La elegida

Revelaciones Inesperadas

Dulce como el algodón

Agrio como el limón,

Así es el amor.

Muchos dicen que su peor enemigo es su corazón, pues soy diferente, mi peor enemigo es mi mente, éste no me deja vivir en paz, cuando se trata de atormentarse con preguntas, es el mejor.

Exclamo lo que leo en la lista y la chica de servicio me asegura que está, pasamos un rato así hasta asegurar que todo esté aquí para empezar con los preparativos, dos días de compra y hoy es el día. Mamá no se ha podido controlar y ha bajado a echar ojo varias veces, y se lo agradezco, es la primera fiesta que organizo.

Miro la hora en el reloj de mi muñeca y luego a los empleados.

—Manos a la obra chicos.

No me canso mucho ya que literalmente sólo ordeno, pero como es mi primera vez, se siente agotador aunque no lo es. Luego de tener el jardín listo, las sillas, las mesas y las decoraciones voy adentro y sigo asegurando lo demás.

—Señorita todo está listo, puede relajarse —me dice una de las chicas de servicio y le sonrío.

Subo a mi habitación a relajarme un poquito y aprovecho para textear un poco con Lenin, luego de un rato bajo y al escuchar ruido, sólo puedo confirmar que ya han llegado invitados.

Me acerco al ventanal que me deja ver clarito el jardín.

La fiesta está realmente hermosa, miro todo con admiración y detenimiento, junto mis manos y sonrío satisfecha, mi padre no podía negar que no soy buena organizando fiestas porque me ha quedado genial, con ayuda de mi madre, claro.

—Señorita, señorita —exclama una de las chicas de servicio avanzando hacia mí.

Me giro completamente para estar frente a frente con ella.

—¿Qué sucede? —pregunto mirándola confundida.

—El señor Lombardi está aquí —me dice nerviosa.

Mi pecho se abre de la emoción, había llegado nuestro invitado especial, el señor Lombardi, ay no me quiero imaginar a mi hermana cuando lo vea, ¿en serio pedirá la mano de mi hermana? Por más que intenté de convencerla de que no podía ir por la vida casándose así por así aunque mayormente los matrimonios eran así, yo esperaba que ella deseara algo distinto, pero ni modos, ella vive la vida rulín.

—Ya voy, avísale a mi padre —le ordeno, y voy corriendo hacia la puerta. Freno justo frente a la puerta, recojo mi cabellera y la dejo sobre mi hombro. Me armo de valor y abro la puerta, mi madre dice que debo ser más delicada, suelo ser muy torpe, no me interesa como me vean los demás pero bueno, soy de una gran familia, debo comportarme a la altura.

El alto rubio de ojos grises espera pacientemente relajado en la puerta, en sus dedos tiene un rosario al que acaricia con las yemas de sus dedos una y otra vez.

—Buenas noches, bienvenido —saludo haciendo una reverencia con la cabeza y me alejo de la puerta para que pasen, pues anda con dos tipos detrás.

—Buenas noches —responde, su voz es gruesa y autoritaria. Y tiene cierta seguridad. Da un paso y los dos hombres detrás de él hacen lo mismo.

Mientras entra sus ojos no se despegan de los míos, yo extrañamente no aparto la mirada, sé que debería hacerlo por educación pero no me gusta sentirme intimidada.

—Gracias —murmura y asiento.

—¿Quiere ver a mi padre o desea pasar al jardín? —le pregunto.

—Muy amable, deseo ver a su padre —dice serio.

Le doy una pequeña sonrisa, muy falsa por cierto. —Sígame —le ordeno.

Avanzo hacia la sala resonando mis tacones con cada paso, subo las escaleras para llegar al despacho de mi padre, en el camino no me atrevo a mirar si sigue detrás de mí, sus pasos me lo confirman. Si bien lo recuerdo, a él lo conozco de la fiesta que asistimos con mi padre, él siempre sale con nosotras, sin miedo, pues es respetado por todos y tiene muchas relaciones.

—Es aquí —aviso abriendo la puerta del despacho. —. Disculpa papá —digo al entrar. —. El señor Lombardi ya está aquí —le aviso avanzando hacia él.

—Oh, gracias querida —exclama parándose de su asiento. —. ¿Cómo va todo? —me pregunta.

—Debes darme un diez —le guiño un ojo divertida.

—No me digas —se hace el consternado. —. ¿Qué acaso vas a la universidad a aprender a preparar fiestas? —me reprocha.

—Papá —gruño haciéndome la triste.

Inclina su brazo y lo dejo rodear mis hombros. —Qué va, sólo bromeaba princesa —besa mi cabeza.

—Bueno, te dejo, tengo una fiesta que administrar —le sonrío divertida mientras me alejo.

—Claro.

Hago un movimiento con la cabeza como despedida del señor Lombardi, quien me mira de manera extraña, pero que ignoro. Bajo las escaleras corriendo y me dirijo hacia la cocina, grande y espaciosa.

—¿La bebida especial de Italia llegó? —pregunto estampando mis palmas sobre la encimera.

—Sí señorita.

—Perfecto —exclamo dándome la vuelta. —. Necesito que alguien esté en la puerta en quince minutos, los invitados seguirán llegando —exclamo antes de subir a mi habitación.

Mi madre está alistándose junto con mi hermana, puesto a que soy la última ya que soy la organizadora de la fiesta, fue mi idea, pues, quise saber como era hacerlo, mamá solía quejarse.

Entro a mi habitación y camino hacia mi cama pero repentinamente siento unas manos en mi cintura causando que suelte un corto grito ya que tapa mi boca con su mano.

—Soy yo, shh —dice soltándome despacio.

Volteo a ver de quién se trata y abro los ojos de la impresión.

—¿Lenin? Por Dios, ¿Qué rayos haces aquí? —pregunto susurrando.

—Eso no importa —me atrae a él de la cintura. —. Vine a estar contigo —me besa.

Corto el beso.

—Dios Lenin no —farfullo. —. Podrían matarte ¿entiendes?

—Entre como de servicio —toma mi rostro con sus dos manos. —. Estaré en la fiesta como uno más —vuelve a besarme, pero ésta vez con más intensidad, desciende sus manos a mi cintura y más abajo hasta tocar mi trasero.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.