La elegida

La Verdad que Destruye

No me quedo mucho tiempo con mi hermana ya que Leonardo sólo me había dado una hora, y eso contaba el tiempo que tomaba en regresar, era más de lo que esperaba ya que pensé que tenía que rogarle para que me dejara venir a verla.

Bajo de la camioneta y entro a la casa queriendo ir directo a mi habitación, pero las chicas me invitan a comer con ellas en la cocina, que se había vuelto mi lugar de paz y escape de mi esposo.

—¿Dónde está? —pregunto mirando a Yuri con curiosidad.

—Salió furioso, y advirtió de que debíamos decirle a que has regresado —ruedo los ojos al escucharlo lo último, siempre tiene que ser tan controlador.

Si no va a estar en casa ¿por qué me quiere aquí? No me podía dejar un rato con mi hermana, no, el loco quiere que yo esté metida aquí como una esclava atada a ésta casa, aburrida. Me quiere volver loca, pero seremos dos locos, bueno, él ya está loco.

Me alejo de la ventana y salgo de mi habitación, no hay nada que hacer en esa maldita casa, me estoy volviendo loca, sólo me tiene aquí como un trofeo que en ocasiones saca para mostrar.

Paso por su habitación y veo su puerta media abierta, inclino un poco la cabeza y lo veo sentado sobre su cama, está limpiándose el hombre, ¿de qué? Inclino un poco más la cabeza viendo que tiene sangre, llevo una mano a mis labios para no jadear de la impresión.

—¿Qué quieres? —lo escucho decir sin alzar la voz. —. Ahora eres tú la que me busca —dice burlón.

—¿Te dispararon? —pregunto dando la cara.

—No —contesta riendo. —. Una bala me cayó en el hombro.

—Eres una basura —espeto.

—La basura que te da placer —voltea a verme con una sonrisa malicia.

—¿Le llamas placer a tomarme a la fuerza? —arqueo una ceja mirándolo con odio.

—¿Te he atado alguna vez las manos? Tú sólo cumples tus deberes y lo sabes, además gimes y hasta gritas —sonríe satisfecho, mirándome de arriba abajo.

—Eres un asco, en serio no vales la pena —escupo con rabia.

—No me provoques, querida esposa.

Me doy la vuelta y salgo de allí, en serio no lo soporto, ahora sólo busca herirme emocionalmente y odio que me deje sin palabras.

A la mañana siguiente me despierto y lo primero que hago es ir a darme una ducha, no me importa y me mojo el cabello, así tendré algo para hacer después, agacho la mirada mientras paso mi mano por mi melena a la vez que la regadera me moja.

El agua debajo de mis pies se ha tornado un poco roja, lo que me avisa que mi regla al fin le dio la gana de venir, estoy feliz por ello, pero odio los malestares, no quiero tener un hijo de ese loco, sólo con pensar que tenga su sangre me deja claro que será un monstruo, suena cruel, pero no espero nada bueno de ése loco.

Me envuelvo en una toalla y salgo del baño, me visto con un simple vestido suelto, azul marino con tiras finas, seco mi cabello y lo dejo suelto aún estando húmedo.

Tomo el pomo de la puerta para salir y me encuentro con él en mi puerta, suspiro juntando mis labios en una línea.

—Te llevaré con mi abuelo, ¿lo olvidas?

—Déjate de estupideces —ordeno mirándolo fijamente a los ojos, no le temía, ya no, y no pienso demostrarle que sí. —. Necesito sanitarias —suelto.

—¿Qué? —frunce el ceño mirándome confundido.

—Estoy menstruando, ¿no sabes que es eso? —pregunto mirándolo mal.

—Sí sé que es, ya bájale que no te estoy gritando ni nada —me dice con calma, pero en sus ojos sólo había desagrado. —. Te las compro, no tienes que hacer un berrinche.

—De paso podías traerme varios libros ¿no? Ya que como me tienes como presa aquí —me cruzo de brazos apoyándome al marco de la puerta.

—Bien —masculla.

¿Bien? ¿Él se encontraba bien o qué?

—¿No me quieres pegar por alzarte la voz?

—Ya entendiste lo que tenías que entender —menea la cabeza.

—Si ya no te sirvo, ¿por qué no me dejas ir?

Me da una mirada de pocos amigos y abandona mi puerta, con que le molesta el tema, aún no entiendo el por qué de su cambio repentino, tal vez es un plan que está siguiendo al pie de la letra.

POV: LEONARDO.

Yo, ¿comprar ese tipo de cosas? Nunca lo había hecho, pero si mi amigo no está equivocado a esa mujer le debo más que eso y es una tortura saber que es irreversible, irremediable.

Tiro las servilletas sobre la mesa y junto mis manos sobre la mesa.

—Tal como te lo dije, los Ivanov no son tus objetivos o es un plan muy planeado u de la nada se le ocurrió el apellido —comenta encogiéndose de hombros.

—¿Me estás diciendo que tengo a la chica equivocada? —pregunto mirándolo y él asiente.

Maldita sea.

—Estoy seguro que alguien cercano lo planeó muy bien —se inclina hacia delante juntando sus manos. —. Estás en deuda.

—Debo encontrar a ese bastardo —gruño molesto.

—O bastarda—objeta. —. Ten mucho cuidado, has estado creando mucha controversia y no eres Ruso.

Como si eso me importara, o fuera algo que pudiera detenerme. Me paro de mi asiento y abandono el lugar. Paso por una farmacia y regreso a casa, antes de lo que solía hacerlo ya que supongo que los necesita.

Bajo de la camioneta y me adentro a la casa, al no visualizar a nadie subo por las escaleras y voy a su habitación, no la veo dentro, avanzo hacia los cajones que están debajo de la lampara cerca de su cama, los abro para meter dentro los paquetes que le compré, no sé ni que tipo usa o qué, sólo pedí varios paquetes para no pasar por esto nuevamente.

Al abrir el último cajón veo una tabla de pastillas, los ignoro y cierro el cajón.

—No iba a tener a un monstruo como tú —escucho su voz detrás de mí y volteo a verla.

Sus ojos están fijos en los míos, está quieta, no está asustada, ya ni puedo sentir ese temblor de su cuerpo, ese miedo en sus ojos, pero tampoco está esa inocencia en su mirada, ya no es la misma de antes, y es mi culpa, quise provocar justo eso, pero no a ella.




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