Giovanna sintió como su mundo se iba a distintas direcciones y sus ojos miraban a todos lados. Su rostro imitaba cada vez más a la apariencia aterrada de la cueva. Giovanna se detuvo y tuvo al frente dos enormes círculos verdes con una línea negra en el centro. Eran los ojos de la dragona Skandi, unos ojos furiosos.
Esas no eran buenas noticias para la salud de Giovanna.
— ¡¿Cuántas veces te he dicho que alejes a tu puto perro de mi propiedad?! ¡Hasta puse un maldito letrero en la entrada! — era el letrero con la letra en cursiva —. ¡Tu maldito perro no hace otra cosa más que orinarse en mis preciados cráneos! ¡¿Tienes alguna idea de lo mucho que me cuestan limpiarnos, eh?! ¡Si vuelvo a ver a tu maldito perro te juro que voy a presentar represalias!
Skandi iba a seguir con su queja por unos quince minutos más hasta que vio que la asustada mujer en su mano no tenía nada que ver con sus problemas. Le mostró una sonrisa comprensiva y relajada, y su enojo se esfumó como una montaña de polvo ante el poder de un soplido de alguien con los pulmones de acero.
— Oh, perdona. Pensé que eras el idiota de mi vecino. Veras, mi vecino es un explorador que vive en una cueva a pocos metros de la mía, y tiene un perro — mientras le explicaba Skandi movía la mano alterando el mundo de Giovanna — y ese maldito animal no deja de orinarse o cagarse en la entrada de mi casa. ¿Tienes idea de lo asqueroso que es salir y pisar un poco de caca? — Skandi añadió una risita, que para Giovanna sonó como un gruñido espectral —.Sé que tengo los pies demasiado grandes para una dama pero, igual el olor se mantiene.
Skandi se quedó callada al ver lo pálida que se había puesto la mujer.
— ¿Quién eres? ¿Eres un vendedor de biblias? Lo he dicho varias veces: Ya tengo toda la colección de historias narradas por los dioses. No las he leído, pero las tengo por ahí — Skandi sintió, en su mano rugosa y escamosa, como Giovanna temblaba sin piedad —. Si quieres puedo llevarte a casa, pequeña vendedora.
Giovanna se limitó a asentir. Si. Si. Si. Lo que Giovanna no sabía era que Skandi tenía un concepto diferente de “llevar a casa” al de, básicamente, cualquiera. Skandi tomó al anterior vendedor de biblias y lo arrojó tan lejos que aterrizó a más de 300 kilómetros al oeste de su casa, en un descampado lleno de piedras puntiagudas.
Antes de practicar su lanzamiento (su récord era de 500 kilómetros) Skandi notó algo extraño encima de la cabeza de Giovanna. Un casco. Se lo quitó con delicadeza, vio el símbolo que estaba escribo en el mismo con una expresión divertida. Un símbolo que se le hizo deliciosamente familiar. Skandi no solo había recibido visitas de vendedores de biblias y perros meones, sino también de cientos de caballeros que portaban ese mismo símbolo.
Arton lo había mandado a hacer y le había dado los datos específicos al encargado, quería que Giovanna entendiera por quien estaba luchando.
— ¿Milligan, eh? — preguntó Skandi con un tono maliciosamente divertido. La rabia había desaparecido de su voz y su rostro reptiliano, en cambio había un rostro juguetón pero con un aire de maldad.
Giovanna tragó saliva aterrada, luchaba por no seguir el mismo camino del perro.