El reino de Milligan disfrutaba de una bonanza desbordante. El número de pobreza y crímenes habían bajado considerablemente, todos tenían trabajo y los negocios prosperaban. Aunque muchos podrían considerarlo una exageración el decirlo pero todos los habitantes de Milligan eran felices.
Así era la vida de Milligan hasta que Skandi entró en escena y paró todo con un “NO” muy ardiente. En serio escribió un “NO” en medio de la plaza con fuego matando a cinco personas en el proceso.
Skandi era una dragona de más de veinte metros de color rojo sangre con un mechón blanco detrás de su cabeza, ojos verdes y unas garras siempre afiladas. La criatura tenía un aliento de fuego que era capaz de convertir las casas en inhabitables construcciones que apenas podían sostenerse solas y los cultivos, en cenizas.
Algo curioso de Skandi era que su piel tenía ciertos parecidos a la piel humana, si alguien era lo suficientemente estúpido como para tocarla sería el equivalente a un insecto tocando la piel de una persona. Pero era mucho más resistente que la capa protectora de cualquier ser humano. Las flechas no le hacían ningún daño.
La primera visita de Skandi fue para hacer un trato y las siguientes, para asegurarse que dicho trato se cumpliera. Skandi prometió dejar de destruir su reino a cambio de la mitad de sus cultivos, mil monedas de oro y algunos sacrificios humanos. El reino de Milligan aceptó el trato, no es que tuvieran muchas opciones. Trataban de pagar, pero los gastos se hicieron excesivos.
A veces se tenía que decidir entre pagarle al dragón o alimentar al pueblo.
Casi siempre iban por la primera opción.
—Los que tengan hambre pueden venir conmigo — decía Skandi con un tono malicioso.
El reino de Milligan descubrió que Skandi vivía en una cueva ubicada en La montaña de Los lamentos. Se llamaba así porque, al verla de lejos, tenía la apariencia de un rostro humano en constante dolor y agonía, tal vez sea porque tenía a un despiadado dragón viviendo en su boca. La montaña de los lamentos estaba tan cerca que se podía ver desde la salida del reino.
El rey mandaba en secreto a sus mejores soldados para combatir a la dragona. Era un secreto fácil de descifrar. Todos los meses cuando la dragona iba por su tributo, unos días después de haber enviado a sus soldados a combatir (prueba irrefutable de que habían fracasado miserablemente), lo primero que hacía era soltar las armaduras de los soldados al suelo cerca de los pies del rey.
— Deliciosos bocadillos. Pero no les servirán como descuentos de lo que me deben. Nos vemos en un mes.
Antes de irse Skandi destruyó un parque.
Aunque la estrategia de enviar soldados a enfrentar a la dragona era un plan fallido eso no impedía al rey a seguir intentándolo. Al día siguiente de cobro el rey se encontraba en una parcela cercada, rodeado de varios guardias armados. Frente a él estaban formados varios soldados en armaduras que cubrían todos sus cuerpos.
El rey sacó un papelito del sombrero.
—Número 27, ¿Quién tiene el número 27?
— Yo, yo, yo — respondió un Arton muy emocionado. El hombre de la armadura corrió hasta el podio donde estaba parado el rey. Los guardias se mostraron ansiosos al ver a alguien tan animado.
Arton le entregó un papelito que tenía el número 27. Luego de unas cuantas comprobaciones el rey pudo confirmar que, efectivamente, Arton era el número 27.
—Es tu turno… ¿Cuál es tu nombre, honorable caballero?
Arton creyó que su corazón se le iba a salir del pecho. El rey en persona lo estaba llamando “Honorable caballero”. Eso no le pasa a cualquiera (en realidad sí). Arton luchaba para contener la emoción. Tenía que mostrarse estoico y heroico ante el rey.
—Arton, su majestad. Arton Sander — respondió Arton con todo el respeto del mundo. Quería urgentemente un vaso de agua y un sándwich de jamón. Tenía la boca reseca y el estómago vacío.
—Arton Sander. Usted ha sido elegido para ir a La Montaña de los lamentos, a la cueva de los 1000 cadáveres — un 30% son de Milligan — y acabar con ese endemoniado dragón que tantas penurias nos hizo pasar. El reino de Milligan cuenta contigo.
—Así lo haré su alteza — Arton se arrodilló para besar la mano del rey.
Los dedos del rey estaban llenos de anillos cubiertos de piedras preciosas. Eran falsas porque Skandi tenía en su poder todas las joyas buenas. Arton se enteró de mala manera, apenas besó el dedo del rey la joya se desprendió y se metió en su boca. Arton se la tragó accidentalmente.
—¡Traeré su cabeza! — exclamó Arton para alejarse de la situación.
Los demás caballeros respondieron con algarabía, gritando su nombre en un coro heroico. ¡Cuídate Skandi! ¡Un nuevo héroe viene por ti para acabar contigo! O para darte una mala indigestión. Lo que ocurra primero.
—Excelente. Ahora ve por tu equipo y sal de aquí antes de que anochezca.
El equipo de Arton no era precisamente amplio: Un escudo metálico con abolladuras (usado), una bolsa llena de 30 monedas de oro para los gastos de su viaje y una biblia escrita por el dios Saplo, uno de los siete dioses que crearon el cielo y la tierra. Arton la recibió con poca inflexión en su rostro. No le importaba la religión, solo le importaba luchar.