La elegida

Capítulo 4

— Deja de hacer eso. Aquí estoy.

La voz venia de arriba, Arton levantó la cabeza para ver de quien se trataba. Del cielo solo se pudo ver una silueta negra de una figura humanoide que bajaba lentamente. No había mucha luz en el pantano, gracias a la niebla, pero se pudo ver a una criatura de alas casi transparentes, una larga melena roja, una expresión femenina muy juvenil y una piel blanca. La ninfa sostenía una espada en sus manos.

— ¡Oh! Mi valeroso caballero de brillante armadura — la armadura de Arton comenzó a cosechar oxido debido a las fuertes lluvias que tuvo que soportar durante su viaje -. Se que has hecho un largo viaje lleno de penurias y aquí tengo lo que buscas.

Uno de los ojos de la ninfa miró a otro lado, detrás del caballero para ser exactos. De un arbusto detrás de Arton salió un brazo peludo, para luego salir el cuerpo completo de un joven delgado con cabello negro y peinado de tazón. El joven trató de acercarse al caballero pero tuvo que regresar al arbusto.

La cuerda no se iba a sostener sola.

Cada vez que el joven se alejaba de la cuerda la ninfa descendía, para volver a ascender casi de inmediato. La piel de la ninfa se hizo más blanca, esta vez por la palidez causada por el miedo. La ninfa maldijo en silencio. Si ella caía a ese lago de agua sucia Marc iba a ser expuesto a su furia.

La ninfa sonrió, le mostró unos dientes de conejo poco atractivos.

— Antes de darte lo que estás buscando, ¿Podrías hacerme un pequeño favor?

— Lo que desee.

— ¿Podrías retroceder un poquito?

Arton retrocedió hasta que la ninfa le dijo que se detuviera. Arton se había posicionado demasiado cerca del arbusto donde estaba Marc, este con solo sacar la mano ya podía tocarle el trasero a Arton. El caballero de la armadura moderadamente oxidada se volvió a inclinar ante la ninfa.

Marc acercó una piedra con su pie y la puso encima de la cuerda. La ninfa descendió un poco y Arton pudo ver como estaba vestida. Usaba un vestido verde lleno de agujeros (uno de ellos estaba en el centro de uno de sus pechos), su cuello estaba adornado de varios collares dorados, unas agujas de coser amarraban sus cabellos rojos y un par de bragas, que podrían servir como unos pantalones, se dejaban ver debajo del vestido. Era la ninfa más pobre que Arton había visto en su vida. En realidad era la única ninfa que Arton había visto en su vida.

A la ninfa le faltaba un zapato. Lo había perdido mientras estaba colgada.

La ninfa tenía una caja negra entre manos.

— Oh, mi valeroso caballero. Te entrego la serpiente de fuego para que acabes con el monstruo que ha estado asechando tu pobre reino.

La ninfa le entregó la caja a Arton.

Marc salió del arbusto, tenía el objeto preciado frente a él. Era una bolsa de cuero que estaba colgada en la cintura del caballero, ¿Quién sabe cuántas monedas puede haber ahí? Probablemente unas treinta monedas. Marc podía sentir el frio de esas monedas en sus manos. Esa cantidad haría que todo este engorroso trabajo haya valido la pena. Marc se acercó con cautela, solo tenía en mente la bolsa de monedas.

Marc no se fijaba en donde ponía los pies.

La tortuga vio los pies torcidos de Marc y se escondió dentro de su caparazón. Marc, sin querer, pisó a la tortuga perdiendo el equilibrio y cayendo encima de Arton.

— ¿Qué diablos? — preguntó asustado el caballero. Así como así tenía una capa humana en la espalda.

La piedra ya no pudo sostener más el peso de la ninfa. La cuerda se movió, incluso debajo de la piedra y Giovanna cayó al agua.

— ¿Qué?

Arton abrió la caja negra. La serpiente de fuego era solo una vieja y agusanada rama de árbol.

— ¿Qué está pasando aquí?

Giovanna sacó la cabeza del agua, tomando mucho aire, chapoteando con fuerza gritó desesperada:

— ¡Auxilio! ¡Auxilio! No sé nadar.

— Giovanna. Solo ponte de pie — le aconsejó Marc, que seguía colgado en la espalda de Arton.

Giovanna se levantó, el agua apenas le llegaba a las caderas.

— ¡Gracias Marc!

Arton se hartó de tantas estupideces y dio un fuerte pisotón en el suelo.

— ¡¿QUÉ ES TODO ESTO?! — Preguntó un Arton hambriento de respuestas.

Marc aprovechó que todavía estaba colgado para poner un cuchillo en el cuello de Arton, tuvo que pasar por mucho metal para por fin llegar a su piel.

— Basta de teatro. Entréganos el dinero o si no te mato. Créeme, lo he hecho antes y lo volvería a hacer.

Arton agarró la mano que sostenía el cuchillo de Marc, solo bastó una leve presión para hacerlo soltar el cuchillo. Arton le dio un codazo en la cara de Marc obligándolo a desprenderse de su espalda como si fuera un papel pegado con un pegamento de mala calidad. Arton se dio la vuelta y vio que Marc seguía en el suelo, retrocediendo como un cangrejo. Que criatura tan patética, pensó. Arton se acercó a Marc con pasos lentos pero amenazantes, desde el punto de vista de Marc, Arton se veía mucho más colosal de lo que era realmente. Se veía como un gigante.




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