La elegida

Capítulo 3

Unas horas después de la partida, y supuesta traición, de Arton el rey mandó a Mickey Forrester a seguirle la pista. Mickey Forrester era un caballero más alto, más fuerte y más habilidoso que Arton. Pero todavía no era su turno. Mickey Forrester era el número 32. Su trabajo era encontrar a Arton Sander, arrastrarlo hasta La montaña de los lamentos/La cueva de los mil cadáveres y obligarlo que luche contra el dragón y muera en el proceso.

Cinco caballeros más y sería su turno.

Mickey apenas conocía a Arton, solo habían compartido dos palabras juntos y esas eran “Permiso, por favor” pero el saber que había traicionado al rey y a todo el reino de Milligan al escapar fue suficiente motivo para odiarlo de por vida y desear su muerte de mil maneras posibles. Mickey sentía una gran satisfacción al saber que Arton iba a morir a manos del dragón, no iba a tener oportunidad alguna. Tanto él como el resto de los habitantes del pueblo lo sabían.

Mickey pudo seguir el rastro de Arton sin que este se diera cuenta. Cuando Arton entró a la taberna a comer un poco, Mickey lo esperó afuera comiendo sus provisiones de carne seca y agua. Arton salió mareado. Mickey pensó que esta era la oportunidad de llevarlo a La montaña de los lamentos/La cueva de los 1000 cadáveres para que enfrente su destino. No lo hizo, se quedó quieto y dejó que Arton se alejaba. Obviamente Arton no iba a deshonrar a su pueblo solo para emborracharse. Arton podía ser muchas cosas, pero no era un alcohólico. Eso si lo sabía. No, Arton se traía algo entre manos y quería saber que era.

-— ¿Qué tramas patético pedazo de mierda? — se preguntó con una voz cargada de rencor.

Arton siguió su recorrido hasta llegar a los pantanos de Lliona. Tanto él como Mickey dejaron sus caballos amarrados a un árbol para seguir el recorrido a pie. Mickey tuvo muchos problemas en mantenerse oculto, era alguien muy grande para hacerlo. Por suerte Arton estaba tan enfocado en encontrar lo que sea que esté buscando como para preocuparse si lo estaban siguiendo o no. Mickey podría estar a su lado soplándole con su aliento con olor a carne seca y Arton no se daría cuenta de su presencia.

Dejando de lado los charcos lodosos, las ramas molestas que golpeaban su cara y los mosquitos que se aprovechaban cualquier espacio descubierto de su armadura, Mickey se las ingenió para mantenerse incognito. Se escondió detrás de un árbol muy grueso al ver que Arton se había detenido.

Mickey vio que Arton se había parado encima de dos piedras, se había arrodillado y se había puesto a rezar cerca de un lago verde. No pasaba nada. Mickey estuvo esperando impaciente más de una hora a que pasara algo. Nada. Arton solamente había venido a perder el tiempo, a rezarle a una entidad inexistente, tal vez para pedir un milagro. Los milagros no existen para los traidores, pensó Mickey. Con un fuerte e inesperado golpe en la cabeza sería suficiente como para desmayarlo, amarrarlo y llevarlo a la guarida del dragón. Mickey pensó con maldad, ¿Cómo sería dejarlo en la guarida del dragón sin haberle quitado las ataduras? En lugar de llevar a un “valiente” guerrero sería solo un vulgar repartidor de comida. No iba a hacer eso, Arton tenía que morir como un guerrero, en un combate desigual contra un monstruo veinte veces más grande que él. Si quería matarlo podía hacerlo el mismo.

Mickey se hizo a un lado dejando ver su gruesa silueta. Cerró sus puños, imaginando la mandíbula de Arton rompiéndose de un puñetazo. Antes de dar el primer paso alguien tocó su hombro. Mickey dio la vuelta para ver a una criatura cubierta de follaje y lodo, con unos ojos humanizados y una ausencia total de nariz. Su boca era enorme abarcaba casi toda su cara. Si Mickey era grande esta criatura era enorme. Era una cabeza más grande que Mickey y sus hombros eran monumentales.

Mickey no tuvo tiempo de desenvainar su espada. La criatura lo agarro de la cara, destrozando su casco con sus dedos gruesos, y le apuñaló en el cuello con un cuchillo de piedra. Lo hizo con tanta fuerza que atravesó el metal de su armadura y pulverizó los huesos de su garganta, pasando por su papada hasta llegar a la mitad de su cabeza.

La criatura hizo que Mickey cayera al suelo sin hacer mucho ruido. La criatura lo hizo a un lado, sin preocuparse de que fuera a escapar. Iba a morir en pocos segundos. Tanto la criatura como Mickey lo sabían.

Mickey murió quince segundos después del ataque, de forma discreta y con una muerte nada parecida a la de un guerrero. La criatura se quedó a ver lo que estaba pasando. No quería que nadie le interrumpiera el espectáculo.




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