La elegida

Una Revelación Inesperada

Alejo el celular de mi oído colgando la llamada, salgo de la habitación apurado y bajo las escaleras trotando, asustado y confundido aterrizo en la sala, pero no hay nadie, doblo a la izquierda adentrándome a la cocina.

Mi pecho se encoge con fuerza al ver la escena, me quedo tieso con la mente turbada, esos momentos donde siempre pasan cosas inesperadas. En los peores momentos, arruinando ocasiones.

Mis pies avanzan hasta ellas, con el corazón latiéndome con tanta fuerza que esto asusta, mucho. Me arrojo sobre su cuerpo en el suelo apartándolas a ellas, levanto su cabeza y tomo su pulso, sólo está desmayada, ¿por qué se desmayó? Estaba muy bien al despertar, ¿Qué pasó?

Suspirando con el pecho apretado, espero que no sea lo que a mí corazón le asusta.

—Cari —palmeo su cachete suavemente. —. Carina —nada.

La levanto del suelo cargándola, miro a las chicas que están blancas del susto.

—Llamen al doctor, ahora —les demando.

Subo las escaleras con ella, y la dejo sobre la cama en nuestra recámara, me mantengo a su lado tronando mis dedos de los nervios.

"Dios mío, por lo que tengo que pasar, yo que no soy de éstas cosas, y mírame ahora"

Me levanto de la cama y camino hasta el gavetero en busca de mi rosario, lo encuentro sobre la mesita al lado de la lámpara donde están sus pendientes, no lo notó, es imposible hacerlo, ni loco iba a ir deliberadamente a ese evento con ella, tenía controlado cada uno de sus pasos.

Me vuelvo a colocar al lado de ella sobre la cama, pero ésta vez acariciando mi rosario con mis dedos mientras mantengo mis ojos en ella, su respiración es muy lenta, a mi parecer, puede que sea sólo mi mente frustrada y estresada.

"¿Dónde rayos está el doctor?"

Debí contratar un doctor personal que se quedara en la casa, pero yo no acostumbro esas cosas, siempre he sido dependiente de mí mismo.

Saco mi celular de mi bolsillo decidido a marcarle al doctor yo, pero justa me entra una llamada de Franco.

—¿Qué sucedió? —pregunta preocupado.

—Carina se desmayó —respondo entre suspiros.

—Hablando de la reina de Roma.

—Estoy preocupado Franco —gruño, apretando con fuerza el rosario bajo mi mano.

—Es normal Leo, puede ser una señal de que pronto se recupere —explica.

—¡También me preocupa eso! —exclamo desesperado.

"Dios, ¿en qué me metí? ¿Qué es esto? ¿A eso es que le llaman amor? Me estoy volviendo loco"

—Cálmate, ella estará bien, debió haber recordado algo y no pudo soportarlo, relájate, ¿dónde está tu rosario?

Ruedo los ojos, no me está sirviendo de mucho acariciarlo. Le echo un vistazo y aún no despierta. ¡Aún no despierta!

AÚN NO DESPIERTA.

—Esto es un asco Franco.

—Lo sé —"maldito idiota" —. Eso también lo sé.

—E... —me trago mis palabras al escuchar un ruido en la puerta, dirijo mi mirada hacia allí y veo al doctor entrando. —. Pensé que se le había atorado un toro en el camino —mascullo molesto.

—Disculpe, pero no puedo manejar como un loco...

—No me interesa, sólo dígame que pasa con mi esposa —exijo nervioso.

—Pensé que estabas cambiando por tu reina —comenta Franco.

—Tú cállate —le espeto y cuelgo.

Me coloco en el lado izquierdo de la cama, cerca de la cabecera y observo al doctor hacer su trabajo.

—Se encuentra bien.

Mi pecho se alivia, pero no del todo.

—¿Y qué? ¿Va a recordar? ¿Estará bien? —farfullo.

—Los vagos recuerdos no aseguran nada, además no recordará de golpe, y puede que su cerebro decida protegerla de un recuerdo doloroso y elimine algo o una parte de su vida —explica alejándose de ella.

Entonces, en ese caso, me tocaría contarle, porque no pienso aprovecharme de ella, no lo merece, ella debe recordar, sólo así valdrá su perdón.

—¿Qué puedo hacer? —pregunto.

—Mantenerla cerca de cosas que le sean familiar aunque no lo recuerde, tú mejor que nadie debes conocer sus hábitos y cosas favoritas.

Suspiro mirándola, sus labios parecen estar fríos y se nota pálida.

—Entiendo, ¿esto se repetirá?

—Si su cerebro intenta protegerla de algún recuerdo y aún así ella intenta querer recordar sí.

—Entiendo —me siento al borde de la cama.

—Sin más me retiro.

Asiento sin voltear a verlo, inclino mi mano y tomo la suya sobre la cama.

—¿Ves? Si vas a recordar.

—¿Eso implica que me duela tanto la cabeza? —levanto la cabeza de golpe, y me encuentro con sus ojos, me sonríe.

—Un poco —le devuelvo la sonrisa.

Hace ademán de incorporarse pero no la dejo.

—No lo hagas, descansa.

—No hace rato desperté Leonardo —se queja.

—Pero no estás bien —refuto. —. Te traeré tus pastillas y algo de comer.

—Como digas —rueda los ojos.

Beso su cabeza y salgo de la habitación, en la cocina las chicas están con el alma en la boca aún, les sonrío tratando de ser simpático.

—Ella está bien —ambas suspiran aliviadas,

—Tomaré sus pastillas, por favor lleven algo de comer a la habitación —les pido antes de dirigirme hacia las gavetas y buscar sus pastillas.

Tomo un poco de agua y subo con ello, me siento al borde de la cama, ella se incorpora y le doy las pastillas.

Ella se toma las pastillas sin protestar, posa su mano sobre la mía y me mira a los ojos con cariño.

—Si esto es normal no deberías preocuparte tanto.

—No puedo evitarlo, cuando te veo en condiciones así, me quedo sin respiración, es como sin mis pulmones se contrajeran y dejaran de funcionar, el pecho se me encoge con fuerza y siento que me asfixio —trato de explicar, pero no encuentro la manera ni las palabras correctas.

Ella sonríe ruborizándose, mueve los ojos de un lado a otro jugando con el vaso en sus manos.

—Hablas como si fuese tu primera experiencia sintiendo esas cosas.




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