pie, ya que el sitio estaba relativamente cerca.

Por su lado, una enorme lechuza comenzó a surcar los cielos, chistando al moverse entre las sombras nocturnas, buscando con su mirada algo que pudiese ayudarle a encontrar al mago, emitiendo nuevamente un fuerte sonido, mismo que desplegó una onda mágica, la cual cubrió cierta zona sin tener éxito alguno de hallar algo.

Radimir corría, escuchando aquel extraño sonido, percatándose del enorme animal que estaba en el cielo, el cual sin dudas estaba buscando algo.

—La búsqueda termino, amiga. Aquí estoy… —comentó el mago con una enorme sonrisa, preparando un hechizo para conseguir saltar muy alto, esperando el momento preciso para interceptar al ave.

Al tenerla ya cerca, el hombre doblaría sus rodillas y saltaría enormemente hasta el cielo; mas el ave bajaría de repente hacia una casa, como si fuera contra algún objetivo ya visto.

— ¿Qué le pasa? —Se preguntaría el hombre, observando el extraño comportamiento de aquel animal.

La hechicera, por su lado, había finalmente encontrado con su grito un hogar en donde brillaba una intensa luz verde, por lo que bajó hasta allá a gran velocidad, con el objetivo de hallar algo especial, abriendo sus enormes ojos de lechuza, chistando en favor de atemorizar a quien sea que estuviese cerca.

Viendo cómo vuela en picada, Radimir no tuvo otra opción más que utilizar el hechizo de vuelo sobre sí mismo para ir en contra de la lechuza en favor de interceptarla antes de que hiciera daño a alguien más, yendo a gran velocidad, hasta que finalmente consigo llamar la atención del animal, mismo que detuvo su caída, volando enfrente del hombre, el cual se detuvo en el cielo para ver de frente al enorme ave, sostenido por enormes y bellas alas mágicas cristalinas de color celeste.

—Finalmente estamos reunidos aquí, hermana mía. Me encontraste, tienes ese mérito. Ahora comencemos nuestro combate —enunció el hombre, notando cómo aquel ser le chistaba agresivamente, extrañando aquello al hombre, viendo cómo el animal se le iba encima bruscamente, lanzándole un hechizo para sostenerlo con cadenas mágicas, envolviéndolo por completo y sujetándolo ahí en el aire, utilizando luego un conjuro para poder entender a los animales.

La habitación de una joven adolescente se encontraba en completa penumbra, siendo únicamente una pequeña lampara de lava lo que la iluminaba.

El viento soplaba tenuemente a través de una gran ventana que la joven poseía en su habitación, escuchándose el silbido del aire chocar con las orillas del marco de esta salida al exterior, revoloteando suavemente las cortinas, creando un ignominioso sentimiento alrededor.

De la nada, la joven que descansaba plácidamente en la cama, se sentiría observada, abriendo sus ojos lentamente para notar que algo extraño y siniestro se ocultaba en las sombras, tras sus cortinas, en el marco de la enorme ventana de su cuarto, mismo que le observaba pacientemente con sus enormes ojos verde esmeralda, esperando cualquier movimiento de la chica, cuyo corazón atemorizado comenzó a palpitar rápidamente, paralizada por el impresionante tamaño del emplumado que la amenazaba desde las afueras de su habitación.

Pronto, el animal extendería su cuello hacia ella, pudiendo escuchar su respiración, viendo cómo daba pasos dentro de la habitación, inundándole de un terror profundo, no pudiendo siquiera gritar al sentirse completamente oprimida por la enorme presencia de la bestia emplumada.

De la nada, usando su pico, la criatura abriría uno de las cajoneras de la adolescente, sacando con su pico del interior una paleta de maquillaje, lanzándosela a la cama, asustando en sobremanera a aquella muchacha, que veía confundida esto, aterrada al ver cómo la lechuza se acercaba a ella hasta tener su enorme rostro puesto justo por enfrente del suyo, casi tocándola, invadida por sus grandes ojos en donde podría fácilmente ella reflejarse, atemorizada, frágil y sola.




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