Las piedras se rompieron hasta convertirse en polvo, liberando los pies de Giovanna en el proceso. No solo eso, por fin Giovanna pudo abrir las manos. Una flagrante sensación de alivio cubrió todo su cuerpo. La serpiente de fuego todavía seguía en su palma, miró la mística espada con una mezcla de terror y odio. Lo primero que pasó por su cabeza al verla no fue: Con esta espada mágica voy a derrotar a muchas amenazas y vivir cientos de aventuras; sino fue: ¿A cuánto a que consigo golpear esa roca con ella?
Giovanna solo quería arrojar la espada al río, devolviéndosela a la ninfa en el proceso, tomar a Marc y largarse de estos malditos pantanos para nunca más volver. Pero no lo hizo. Había algo mágico en esa espada que le impedía soltarla, mucho menos arrojarla. La sacó de su funda, apenas la espada estuvo fuera comenzó a brillar con un fuego cálido y poderoso.
— Increíble — los ojos de Giovanna brillaban gracias al brillo —. Marc, mira. ¿Cuánto crees que nos darán por esta cosa?
— Tú… tú — Arton estaba tan furioso que casi se ahoga en su propia rabia — pequeña, ¿Te das cuenta de lo que hiciste?
Arton se acercó a Giovanna con unos pasos furibundos. Sus botas dejaban unas huellas gruesas en el barro, como si de alguien más grande y fuerte se tratase. La sombra de Arton cubrió casi todo el cuerpo de Giovanna.
Giovanna levantó la espada.
— Si te acercas te juro que… — Giovanna lo amenazó con una voz poco convincente. Jamás en su vida había matado a alguien, y no estaba segura de querer comenzar hoy.
“Solo le cortaré los brazos y las piernas”, pensó.
— Puedes matarme si quieres pero eso no quita que eres “La elegida”, escogida por los mismísimos dioses para portar La serpiente de fuego — De repente Arton levantó la voz haciendo que Giovanna se convierta en una bolita de miedo — ¿Y sabes que voy a hacer al respecto?
Giovanna tenía varias respuestas en mente y en todas ellas Giovanna terminaba sangrando.
Giovanna no se esperaba lo que venía después, nadie lo hacía. Arton se inclinó frente a ella y pegó su cabeza metálica contra el suelo lodoso. Marc se acercó a su lado, confundido.
— ¿Qué está pasando aquí? — preguntó.
Giovanna levantó los hombros.
— Yo, Arton, caballero del reino de Milligan prometo cuidarla y asegurarme que cumpla con la misión encomendada por los dioses. Estoy dispuesto a dar mi vida con tal de salvaguardar la suya — Arton vio los pies de Marc — y también estoy hablando por él.
— ¿Qué? — preguntó un Marc alarmado.
— Inclínate — le ordenó Arton.
— Ni loco me voy a inclinar ante alguien a quien le huelen los pies.
Arton le dio semejante golpe en los testículos que lo obligó a inclinarse. Marc cayó de rodillas, agarrándose los huevos, con un rostro enrojecido y esforzándose por no llorar. Un golpe común en esa zona era suficiente para causar mucho dolor, pero si le sumamos la fuerza de un caballero entrenado y unos guantes metálicos era suficiente para tomar ese dolor y elevarlo a la gloria.
Arton se levantó y se acercó a Giovanna.
— Será un honor acompañarla en sus aventuras.
Estando cerca Giovanna creía que Arton era alguien atractivo, dentro del casco ella solo pudo un mechón de cabello y unos ojos verdes. Sin embargo ahora no tenía tiempo para pensar en la belleza de un caballero al cual le faltaban unos tornillos, tenía otras cosas en mente y situaciones complicadas de las cuales zafarse.
—Toma la espada — Giovanna le quiso entregar la espada a Arton.
— No, es tuya.
— Tomalá por favor. No quiero tenerla más.
— La profecía dijo que solo tú puedes tener la espada y que solo tú puedes combatir contra esos monstruos.
— Pero yo no sé nada de peleas ni de espadas. En cambio tú eres alguien fuerte y entrenado para hacer esta tarea. Estoy segura que tú serás un mejor guerrero de lo que yo jamás seré.
— No te subestimes — Arton no podía negar que el elogio lo conmovió —, además por eso mismo yo te acompañaré en tu viaje. Te enseñaré todo lo que sé.
Giovanna se estaba irritando. No quería esta responsabilidad.
— Por favor toma la espada — pidió Giovanna acercándose a Arton. Este la rechazó como si le estuviera entregando una serpiente venenosa.
— Que no — formo un escudo metálico con sus palmas -. No la quiero.
— ¡QUE LA TOMES!
Apenas Giovanna levantó la voz la espada brilló con fuerza, iluminando buena parte del pantano. Marc se quedó anonadado; pero Arton no retrocedió, ni siquiera reaccionó. Dio un paso al frente, esa chica necesitaba una buena lección.
— ¡Está bien! — exclamó Arton furioso.
Con suma facilidad Arton le quitó la espada a Giovanna. Apenas ocurrió el cambio de manos la espada se apagó convirtiéndose en un palo de goma, la espada se dejó sucumbir por la gravedad haciendo que la punta mire hacia abajo.
— ¿Qué ocurre? ¿Por qué no brilla? — preguntó Giovanna.
— Porque la espada solo funciona en las manos de La elegida, apenas llega a las manos de alguien más se convierte en un objeto inútil. Mira.