Skandi, la dragona, estudiaba a la criatura que tenía aprisionada en su mano de uñas negras y dedos largos. No tuvo que hacer mucha investigación para llegar a la conclusión de que no era una amenaza. La criatura de armadura inservible se retorcía en el diminuto espacio que Skandi le proporcionaba. La desesperación de los movimientos de su prisionera la divertía mucho.
— Milligan. Milligan. Milligan. Hemos hecho este baile por quien sabe cuánto tiempo — Skandi se rio —. Un caballero más para mí. Ese rey idiota no se va a cansar de darme regalos. Espero que no.
Giovanna trató de no mirar esos enormes ojos verdes. Era imposible cuando esas gigantescas esferas acaparaban todo su campo de visión. Esa bestia era enorme. Giovanna solo era un insecto en sus manos. ¿En que estaba pensando esa estúpida profecía al elegirla a ella para enfrentarse a estos monstruos? Era obvio que no tenía ninguna oportunidad.
— Por favor… — fue lo único que pudo gesticular la valiente guerrera de La Profecía.
La dragona no escuchó lo que Giovanna trató de decirle, aunque lo hubiera hecho le importaba taaaaan poco. Los otros caballeros que la habían visitado ya le habían dado suficiente material para escribir un libro de 1000 páginas llenas únicamente de suplicas. Uno de ellos le dio una súplica tan grande que podría abarcar un capítulo de 30 páginas.
Skandi se comenzó a reír ante la idea de tener a una mujer en sus manos.
— ¡Ah…! — exclamó con una falsa condescendencia —. Al Rey Angus le acabaron los soldados y comenzó a mandar a sus mucamas.
Con una presión microscópica Skandi dobló el casco de Giovanna hasta aplanarlo. Lo presionaba con sus dedos como si fuera la sal que uno le echa en las comidas. Restos minúsculos de metal llovían al suelo mientras la dragona deformaba el casco a conveniencia.
Giovanna se dio cuenta que suplicar no iba a servirle de nada así que decidió seguir con el papel.
— No soy de Milligan — aclaró —. Yo he venido a matarte con esto.
Trató de sonar amenazante. No lo consiguió, su voz temblorosa hizo que sus palabras apenas sonaran audibles. No importaba que tan grande fuera la dragona mientras tenga La Serpiente de fuego la victoria será de La Elegida, al menos eso fue lo que le dijo Arton. Pudo tener razón si la espada estuviera en sus manos, pero no fue así. La serpiente de fuego seguía dentro de la gigantesca mano de la dragona, pero muy lejos del alcance de Giovanna. Con ella estando inmóvil no podía alcanzarla.
Skandi abrió la mano, regresándole la movilidad a Giovanna, sin embargo sus reflejos todavía seguían dormidos. La serpiente de fuego estaba a su costado, mucho más cerca de lo que esperaba. La dragona fue más rápida y tomó la espada antes de que Giovanna tuviera la oportunidad. La serpiente de fuego apenas se dejaba ver entre los monstruosos dedos de Skandi, apenas agarró la espada esta se convirtió en un objeto inútil que ni siquiera podía mantenerse erecta. La dragona miró a Giovanna con decepción.
— Ni como mondadientes sirve — dijo la dragona con desilusión. Ella sabía que Giovanna no tendría ninguna oportunidad, ni siquiera con una espada más dura y filosa pero quería divertirse un poco más con ella.
Skandi desapareció en la oscuridad con su acompañante en sus manos. Ella conocía su cueva a la perfección, ni siquiera la poca luz fue un problema. Ella se movía con gracia evitando chocarse con los variados objetos que había dentro (y había muchas cosas de valor dentro de la cueva). Encima de una gigantesca mesa de madera reposaba una cajita de metal, que tenía la misma altura de un humano promedio. La dragona la abrió: espadas, cascos, ballestas y cualquier arma que los caballeros amablemente le obsequiaban. Depositó la serpiente de fuego dentro de la caja y sacó otra espada más dura, con la cual comenzó a limpiarse los dientes. Giovanna pudo ver los colmillos de la dragona desde muy cerca, entre el sarro había restos de carne y sangre seca.
Giovanna tragó saliva, dentro de unos minutos todo su cuerpo formará parte de esa colección de suciedad. Jamás en toda su vida había estado tan asustada.
— ¿Quieres que te cuente un secreto? — le preguntó la dragona —. Pero quiero que te lo lleves a la tumba.
La dragona comenzó a reírse de su propio chiste (a Giovanna no le hizo gracia y eso que ella era una fanática del humor negro. Aunque prefería que los chistes oscuros no fueran a expensas de ella). La dragona levantó la cabeza mientras se reía, escupía algo de fuego. Gracias a la luz de fuego Giovanna pudo ver el resto de la cueva, había sitios en el infierno menos aterradores que este lugar.
— No estaba entre mis cosas por hacer pero me sentía demasiado sola así que pensaba hacerle una visita a Milligan para cobrar la deuda del mes.
Skandi pisó sin querer unas monedas de oro, las arrojó muy lejos de una patada. Las dos escucharon los golpeteos contra la pared. Para Skandi el dinero no tenía el mismo valor que para los humanos. Para ella esas monedas solo tenían una función muy importante, mientras que para los humanos era todo su mundo. La dragona acercó su dedo a su boca, con un poco de fuego encendió una de sus uñas. Con el dedo de fuego encendió una vela gruesa que estaba dentro de una enorme lampara.
Giovanna se puso pálida al ver con mayor claridad la vela. No era una vela común y corriente. Eran cinco humanos amarrados y cubiertos en cera de la cabeza a los pies, con una mecha enrojecida en sus cabezas. Skandi cerró la lampara aumentando la luz. Toda la cueva tenía en total unas cinco lámparas, todas con velas hechas con humanos.
— ¿Sabías que la sangre es una de las sustancias más inflamables de todos los tiempos? — le preguntó Skandi genuinamente asombrada por los misterios del cuerpo humano. Giovanna ya lo sabía —. Iba diciendo, mi viaje a Milligan se pospondrá por un tiempo, al menos que te mate y me vuelva a sentir sola — había una falsa humanidad en su voz que Giovanna encontraba desagradable.