La elegida

Entre el Olvido y la Venganza

Siento su saco sobre mis hombros y frota mis brazos dándome calor, no entiendo como de repente me empiezo a sentir mal, me abrazo a mí misma y levanto la mirada para verlo a los ojos, suspira mirando sus zapatos. La mitad de su pantalón está completamente sucio hasta los zapatos por mi vomito.

—Vamos, entra —me señala con la cabeza abriéndome la puerta.

Subo y luego él rodea el auto para montarse y ponerlo en marcha. No dice nada, sólo maneja en silencio hasta llegar a casa, sin poder evitarlo los recuerdos de cuando no recordaba nada llegaron a mi mente, todo parecía tan real que me pregunto cómo pudo, ni el mejor actriz llegaría a tanto.

El dolor que llevo dentro no me permite darle la oportunidad de abrirse y decirme todas esas cosas que supuestamente tiene que decirme, aunque me gustaría saber el motivo de su venganza pero, a la vez no quiero ni verlo en pintura.

En vez de sentirme mejor, sólo me mareo más en el auto, al Leonardo bajarse del auto y no abrirme la puerta me recordó a todas las veces que estuvo tan pendiente de mí cuando no recordaba nada, ¿acaso él me hubiese seguido tratando igual si lo hubiera perdonado? Bajo de la camioneta con cuidado y justo cuando levanto la mirada él voltea a verme, no me dice nada y sigue su camino.

Suspiro sin darle importancia, aunque en el fondo no puedo evitar sentirme extraña ante su indiferencia. Avanzo a pasos lentos hacia la casa y me voy directamente hacia la cocina, limpio mi boca con un poco de agua y me giro apoyándome de espaldas a la encimera. Que horrible me siento.

Y para sumarle otra vez vuelvo a vomitar, ¿será por el alcohol? Me mojo un poco la cara y respiro profundo tratando de no marearme.

—¿Sigues vomitando? —volteo inmediatamente al escuchar su voz. Está cambiado, sólo viste un short, cierto, le vomité encima, hubiera sido mejor vomitarle encima estando desnudo.

—No es de tu incumbencia —escupo mirándolo con disgusto.

—Claro —dice con indiferencia y se acerca a mí. Levanta su mano y coloca el dorso de su mano sobre mi frente.

Observo su pecho desnudo frente a mí y está impecable, no tiene cicatrices ni tatuajes, raro en un tipejo como él.

—¿No te gustan los tatuajes? —pregunto de repente, sin querer.

—No —responde con sequedad. —. ¿Por qué? —coloca su palma en mi cuello dándome a sentir su frío, la aparta y me mira a los ojos.

—Pues a muchos mafiosos les gusta —explico, y amago marcharme.

—¿Y ahora por qué huyes? —pregunta en tono cansado. —. Te he dado tu libertad, así que relájate y estate cómoda.

—¿Cómoda? —volteo a verlo con incredulidad. —. Dejé de estar cómoda hasta conmigo misma desde que entraste a mi vida.

—Ujum —alza sus cejas por un instante. —. ¿Estás bien? —pregunta confundiéndome.

Ruedo los ojos.

—Sí, gracias —respondo entre dientes y me doy la vuelta para subir a la recámara.

Sin pensar en cambiarme me voy directo a la cama, encojo mis piernas y apoyo una mano debajo de mi cabeza. Ya cuando morfeo me estaba visitando sentí algo cubrirme desde los pies hasta los hombros.

[...]

Con los brazos alrededor de mis piernas observo las flores frente a mí, no logro poner a mi mente y mi corazón de acuerdo, una parte de mí me exige venganza aunque no soy capaz, y la otra parte está interesada en conocer su historia, y tal vez también sus razones.

Me pongo de pie luego de tener mucho rato en el suelo mirando esas flores sin hacer nada más, lo haré simple, tal vez si logro conocer su historia mi perspectiva cambie y puede que logre perdonarlo, así podré soltarlo, pedirle el divorcio y empezar de nuevo.

Abrazándome a mí misma camino hasta la casa sintiendo algo de frío, me vestí pero al final no salí, murió esa parte rebelde que había nacido en medio de mi desastre, pero quedó esa versión que no teme y que es más atrevida.

Camino hacia la cocina pero escucho el ruido de la puerta por lo que me detengo y giro encontrándome con él entrando apuradamente, suspiro juntando mis labios en una línea, trato de encontrar que decir pero él se acerca dando zancadas y lo miro algo preocupada por esa expresión que trae en el rostro. Está molesto, más que eso, furioso.

Me toma bruscamente de la muñeca, y tira de mí hacia él.

—Espero que con quien sea que estuviste no te haya dejado agotada.

Lo miro en shock por sus palabras, no logro decir nada cuando empieza a arrastrarme detrás de él con rapidez.

—Porque tendremos una larga conversación si no cooperas —demanda entre dientes.

Me adentra de golpe a su despacho y luego se mete él azotando la puerta.

—¿Qué te pasa? —exclamo, mi voz cortándose en el camino.

—¡Te ofrecí el divorcio maldita sea! —grita eufórico. —. ¿Qué te costaba aceptarlo y hacer tus cosas con libertad?

—No sé de que me estás hablando —digo confundida, jugando con mis dedos nerviosa. Él ríe sarcástico burlándose de mí.—. ¡En serio no lo sé! —grito.

—Bien, si así lo quieres así lo tendrás, no quería más de ti que una disculpa, y sí, sé que no lo merezco pero... me esforcé y eso hizo que quisiera más y aún así me lo estoy tragando porque merezco que estés jugando de ésta manera, no quieres el divorcio, sólo quieres restregarme en cara todos los días que jamás me vas a perdonar.

Lo miro sintiendo mis ojos cristalizarse, es justo lo que quiero, pero él no ve que por más que lo desee no puedo, no puedo.

—Sí, claro —digo entre cortada. —. Sigues siendo un egoísta, como si lo que me hiciste se perdonara de la noche a la mañana, que fácil ¿no? —digo con dolor.

—No he dicho eso, sólo que...

—¿¡Sólo qué!? —grito acercándome más a él. —. Púdrete Leonardo —escupo, paso por su lado y abandono el despacho.

No me vi con nadie, pero como estaba tan bien vestida lo malinterpretó, pero ¿Qué rayos tiene que ver? ¿Acaso él cree que estoy saliendo con alguien?




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.