La elegida

El Dolor de las Revelaciones

¿Me quiere a mí?

Miro su puerta con el ceño fruncido, sin poder asimilar nada aún.

¿¡ME QUIERE A MÍ!?

Corro hacia la puerta de su habitación y empiezo a tocar con desesperación.

—¡Mariella! ¡Mariella abre! —apoyo mi cabeza a la puerta frustrada. Necesito explicaciones, mi corazón late con fuerza, estoy muy asustada y preocupada, tengo la esperanza de que todo sea un malentendido.

Trato de calmarme al ver que no abre, es mejor bajar y disimular que nada ha pasado, me echo aire con las manos y regreso al jardín. Acompaño a mis padres junto al señor Lombardi que sigue igual de como llegó, serio y al margen.

Después de un rato vuelvo a subir a intentar hablar con Mariella, no puedo con la duda, me frustra no saber lo que pasó.

—Marie...

La puerta se abre y ella se muestra. Sigue con la misma ropa, está normal pero su rostro de decepción es lo que llama mi atención. Me adentro a la habitación y cierro la puerta detrás de mí.

—¿En serio te has puesto así por ese hombre? —le pregunto cruzándome de brazos frente a ella. —. ¿No que es el peor mafioso de Italia?

—¿Qué parte de que te quiere a ti no entendiste? —replica.

Entonces es verdad, pero, ¿Qué quiere él de mí?

—Papá no me dejará, sólo tengo veinte y dudo que el soporte tenerme lejos —digo con seguridad.

Ella se echa a reír sarcásticamente.

—Eres tan inocente —dice negando con la cabeza.

Pasa su mano por su cabello y se sienta al borde de la cama frustrada.

—No lo entiendes ¿verdad?

—No —exclamo frustrada. —. ¿Cómo entenderé si nunca me dicen nada?

La miro a los ojos y percibo un dolor que traspasa mi piel, haciendo que me duela el corazón.

—Tú no, tú no sabes nada de éste mundo —dice con la voz entrecortada. —. Me le insinué como una cualquiera y aún así está empeñado en tenerte y sé que no es para bien.

Parpadeo varias veces sintiendo como mi corazón se estruja de la nostalgia.

—Tú... tú estás así por mí —susurro casi sin voz.

Me acerco a ella y me siento a su lado para abrazarla.

—Eres muy chica —dice tocando mi cabeza.

—No te preocupes, papá lo resolverá —aseguro.

—Debes ser fuerte, Carina...

Niego con la cabeza.

—No hables así, Mariella —suplico negándome a creerlo.

—Abre los ojos Carina, ésta es la realidad de nuestra vida de reinas, si hay que pasar sobre el amor se hace

—Papá no es así —exclamo parándome de la cama.

Ambas volteamos al escuchar el chillido de la puerta.

—Chicas, ¿Qué hacen? —pregunta mamá.

—Mamá...

—Ya vamos a bajar —me interrumpe mi hermana, dándome una mirada amenazante.

—Vengan, saben que su padre disfruta de su compañía en las fiestas —mi madre nos pide avanzar con un gesto de cabeza.

No damos una corta mirada de complicidad y bajamos junto a ella. Ambas estamos incómodas después de haber tenido esa conversación, mi mente está saturada de sólo pensar, y ya no puedo ver las cosas como al principio. Sólo deseo respuestas.

Al final de la fiesta me encargo de despedir a las personas mientras mi padre charla con el señor Lombardi, no entiendo de que tanto hablan y eso sólo me pone más nerviosa y asustada.

Volteo justo en el momento en el que él baja, lo miro a los ojos, pero no puedo seguir haciendo como la primera vez, no me agrada para nada su presencia en mi vida, no después de saber sus intensiones.

Avanza hasta la puerta sin apartar la mirada.

—Ha sido un placer —dice para marcharse, y sé que lo hace por educación.

Espero a que salga y me coloco en la puerta apoyando una mano de un lado.

—¿Qués es lo que desea de nosotros? —le pregunto.

Se detiene por unos segundos y luego voltea a verme a los ojos, acariciando aquel rosario que llevaba en sus dedos.

—¿A qué se refiere? —pregunta serio.

—¿Qué desean usted de mí? —pregunto yendo directo al grano.

Ríe levemente y ladea la cabeza.

—¿Algo que ofrecer?

—Supongo que sólo tiene negocios con mi padre, buenas noches señor Lombardi, ha sido un placer —le digo y cierro la puerta.

Subo por las escaleras y en vez de ir a mi habitación voy a la de mi hermana, no hemos terminado de hablar, y yo necesito una explicación, me lo merezco.

—Mariella tenemos que hablar —digo desde la puerta.

—Papá va a hablar contigo pronto, ven, duerme conmigo hoy —me pide, abriendo sus brazos con una sonrisa.

La tristeza que veo en sus ojos y que siento en ella me causa cierto pánico, algo tan malo se acerca que está así, que quiere protegerme de esa manera. ¿Es acaso tan cruel que sea yo la elegida de ese hombre para que ella esté así?

—No insistas ¿sí? Sólo ven —me pide.

Asiento y con lentitud me acerco a la cama, sin siquiera cambiarme me acuesto junto a ella y me abraza.

—Me asustas —confieso con la voz entre cortada. —. Y tengo mucho miedo.

—Todo estará bien, sólo debes ser fuerte —me asegura tocando mi cabeza.

Cada vez me estaba confundiendo más, aún me niego a creer que mi padre me vaya a dejar en las manos de ese hombre, mucho menos así por así.

[...]

Abro los ojos y no veo a mi hermana al lado, escucho la ducha y decido ir a mi habitación a alistarme para ir a la universidad.

Mientras me ducho no dejo de pensar en las palabras de mi hermana, estaré yo equivocada de papá, por otro lado no saco los ojos de ese hombre de mi mente, no puedo y no es que fuera una linda sensación recordarlo.

Salgo del baño y empiezo a vestirme, cuando termino me hago una coleta y tomo mi mochila para bajar hacia la sala del comedor y luego irme.

—Carina —exclama mi madre desde los pasillos.

Volteo a verla y avanzo hacia ella en vez de bajar.

—Tu padre desea hablar contigo.

Si bien mi hermana me lo había dicho, el sabor amargo que se forma en mis labios es terrible, mi corazón se acelera y temo por lo peor. Miro a mi madre a los ojos y sé que ella percibe mi miedo y pánico, pero no dice nada, sólo suspira, me toca suavemente el hombro y se aleja.




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