La Elección

La Elección

       Victoria caminaba como un gavilán con las alas abiertas. El calor y la humedad eran insoportables.  A pesar de que ya estaban en diciembre, el clima continuaba tan ignorante como la mayoría de los pobladores de Porosocomo. Esa era una de las razones que la había impulsado a ser candidata.

       Salió de la cocina al corredor con piso de cemento pulido que, sin importar la temperatura del ambiente, siempre estaba frío. Se quito las sandalias y lo disfrutó unos segundos.

       —Uno… Dos… Tres…

       Bajó los escalones al jardín interno de la casa y pasó debajo de la pequeña churuata en el medio del patio. Estaba en silencio y oscura. Antes se llenaba de risas y comadreo, cuando su papá, un gringo que nunca conoció, les enviaba dinero —al menos eso le decía su mamá—. Había sido el centro de entretenimiento familiar. Ahora parecía más un cementerio de viejas costumbres, con dos chinchorros descoloridos que se derramaban lánguidos en las columnas; la mesa de centro, que había servido para  tomar café, jugar dominó o truco, atiborrada de cosas que no tienen suficiente importancia para otorgarles su sitio; sillas viendo a distintos sitios con ocupantes invisibles que no podrían verse a la cara, y un televisor que hacía mucho que no funcionaba.

       Sorteando algunas gallinas indiferentes, caminó rápido hasta el cuarto principal donde su mamá la esperaba junto a varios ventiladores: el compresor del aire acondicionado se había dañado con los cortes de luz, y era muy costoso comprar otro. Pero hoy, por lo menos, no faltaba la luz, gracias a Dios y a un operativo especial que se había desarrollado por la Elección.

       —Si no fuera por la Elección estaríamos pasando calor en el corredor. Te fijas como desde ya produce cambios para nosotros —le dijo optimista a su progenitora.

       —Sí, mija —le respondió la señora Sonia, su madre, con una sonrisa de esperanza y una mirada que expresaba lo que su limitado vocabulario no podía.

       —Entonces, empieza. Vamos a terminar de arreglarme.

       El ánimo de Victoria era insuperable. Se había preparado para este día desde muy pequeña.

       Todo comenzó cuando la maestra Teresita se había enfermado y habían mandado una joven pedagoga de la Capital para que le hiciera la suplencia.

       Desde que entró al salón había impresionado a Victoria: tenía un cabello bellísimo, brillante y bien cortado. Qué elegante se veía, a pesar de que se vestía de manera informal, con unos jeans de moda. Las manos cuidadas con uñas largas y rojas. Era hermosa. Y luego, cuando les habló, terminó de cautivarla: su voz era melodiosa y alegre, con el acento de la Capital. Sus palabras transmitían sabiduría, a pesar de que Victoria no entendía muchas de ellas.

       En ese momento se dio cuenta de lo mucho que tenía que aprender y cambiar para ponerse al nivel de una mujer como La Teacher —así terminaron llamándola, después que les enseñó algunas palabras en inglés. Las primeras de Victoria en otro idioma.

       La Teacher era distinta. Nunca había visto mujeres así en Porosocomo, que le sirvieran de ejemplo. Ni siquiera la maestra Teresita, que también era de la Capital, diferente y educada. Ella siempre había sido como una abuelita para Victoria. A los 8 años todos los que tienen más de 20 ya entran en la categoría de adultos y los que tienen más de 50 en la de viejos. Las únicas mujeres que había visto como La Teacher era en la televisión, y eso era como una fantasía lejana.

        «Cuantas cosas debían cambiar», se dio cuenta en aquel momento. Inmediatamente se pegó como una garrapata a la nueva maestra. Debía tratar de aprender todo lo que pudiera de ella en el poco tiempo que iba a estar en el pueblo.

       Mariana, así se llamaba La Teacher, la recibió con cariño y trató de orientarla. No era mucho lo que podía enseñar en pocos días a una niña de 8 años. Lo único que podía hacer era estimularla para que no detuviera su aprendizaje. «No pares de aprender ni de soñar que puedes lograr grandes cosas», le dijo.

       Como Victoria no tenía internet y el acceso a libros era muy limitado en Porosocomo, le recomendó que se acercara cuando pudiera a la casa de don Matías, el ganadero más importante del pueblo. Él tenía un equipo que se conectaba vía satélite. Ahí podía ver canales de televisión fantásticos de los que podía aprender muchas cosas. Que se acercara a Corina, la hija de Don Matías, y a lo mejor hacían buena amistad.

       Y ese fue el primer proyecto que le quedó a Victoria. No era fácil de cumplir: a ella no le gustaba Corina. Ella siempre estaba en otra cosa, separada de toda la gente del pueblo, como si se sintiera distinta y superior. Su mamá, doña Clotilde —que antes era Clotilde, la del abasto—, se la pasaba mostrando todas las cosas que compraba, exhibiéndolas a todo el mundo, diciendo lo especial que era su hija. —Y la señora Sonia, la mamá de Victoria, también había tenido algo que ver en sus opiniones sobre Corina, para ser honestos.

       Pero Victoria sabía que había maneras de lograr sus objetivos. Ella conocía muy bien a María y a Antonia, la cocinera y el ama de llaves de la Hacienda. Ella sí trataba a la gente del pueblo.

       Pensó que iba a ser sencillo: sólo tenía que ir después de la escuela a la Hacienda. Era lejos pero valía la pena. Sus planes se dieron al traste al enfrentar la realidad. Se dio cuenta que tardaba 45 minutos en llegar, y cuando lo hacía, Corina estaba sentada frente a la televisión, después de merendar,  viendo lo que a ella le gustaba. «Misión imposible», se dijo —refiriéndose a que era imposible ver la televisión, no a que Corina estuviera viendo la serie de películas de ese nombre, de las que ella ni siquiera sabía en aquel momento.

       Pero fue paciente. Estudió las costumbres y horarios de Corina. Aprendió que los martes y los jueves tenía unas clases particulares en Peresequeme, un pueblo cercano. Y los sábados, todo el día, se iba con su mamá de compras a la capital del Estado, Parasacama.



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En el texto hay: humor, cinismo, elecciones

Editado: 30.10.2021

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