La elegida

Entre la Furia y el Remordimiento

—Wow, calma, ¿no querías deshacerte de ella?

Cierro los ojos con fuerza apretando mi puño de igual manera, ese tipo me sacaba de quicio.

—No, ¿cómo crees después de todo?

—¿No será que has creado sentimientos por ella?

Gruño furioso, si tan sólo lo tuviera cerca le hubiera plantado un puñetazo en la nariz.

—¡Eso no importa ahora! ¡Lo importante ahora es encontrar a mi esposa ¿entiendes?!

—Ya, sólo cálmate ¿quieres? ¿Dónde quieres que nos veamos? —al fin dice algo coherente para mí.

—Mi otra casa —contesto más clamado.

—No sabía que tenías varias casas aquí...

—Muérete —espeto y cuelgo.

Lo aprecio, pero habla demasiado, y hace comentarios fuera del tema y nunca se concentra el muy pendejo.

En unos quince minutos más de lo que ya llevábamos, llegamos a mi otra casa, ésta era una finca alejada de la ciudad. Bajo de la camioneta tirando de la puerta un portazo, furioso camino hasta la casa mientras empiezo a desabotonar mi camisa, empujo la puerta y voy directo a una habitación mientras me saco la ropa, necesito darme un baño frío y calmar mi furia.

Ella prefirió morir, prefirió eso que tenerme a su lado.

Me odiaba, muchísimo.

Y con toda su alma.

Lanzo el pantalón a un lado y me meto debajo de la regadera, apoyo mi cabeza contra el vidrio recordando su rostro, ¿¡por qué no puedo sacarla de mi cabeza!?

"Prefiero que me maten que pasar un minuto más a tu lado, Leonardo Lombardi"

Golpeo el vidrio con mi palma, eso no era valor, no era coraje, era odio, su odio hacia mí es tan grande que no le importó. Es la primera vez que me pasa esto, pero es porque le debo mi vida, yo le arruiné la v ida sin razón, y debo pagarlo, no estoy creando sentimientos por ella, es sólo que le debo por todo el daño que le hice, quiero mi conciencia limpia, ni siquiera la tenía, al menos eso decía, y ahora me preocupaba.

Echo mi pelo hacia atrás con fuerza mientras el agua corre por mi cuerpo, trato de calmarme y termino de bañarme. Salgo debajo de la regadera y enredo una toalla alrededor de mi cintura, salgo del baño y me pongo solamente el pantalón y salgo de la habitación.

Me dirijo hacia la sala encontrándome con una de las chicas ahí.

—Señor, ¿desea algo?

—No, y no me molesten —digo molesto.

Ella asiente y se marcha. Avanzo y me siento en uno de los sofás negro, dejo caer mi cabeza contra el respaldo del sofá y mientras espero a que llegue mi amigo trato de relajarme.

Una mujer no me puede volver loca, eso es imposible. No a Leonardo Lombardi.

Muevo mis ojos de un lado a otro con la mente en blanco, no tengo idea de quien se trata, o quien de la nada decidiera entrar a mi casa así nada más, y para sumarle se ha llevado a mi esposa, o ella decidió entregarse.

—No te ves bien —me incorporo al escuchar la voz de franco.

Éste pasa a sentarse a mi lado dejando sus manos sobre sus rodillas, viste una camisa y un pantalón negro.

—¿Quién fue? —pregunto yendo al grano.

—Ahí está el punto, llegaste aquí haciendo y deshaciendo, será difícil saber quien está detrás de esto —explica señalándome. —. Pero vamos a encontrarla, la otra cosa sería si ella no quiere que la encontremos.

—¿Qué estás insinuando? —inquiero frunciendo el ceño, quienes fueran que se la han llevado no eran buenas personas.

—Pueden lavarle la cabeza y hasta usarla en tu contra, y con todo lo que provocaste, ella sería un arma muy valiosa.

No puedo negar que tiene razón, pero no me pienso estancar en esos pensamientos y no empezar a moverme de inmediato.

—¿Hay algo más? ¿No? —me pregunta en modo acosador.

—¿Algo como qué? —espeto molesto.

Me da una mirada "tranquilo amigo" y luego me sonríe.

—Sabes a que me refiero, te está preocupando demasiado lo que le pueda pasar.

—¿Y qué esperabas? ¿Que actúe indiferente cuando ni siquiera sé quien la tiene? —lo miro frunciendo el ceño.

—Pues el Lombardi que yo conocía haría justamente eso —anota.

—Sí, pero ella es mi esposa y yo le debo algo, no pienso salvar con el fin de limpiar mi conciencia, pero sí quiero intentar arreglar el desastre que hice por mi sed de venganza.

Me paro del sofá y me dirijo a la habitación de nuevo para vestirme, cosa que no tardo en hacer, y como si el karma empezara a torturarme en ocasiones me imagino la silueta de su vestido verde, algo que quisiera sacar de mi cabeza pero que no logro.

—¿A dónde vamos? —pregunta Franco.

—¿Piensas que me quede aquí a esperar? —lanzo con disgusto.

—No dije eso, sólo que es muy pronto para conseguir algo —comenta encogiéndose de hombros.

—No recuerdo que por eso seas mi amigo —mofo.

Sonríe adentrando ambas manos en los bolsillos de su pantalón moviendo la cabeza de un lado a otro.

—Has admitido que soy tu amigo —dice con orgullo.

Suelto una risa sarcástica por un segundo y luego regreso mi cara de seriedad.

—No el único —escupo con indiferencia avanzando hacia la salida.

—Eso no es cierto, sí lo soy —refuta siguiéndome. —. Soy el único que te aguanta, lo sé —asegura cerrando la puerta detrás de él.

Eso es cierto, pero no tiene porque saberlo ni se lo voy a confirmar.

—¿Qué haremos? —pregunta colocándose a mí lado frente a la camioneta.

—A revisar las cámaras de seguridad —respondo.

Abro la puerta del asiento copiloto y subo, espero a que él lo haga y pongo la camioneta en marcha.

—Por cierto habrá una subasta de chicas, ¿no quieres ir? —no pudo haber elegido mejor tema de conversación.

—¿Tú crees que si quisiera una mujer ya no lo habría hecho?

—El punto es que ahora ya no tienes esposa —suelta.

—Carajo Franco —exclamo golpeando el volante. —. Puedes dejar de mencionar a mi maldita mujer —volteo a verlo furioso y hasta yo estoy asombrado de mis propias palabras.




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