La elegida

Reflejos Perdidos

Yo le llamo arte a todo aquello que de alguna manera nos devuelve la vida.

—Elena Poe

—Karla —me dice con una sonrisa y asiento.

—Bonito nombre —halago y termino de comer.

No sé que planes tienen ellos pero yo no quiero hacer nada que no sea tratar de recordar y saber acerca de mi vida, no pienso quedarme sentada esperando que me llegue algún recuerdo, no puedo vivir así, no pienso vivir así.

—Me gustaría ir al doctor, ustedes ¿Qué harán? —pregunto parándome de la mesa.

—Saldremos a algo importante, no podemos llevarte ya que es arriesgado, mañana yo te llevo al doctor —contesta la rubia, parece que es la capitana del equipo de tres.

—¿Entonces me quedaré sola? —pregunto juntando mis manos sobre mi vientre.

—No tan sola —interviene la castaña.

—Bien —mascullo en voz baja, doy varios pasos y camino en dirección a las escaleras y subo a la habitación donde había despertado.

Entro al baño y me doy una ducha, me frustra no entender nada, por más que intento no pensar en ello, no puedo, no tengo en otra cosa que pensar estando sin recuerdos.

Salgo del baño envuelta en una toalla alrededor y empiezo a buscar algo que ponerme, por suerte en el armario hay ropa, me pongo unos shorts negros y una blusa corta purpura de tiras.

Vuelvo a bajar pero ésta vez la casa está vacía y silenciosa, camino hasta la puerta y la abro, miro alrededor viendo que hay varios hombres de traje negro, dos están en el portón que está al final del patio y dos están cerca de la puerta donde estoy parada.

Cierro la puerta y me dirijo a la sala, me siento en el sofá y enciendo la tele para ver algo, me quedo viendo muñequitos ya que el resto de lo que he visto no me agrada.

Me quedo viendo la tele hasta quedarme dormida en el sofá, está más que claro iba a ser mi pasatiempo favorito de ahora en adelante.

Abro los ojos parpadeando varias veces, a mi lado siento un peso y veo a la rubia ahí, no sé por qué, pero por alguna razón, me alivia que sea ella. La observo desde mi altura aún estando acostada, tiene la piel fina y suave, sus labios son entre dos, sus cachetes resaltantes por el tamaño y un cuerpo voluptuoso.

—Has dormido mucho —murmura sorprendiéndome.

—Sí —digo apenada. —. No me queda de otra.

—Sé que es difícil querida —suspira. —. Pero te vas a recuperar.

Eso espero, de verás que sí.

—Te contaremos todo lo que quieras, mientras puedes relajarte y eso.

Asiento ante sus palabras sin nada que agregar, soy como una recién nacida en estos momentos, y ellos deben cuidar de mí como si fuera su bebé indefensa.

—¿Por qué hay hombres cuidando la casa? —pregunto curiosa.

—Seguridad, lo necesitamos —me responde de una manera que me corta las preguntas que venían detrás, si es que había.

Decido poner mis ojos en la tele al igual que ella a ver si me distraigo y dejo de pelear contra mi mente.

[...]

El moreno no parece tener una relación amorosa con ninguna de las dos chicas, pero vive bajo el mismo techo que ellas, y bueno, también yo, tampoco son hermanos, de la nada tres amigos deciden vivir juntos y con tipos que parecen guardias del presidente cuidando de su casa, ¿acaso no es eso sospechoso? Ellos no me convencen del todo, tal vez huimos de algo u alguien y no me quieren decir. Así como también podría ser otra cosa, más grave o más sencillo.

Acomodo el vestido amarillo suelto sobre mí y me pongo las primeras zapatillas que encuentro, la castaña dijo que había organizado alguna de sus cosas para mí en mi habitación, así que lo más seguro es que estoy usando ropa de ella y puede que zapatillas también.

Recojo mi cabellera en una coleta baja y dejo dos mechones en mi frente. Bajo con las manos vacías y camino hasta el comedor para desayunar antes de irnos al hospital.

—Buenos días —saludo.

—Buenos días —exclama animado el moreno.

—¿Dormiste bien? —me pregunta la castaña.

—No tanto —sincero. No puedo diferenciar lo que me pasa en la noche, si son pesadillas o tal vez recuerdos, pero no eran nada bonito.

—No te preocupes, estarás mejor —asegura la rubia.

Luego de desayunar salimos de la casa, nos subimos al jeep negro y su chófer es quien nos lleva, es lo más lógico.

Por largo rato sólo veo arboles y más arboles, por lo que creo que estamos muy retirados de la ciudad. Poco a poco el edificio pintado de blanco aparece ante mí, hay varias personas alrededor y puedo percibir a una mujer embarazada con dolor, con cada cosa que veo espero que me llegue un recuerdo pero simplemente no sucede, ¿no es así que sucede en las películas? Pero, por más que observo nada llega a mi mente, sigue en blanco en cuanto a mí vida o algo que he vivido.

—Vamos —Karla me empuja a salir.

Lentamente llevo mi mano a la puerta y bajo del jeep, el aire fresco golpea contra mi rostro y suelto un hondo suspiro.

La mano de la rubia se cuela entre mi brazo y avanza conmigo.

—Te atenderá un doctor privado, pensaba llevarlo a casa pero no quise incomodarte —explica mientras nos adentramos al hospital.

La paz que sentí allá afuera, desaparece al instante que las puertas detrás de mí se cierran, hay mucho murmullo, ruido, chillidos, movimientos apresurados y no puede faltar bebés llorando.

A pesar del ruido el lugar no está horrendo, pero no es un lugar donde me gustaría pasar más de una hora.

Karla se acercó a la recepcionista y habló con ella unos minutos antes de tomar mi mano nuevamente y avanzar hasta el fondo del pasillo, dejando atrás casi todo el ruido.

Ella toca la puerta de blanco frente a nosotras y abre un señor con una bata blanca, nos sonríe con amabilidad invitándonos a pasar. Karla me incita a entrar primero y luego lo hace ella, sin perder tiempo el doctor se presenta y procede a hacerme revisiones, estoy inquieta, pero la presencia de Karla me hace repetirme que no tengo nada que temer.




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