La Efigie de Espinas

Epílogo

El crepúsculo estaba en su punto máximo, cubriendo la oscuridad los alrededores.

La zona se veía completamente sometida por la terrible penumbra, alumbrada únicamente por enormes antorchas y braceras que se distinguían tenuemente a la distancia, habiendo múltiples guardias y soldados peinando el sitio, efectuando el toque de queda para los habitantes del lugar.

Todo esto era visto por una chica de un gran sombrero que poseía un fleco de cabello que le cubría la mitad del rostro, llevando colgada de su espalda un cozba, siendo su ropa un tanto holgada, perfecta para moverse y viajar.

La mujer parecía estar aburrida, recargada en el marco de la ventana de un enorme castillo lúgubre, de muros grises y enormes estandartes purpura. Torciendo la boca y chistando, aquella se retiró de la ventana y se acercó a quien le hacía compañía: una mujer de túnicas largas y ceremoniales, con una capucha que cubría gran parte de su cabeza y rostro, teniendo varios rosarios colgados de su cuello y portando en sus manos un símbolo religioso, además de una aparente biblia.

Aquella se encontraba sentada en las escaleras de la habitación, mismas que daban a un enorme portón que tenía antorchas a sus costados, además de estandartes, resguardada por dos soldados de armaduras oscuras, quienes no se movían ni dejaban de ver a las mujeres.

— ¿Pues qué demonios hace para que no nos quiera atender ya? —Preguntó la chica, molesta y llamando la atención de todos.

—Supongo que aún no llega al salón para recibirnos… —respondió la acompañante con tranquilidad, llevando una faz serena que la miró directamente a la cara.

—Me molesta demasiado que me hagan esperar. ¿Por qué la gente no tiene bien puesto el concepto de puntualidad? Más todavía cuando fue ella la que puso la hora. ¡Qué descaro! —Al decir esto, los guardias parecieron molestarse, por lo que sostuvieron sus armas con ambas manos, provocando la risa de aquella chica escandalosa—. ¡Oh, ho! ¿Quieres jugar, eh? —Dicho esto, con un movimiento, el cozba de la chica rotó hasta tenerlo en sus manos, lista para tocarlo—. ¡Vamos a bailar, nenes!

—Aquí vamos… —declaró la restante, escuchándose un par de golpes del otro lado del pesado portón, deteniéndose los guardias y abriéndoles a las visitantes aquella entrada de par en par.

— ¡Ya era hora! —Alegó la mujer, regresando el instrumento a como lo llevaba antes, poniéndose de pie la acompañante, siguiéndola a pasar.

Ambas se introdujeron a un enorme salón conformado por grandes pilares, acumulación de restos a los costados que parecían moverse de ves en cuando, habiendo al final un aparatoso trono frente a grandes telas purpuras que acaparaban la pared detrás, entrando la luz exterior por un enorme vitral que daba al asiento real.

La visita se acercó hasta quedar pocos metros del trono, viéndose en él la figura de una bellísima mujer sentada, cuya apariencia sobrepasaba cualquier razón o concepto de lo «hermoso» dictado por cualquiera.

—Rada murió —dijo la chica energética, arrojando un muñeco vudú al suelo entre la aparente reina y ellas, notándose que aquel tenía ropa similar a la de la hechicera, estando aquel destrozado del rostro, mostrando un diamante fisurado en él—. ¡El mago lo ha hecho otra vez! Supongo… —mencionó la chica, escuchando una pequeña risa de su acompañante, viendo ambas el rostro inmaculado y serio de la mujer que las veía.

— ¿Ahora qué haremos? ¿Seguimos con nuestro plan? —Preguntó la otra, sin recibir una respuesta de la anfitriona.

— ¡Por supuesto que seguiremos con el plan! Esto debe quedar entre chicas. Es lo más conveniente.

—No —respondió la reina a la mujer escandalosa, llamando la atención de ambas—, lo que importa es que el deseo no sea desperdiciado. Sin importar qué, no dejaremos que el mago use esta oportunidad única para una estupidez —dijo la mujer, poniéndose de pie, creándose una enorme sombra sobre sus invitadas, riendo con locura la chica energética, frunciendo el ceño la callada y agachando el rostro sin dejar de ver a la anfitriona—. Es hora de dejarnos de juegos —declarado aquello, las puertas de la habitación fueron cerradas, oyéndose el enorme estruendo por todo el castillo, finalmente arribando la noche en su totalidad.




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