La elegida

Revelaciones inesperadas

—Tú sólo debes pensar en cosas bonitas, no mereces estar en eso, yo asumo mi culpa —habla con tanta seguridad, como si sólo fuera un peso más. Tanto dolor tiene adentro que esto ni le sorprende, está tan sereno. ¿Por tanto ha pasado?

—Pero tú te estás haciendo daño con esto, no te hagas esto, a ella no le hubiera gustado —digo tomando sus manos de mi rostro. —. Sólo debiste haberle dicho, y disfrutado de su compañía.

—Ya, ya —pide apretando mis manos. —. Eres la persona que menos quiero que pase por esto, no lo mereces, por favor olvídalo, puedo con esto, con todo, pero tú no te culpes por favor, no quiero hacerte más daño de lo que te he hecho, no quiero que estés triste.

Suelto una risita.

—Cada vez que hablas así me haces pensar que crees que estoy embarazada —confieso.

El sonríe.

—Sólo era un presentimiento —explica. —. Ve a casa, y no te preocupes.

—Yo quiero estar contigo —insisto. —. ¿Recuerdas esa vez que llegué llorando a mares? Viniste como loco preguntándome cosas, y me abrazaste aunque luego te insulté, yo nunca te he visto mal —meneo la cabeza. —. Y saber que ella es tu madre me rompe el corazón.

Me atrae a su cuerpo y me abraza con fuerza pidiendo que me calme.

—Ya, ¿lo ves? Eres muy sensible y no me gusta que te pongas así, ni siquiera es tu problema —despego mi cabeza de su pecho y lo miro mal. —. Sabes en que sentido lo dije —explica.

—Por cierto, vi a Franco besándose con Alessia, ¿lo sabías? —pregunto.

—Sólo le está sacando información —suspiro aliviado. —. Que atenta eres —me dice asombrado.

—Me gusta estar atenta, en serio me asusté, pues confías en él.

—¿Y así me dices tantos te odios? —achina los ojos mirándome acosadoramente.

—El sentimiento es mutuo.

Se queda mirándome fijamente a los ojos sin decir ni una palabra, en pocas ocasiones me mira de esa manera, y es una mirada que he guardado en lo más profundo de mi ser. ¿Por qué rayos? No lo sé, sólo que cuando me mira así, algo pasa entre nosotros, no físicamente, pero sí en lo interior.

Toco mi cabeza masajeando mi frente algo mareada, de seguro es porque a pesar de haber vomitado no comí.

—¿Estás bien? —pregunta preocupado.

—Ujum —asiento pasando un mechón detrás de mi cabeza.

—¿Viniste sola? No puedes irte así —dice poniéndose de rodillas y tocándome preocupado.

—No, pero vámonos —pido.

—No, te prometo que mañana estaré en casa —aleja sus manos de mí y saca su celular de su bolsillo. —. ¿Con quién viniste? —pregunta.

—Con... el alto delgado —trato de detallarlo para que pueda saber quien. —. Estoy bien, es sólo porque no he comido nada —intento pararme y éste se impulsa tomándome de la cintura rápidamente.

—Carina ¿Qué te pasa? Ni siquiera te puedes sostener —explota como loco al pararse. —. ¿Estás segura de que estás bien?

—Sí sí —farfullo. —. Sólo es un mareo, ya me voy, me prometiste que mañana estarás en casa —le recuerdo.

Él asiente.

—Sí —afirma. —. ¿Estabas preocupada por mí? —pregunta.

Aparto la mirada incómoda sin saber que contestarle.

—Pues sí, tú nuca has hecho algo así —explico volviendo a verlo a los ojos. —. ¿Puedes al menos subirte al sofá? —pido mirando alrededor. No sé como puede estar aquí, esto se ve muy pesado por tantos documentos y fotos, da mucho que pensar, pero si es su lugar de estar solo, ni modos.

Besa mi mejilla ligeramente antes de soltarme.

—¿Cómo me encontraste? —pregunta, escaneando mis ojos.

—Sólo te busqué —alzo los hombros y doy varios pasos antes de darme la vuelta. Antes de llegar a la puerta me volteo nuevamente. —. No pienses mucho, así como no quieres que piense en que no pude ir a verla —le sonrío de labios sellados y abandono el lugar.

Aunque él me lo haya pedido, es imposible que no me sienta mal, no lo soporto, mucho menos cuando sé que era su madre, hay tantos misterios de él, en realidad no conozco al hombre con quien me case, no sé su pasado, nada de su historia.

Salgo del edificio apurada, escuchándose solamente el pisar de mis tacones, avanzo hacia la camioneta y me monto rápidamente, ya me siento más aliviada, al menos sé donde está.

—Vamos a casa —pido.

Me dejo caer de espaldas sobre el asiento y froto mi frente sintiéndome aún mareada, apoyo mi cabeza a la ventanilla cerrando los ojos por un momento, me quedo dormida por unos minutos.

Abro los ojos después de un rato, y miro por la ventana para ver que tan cerca estamos, pero frunzo el ceño al no reconocer el camino, miro hacia el conductor rápidamente preocupada.

—¿Estás tomando un atajo? —pregunto.

—Sí preciosa.

El corazón se me acelera al no reconocer la voz de la persona, cada bello de mi piel se eriza del miedo que me recorre al instante de sólo pensar en que esto es un secuestro. Nunca he pasado por esto.

Por instinto me pego más al asiento, desesperada empiezo a buscar mi celular en mi bolsillo para llamar a alguien pero no hay señal. Me quedo sin plabras y miro hacia el chófer, trato de enviar un mensaje pero el aparato simplemente no me sirve de nada.

—¿Quién eres? —pregunto temblando del miedo. —. Detente ahora mismo, no sabes con quien te estás metiendo.

—No, sí lo sé —dice divertido.

Dejo el celular a un lado y trato de calmarme, respiro hondo, debo saber que hacer, puedo defenderme, puedo hacerlo. Me impulso hacia delante tomándolo del cuello cruzando ambos brazos debajo de su garganta.

—Suéltalo fieresilla —me ordena un tipo que estaba recostado apuntándome.

Aligero mis brazos liberándolo, regreso al asiento más asustada que antes.

—Pasame el celular —me pide extendiéndome su mano. —. ¿Por qué no se lo quitaste tonto? —le reclama al otro.

Le extiendo el celular débilmente observando cada detalle de él de lo poco que puedo ver.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.