La elegida

Epílogo ‹La elegida›

Epílogo ‹La elegida›

Somnolienta me giro de lado, observo a Leonardo a mi lado y con cuidado quito su mano de mi cintura, me siento dándole la espalda y escucho el timbre de mi celular, ¿Quién llama a ésta hora? Inclino mi mano y lo tomo sobre la mesita, el corazón se me abre del susto al ver un mensaje de Carlo, él no me escribiría a ésta hora de no ser algo importante.


Me paro de golpe de la cama y dejo el celular en su lugar para bajar, mientras lo hago ato la bata cubriendo mi sencilla ropa de dormir, salgo al patio y lo veo allí parado.


—¿Qué sucede? —le pregunto en un susurro terminando de acercarme.


—Tomé una decisión, como usted dijo esto no puede seguir así, y mientras más cerca la tengo, más crece esto que siento —explica tocando su pecho.


Lo miro a los ojos apenada, lo siento mucho por él.


—¿Qué decidiste? —pregunto entre cortada.


—Me voy, ya escribí mi carta de renuncia, quería despedirme de usted —aclara.


Aparto la mirada algo incómoda sin saber que decir, ¿esto es lo que pasa cuando no puedes corresponder?


—Bueno, yo… lo siento y espero que te vaya bien —digo tartamudeando.


—Sólo quiero —se acerca y toca mi mejilla acercando su rostro al mío, no logro retroceder porque no me inmuto, no puedo, esto es muy arriesgado, la casa está llena de cámaras. Inclina más su rostro pero rompo contacto con él, toco mi cabello nerviosa y vuelvo a mirarlo.


Él me mira resignado, baja su mano lentamente y no dice nada.


Si está haciendo esto, en la casa de Leonardo, sabiendo que él está arriba, sí que tiene pantalones.


A pasos lentos me acerco y le doy un breve abrazo seco.


—Buen viaje —le deseo agachando la mirada.


—Cuídate —murmura. —. Y también a esa criatura —no lo miro, sólo lo siento alejarse.


Levanto la mirada y veo como desaparece de mi vista, suspiro hondo y volteo para mirar hacia la ventana de la habitación y casi se me arranca el corazón del pecho, ahí está.


OH POR DIOS


Trago con dificultad y me apresuro en subir hacia la recámara, abro la puerta y me adentro con el alma en la boca, lo veo sentado al borde de la cama con la cabeza gacha y una pistola en su mano.


Al menos pudo controlarse.


—Yo puedo intentarlo todo, pero intentar evitar querer matar a alguien que quiera robarte de mi lado es imposible —masculla molesto.


Lentamente me acerco a él y me siento a su lado.


—Sólo se estaba despidiendo.


—Sí, si hubieras dejado que te besara no se que hubiera pasado —sonrío apenada.


—Sabes que no haría eso —tomo su mano y le quito la pistola con facilidad. —. No tienes porque enojarte, desde un principio él supo su lugar, en serio.


—No lo defiendas porque puede que me hagas cambiar de idea —sube completamente a la cama y se acuesta.


Me levanto y dejo la pistola sobre la mesita de noche, pero cambio de idea y lo guardo en el cajón de abajo, me subo a la cama y me acuesto apoyándome a su pecho.


—Cuando ya no quieras estar conmigo dímelo, pero no me mientas.


—Ya me hiciste prometer eso —digo cerrando los ojos. —. Dicen que lo que más pensamos es lo que menos sucede, gracias por no matarlo.


El suelta una risita y besa mi cabeza.


—Descansa, mañana será agotador —me rodea nuevamente.


[…]


Miro alrededor viendo que ninguna de las maletas están, de seguro Leonardo ya las bajó, me acerco a la ventana y muevo un poco las cortinas para ver si logro verlo pero me llevo la sorpresa de ver un montón de hombres en la casa, abro los ojos como platos y salgo corriendo de la habitación.


En la puerta está mi padre y Leonardo, avanzo hasta ellos y me coloco en frente de Leonardo para ver a mi padre.


—Papá —murmuro sorprendida.


—Vine por un cadáver, pero si es por las malas me llevaré cuántos sean necesarios —dice demandante como siempre.


—Pensé que… íbamos a conversar luego —le doy una rápida mirada a Leonardo pero éste tiene el rostro sin expresión, ni estar apunto de morir le causa algo.


—Dame una razón para no matarlo —exige mi padre.


Miro a Leonardo asustada, pero éste no se digna a nada.


—¿A parte de que estoy embarazada? —inquiero.


—Cuántos hijos no sobreviven sin sus padres —exclama.


—Bueno, un corazón no sobrevive sin el dueño —lo miro fijamente a los ojos esperando una reacción.


El rostro de mi padre cambia radicalmente, como si hubiese escuchado alguna palabra mágica.


—¿Dónde sacaste eso? —pregunta sorprendido. —. Claro, tu madre —dice entre dientes y se da la vuelta para marcharse.


—¡Papá! ¡Oye! —me apresuro en seguirlo, pero alguien me retiene del brazo.


—¿No crees que si no nos vamos ahora puede que quedes viuda? —dice con tanta seriedad que no logro reírme.


—Mi mamá no tiene nada que ver —replico.


—Tal vez dijiste la palabra mágica porque descubriste el secreto, ella pudo haberlo utilizado con él —explica.


“Se puede odiar a alguien que se amó, con la misma intensidad que se amó. Así de simple.”


—Oye, linda tenemos que irnos —pasa su mano frente a mi rostro buscando captar mi atención.


Ya lo entendí, sus palabras siempre fueron exactas y claras, todo lo que sentía cada vez que la escuchaba, era real, detrás de su relación no hubo ése amor, fue un matrimonio arreglado o forzado.


—Ya —tomo del brazo a Leonardo.—. Ya entendí —lo miro y le sonrío, él me mira extrañado sin entender nada.


—Bueno, no importa, sea lo que sea nos hemos librado ésta vez de tu padre —se inclina y besa mis labios castamente, me toma de la mano y salimos de la casa apresurado.


—No creo que vuelva por nosotros —digo mientras intento ir a su ritmo.




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