La elegida

Prisionera de un Matrimonio Forzado

Me sentí apretar alrededor de él, algo estaba mal en mí, sentía que me iba a desmayar, pero él, él parecía estar en la gloria que ni se podía detener. No iba a llorar, pero cuando irrumpió dentro de mí sin ningún cuidado rompiendo mi himen el dolor me aguó los ojos y ni hablar de lo brusco que fue conmigo.

Siento el roce de su mano sobre mi pie y encojo éste hacia mí suplicándole que no, me siento muy adolorida para que me toque otra vez. Siento la sábana sobre mi cuerpo y encojo todo mi diminuto cuerpo cerrando los ojos con fuerza.

Con una mano en mi pecho intento dormir, y hago todo por no derramar ni una lágrima después de aquello.

[...]

Mi cuerpo arde de dolor, llevo rato despertada pero no me he atrevido a bajar de la cama, observo el techo sin inmutarme. Si algo es seguro es que ya no queda de mí, si ese era su objetivo pues lo logró, debe de tener esa satisfacción de haberme vuelto nada.

Suspirando giro con cuidado de lado y observo las cortinas de la ventana moviéndose por el ligero viento. Me tomo mi tiempo para regresar a la realidad, porque sé que sigo ida.

Quejándome del dolor intento reincorporarme y bajar los pies de la cama, luego sosteniéndome de ésta trato de ponerme de pie, doy un paso y aprieto mis labios del dolor, dando pequeños pasos llego al baño.

Me siento bajo la regadera y me quedo ahí por largo rato, el agua corriendo por mi cuerpo, limpiando el sucio imborrable que su cuerpo me dejó.

Así de cruel era la vida, sino hay crueldad es una fantasía, porque la vida real no te ofrece castillos de cuentos de hadas.

Salgo del baño envuelta en una toalla, mi pelo mojado gotea mojándome pero no lo seco, entro mi cuerpo en un sencillo vestido azul, me volteo hacia la cama y veo varios charcos de sangre sobre la tela crema. Cierro los ojos con fuerza al recordar lo que pasó, me acerco a la cama y tiro de las sábanas a un lado dejando la cama sólo con el cubre-colchón, con los pies pateo las sábanas junto a mi ropa a un lado y me acuesto sobre la cama así.

Busco las pastillas que le pedí a Yuri y me tomo dos sin agua, no quiero estar despierta, me duele todo el cuerpo, pero más aún mi intimidad, y no le gana a mi corazón desangrado.

Me desespero por quedarme dormida, no voy a llorar, no le daré gusto.

5:00 P.M.

Me remuevo de lado y seguido abro los ojos, los siento pesados, mi cuerpo igual, he dormido demasiado, ¿Cómo haré para dormir en la noche? ¿Por qué no pensé en eso antes?

Veo sobre la mesita una bandeja con comida y un ibrupofeno, sonrío con dolor, ¿Quién mejores que ellas para entender mi pena y dolor? Cada vez que pienso en Lenin sólo quiero morirme, porque la culpa no me cabe en el alma, pero aprendí la lección, no volveré a poner a nadie en peligro por mi culpa.

Me incorporo y como algo, luego me tomo el ibrupofeno con el té, al parecer ellas saben de nuestras costumbres, pues no parecen de aquí. Ni siquiera la hora puedo saber, sólo sé cuando es día y cuando es de noche, como me gustaría saber ¿en qué problemas se metió mi padre para haberme sacrificado de esa manera?

Vuelvo a bañarme y a cambiarme una vez más, no quiero bajar por lo que me quedo en cama, tampoco es que me siento en condiciones de hacerlo, no hay nada con que pueda entretenerme. Las horas pasan y yo sigo ahí, quiero tomarme otra pastilla para dormir pero sé que eso no es bueno, aunque lo mejor para mí sería morir.

Me volteo hacia la puerta al escuchar un ruido en ella y me encuentro con Yuri.

—Ha llegado el señor —me avisa con mucha seriedad. —. Debe bajar.

—No me siento bien y no tengo ganas —aclaro.

—Por favor señorita, no lo haga más difícil —suplica nerviosa.

—Ve y dile que no voy a bajar, no me siento bien —ordeno molesta, me cruzo de brazos y alejo mi mirada de la puerta.

Ella baja y yo suspiro.

Rayos.

Será mejor bajar, le prometí tantas babosadas además la vida de esas dos chicas dependen de mí.

Bajo de la cama y salgo de la habitación, con rabia bajo manteniendo la cabeza gacha, como lo odio. Doy leves pasos hasta estar cerca de él en la sala y levanto la mirada.

Me toma de los hombros y rompe la distancia entre nosotros.

—Quiero que bajes a recibirme cada vez que llegue, ¿de acuerdo? —no digo nada, éste me sacude de los brazos. —. ¿De acuerdo?

Asiento con la cabeza.

—Lo siento, no me sentía bien.

—Que pena mi amor —besa mis labios. —. No me importa lo adolorida que estés, así que compórtate —dice entre dientes.

No digo nada, pasa su mano por mi cintura y unas ganas de alejarme de golpe me entran pero me contengo, su tacto me causa cierto nerviosismo y asco.

—Vamos a comer —dice con satisfacción.

Su mano en mi espalda quema mi piel, ruego por llegar al comedor y no sentir más su tacto, me indica donde sentarme y lo hago sin quejarme, de nada vale hacerlo si sólo empeoro las cosas.

Kenia es quien nos sirve de comer, le sonrío agradecida y trato de mantener mis nervios a raya.

—Ya regreso —murmuro entre dientes por lo bajo y me paro del comedor para ir a la cocina con Kenia. —. Hola.

—¿Qué desea señorita? —pregunta formalmente.

Todo es tan incómodo cuando ése monstruo está.

Me coloco al lado de ella de frente a la encimera y finjo buscar la sal.

—Necesito que me compres píldoras, por favor —susurro. —. Sólo he venido por la sal —digo con la voz natural y regreso al comedor.

—Ni siquiera habías probado tu té —reclama él.

Aprieto mi puño sobre mi pierna y mis dientes con fuerza.

—Ellas nunca le ponen suficiente sal —explico.

Mi cuerpo se tensa con tener que compartir la mesa con él, no soporto tenerlo cerca ni por un segundo pero tendré que acostumbrarme, igual no sirvo de nada, alguien que ni siquiera puede luchar por su vida y su felicidad no vale nada.




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