La elegida

Entre el Engaño y la Confianza

—Carina contéstame —exclama desesperado.

—Los hombres de tu padre la están investigando, nada más —arrojo lo primero que se me ocurre.

—Préstame tu celular —me pide haciéndome señas con la mano mientras se incorpora.

—¿No confías en mí? —pregunto mirándolo mal.

Menea la cabeza.

—No es eso, necesito hablar con Franco, o me dejas llamarlo o voy por él —sentencia.

Saco mi celular de mi bolsillo y se lo extiendo, entro ambas manos en los bolsillos delanteros y lo observo marcar.

—¿Qué está pasando Franco? —ni siquiera lo saluda.

—Sabía que ibas a despertar —exclama Franco.

—Dime algo que quiera oír, no estoy para bromear —escupe molesto. Ya veo, no hay diferencia alguna, trata a todos de igual manera, como perro por su casa, pero Franco lo conoce y ni se sorprende.

—El plan funcionó, ¿Qué tal si descansas y mejoras? Mira que Carina está muy preocupada, ella sabe que es el blanco, ¿Por qué mejor no te quedas con tu esposa y mañana hablamos?

Levanta la mirada para verme a los ojos, y yo aparto la mirada, ¿Por qué Franco tuvo que decir todo eso? Es normal que estuviera preocupada, Leonardo es mi único escudo, además él me metió en esto al tomarme como su esposa.

—Bien —masculla.

Regreso mi mirada hacia él, y me extiende el celular, lo tomo mirándolo incómoda.

—Iré por una enfermera —propongo.

—No, no es necesario —niega.

—Pues déjame verte —me acerco, y él se recuesta, desato la bata y observo su herida levantando un poco la venda que le rodea, se ve algo reciente todavía pero está bien. Alzo la mirada y me pierdo en los latidos de su corazón, su pecho desnudo sube y baja con rapidez, pero él no está agitado. —. Creo que está bien —comento.

—Dijiste que querías perdonarme —no dije exactamente eso, pero al parecer escuchó. —. ¿Qué tengo que hacer para que lo hagas? —pregunta, con mucha seriedad.

Me quedo frisada al escuchar sus palabras, no me atrevo a levantar la mirada porque no puedo, no creo que haya algo más que impida que seamos sinceros y que dejemos éste juego de odio y amor.

—Perdónate tú Leonardo, si en tu cabeza no cabe que pueda perdonarte, pues no puedo, deja de alejarme de ves en cuando, quererme en ocasiones, perdónate que te hace falta, sólo así podré yo hacerlo.

—¿Cómo perdonarme si mi pecado está delante de mis ojos todos los días?

Levanto la mirada para enfrentarlo al fin.

—Yo también tengo malos recuerdos, yo los siento aún, así como no soportas recodar todo el daño que me hiciste yo tampoco soporto recordarlo, pero yo lo llevo en mí y estoy haciendo el esfuerzo —escaneo sus ojos. —. O me alejas para siempre o me quedo, que me vaya o no, no va a borrar nada, no habrá diferencia, te lo aseguro.

Ato la bata nuevamente y antes de poder alejarme él me toma de la mano, avanzo un poco para estar cara a cara con él.

—Eres mi pecado, y también mi castigo —sin importar lo raro que suene, es la verdad. —. Carina yo no quiero hacerte más daño, en cualquier momento puedes...

—No pienses en lo que puede o no suceder, de nada nos sirve sacar conclusiones, pero es tu decisión —declaro.

—Siempre lo supiste —agacha su mirada mirando nuestras manos. Sonrío por eso, me siento al borde de la camilla recordando como me dijo que estaba enamorado de mí.

—Aún creo que te estás haciendo el loco —comento.

—¿En cuánto a qué? —pregunta confundido.

—Me lo confesaste cuando estabas borracho —suelto jugando con nuestras manos unidas. —. Pero no le puse mucha atención.

—¿Cuánto tiempo llevo aquí? —Inquiere.

—Sólo tres días —inclino mi mano libre y muevo su cabello hacia atrás. —. Y debes descansar —me paro de la camilla para alejarme pero no me deja.

—¿Y has estado aquí todo el tiempo? —asiento. —. Si quieres que descanse vas a tener que acostarte conmigo —demanda.

Enarco una ceja indignada.

—¿Me estás chantajeando? —pregunto señalándome a mí misma.

—Sólo quiero dormir sin preocupaciones —se encoge de hombros. Éste hombre siempre obtiene lo que quiere, se asesora de eso.

Rodeo la camilla y con cuidado me subo, me giro de lado y él me rodea con sus brazos, echa mi cabello hacia un lado y justamente recuerdo el rosario.

—¿Te lo quitaste? —pregunta sorprendido.

—Entré en pánico y te lo puse, pero debe estar sobre la camilla —digo, sin darle mucha importancia. Él empieza a buscarlo como loco y suspiro, no me sorprende, más extraño que él, nadie.

Giro la cabeza para verlo y veo que lo encontró, le sonrío levemente y me levanto un poco para que me lo ponga de nuevo. Y regreso a mi posición anterior.

—Te juro que sólo quería tu perdón, no estaba en mis planes crear sentimientos —murmura, cerca de mi oído, proporcionándome el calor de su respiración en mi cuello.

—Sino me equivoco así funciona eso —comento y ambos reímos al final.

No dice nada más, sólo besa mi cuello y suspira mientras me rodea con más fuerza, me preocupa su herida pero conociéndolo, sólo lo fastidiaré si le digo que aún no está bien.

[...]

Me giro de lado sintiendo más espacio en la cama, me incorporo haciendo a un lado mi cabello, miro hacia mi lado y veo a Leonardo quitándose la venda alrededor de su cuerpo, bufo tocando mi frente. Bajo los pies de la cama y me dirijo hacia él.

—¿Qué haces? Leonardo puedes hacerte daño ¿sabes? —le reprocho. Me coloco en frente de él y le ayudo con la venda.

—Estoy bien, te lo juro, sólo fue un disparo —replica.

Agacho la cabeza quitando con cuidado la venda, de repente siento sus labios en mi cuello, sube hasta mi mejilla, y al levantar la cabeza termina en mis labios, lo dejo besarme, no puedo evitarlo cuando yo también lo deseo.

Me besa lentamente con suavidad, introduce su lengua en mi boca mientras pasa su mano detrás de mi cabeza, gira la cabeza de lado profundizando más el beso.




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