La elegida

Capítulo 15

Mientras Skandi le hacía un tour a Giovanna por su pesadillesca colección de arte Arton y Marc se ocultaban detrás de un montón de huesos y un gran frasco de pintura. “El oficio del artista es muy costoso”, pensó Marc. Caballero y ladrón miraban a la dragona moverse, cada paso que daba causaba un temblor espantoso. Ambos batallaban por mantenerse de pie. Arton estaba tan asustado como Marc, puede que más, pero sabía dentro de su corazón que tenía que hacer algo para ayudar a Giovanna. Marc vio lo lejos que estaba la salida de la cueva. Se resignó, no le queda más remedio que ayudar a Arton.

En este momento ambos tenían algo en común: Un fuerte desprecio a la dragona y unos inagotables deseos de matarla. A Arton le temblaban las piernas, quería salir de su escondite, levantar esa espada que había formado parte de su familia por varias generaciones, y apuñalar a la dragona varias veces hasta matarla.

¿Dónde? No importa.

Lo importante era matarla.

Arton se contuvo. Salir también podría significar dos cosas: Morir o formar parte de la colección artística de Skandi de por vida.

Arton se consolaba, de la misma forma que sus predecesores lo hicieron en sus últimos momentos de vida, pensando que al menos no morirá en vano, que su espada lastimará las patas de la dragona y eso dificultará su caminar… por unas horas.

No, no puede cometer los mismos errores que los anteriores soldados. No puede ser uno más en la lista que seguirá creciendo. Si se iba a enfrentar a la dragona y rescatar a Giovanna tenía que pensar en una estrategia.

Marc también quería rescatar a Giovanna, pero esa motivación se hizo a un lado cuando la dragona encendió la luz. Monedas de oro, por todas partes. Al alcance de sus manos. Si estiraba la mano podría agarrar unas cuantas e irse corriendo. Miró sus piernas, estas tenían musculo debido a toda una vida huyendo de las responsabilidades (y las fuerzas de autoridad). Pero había dos problemas embutidos en armaduras que le impedían seguir un plan tan sencillo: Arton se daría cuenta y lo obligaría a quedarse a luchar y morir. Podría apuñalarlo en la espalda y escapar de la cueva.

Y luego estaba Giovanna…

Marc la eliminó de su mente. Marc estiró el brazo, tomó varias monedas y las puso en su bolsillo. Arton seguía mirando a la dragona. Estaba distraído y Giovanna, indispuesta. Podía escapar si quisiera. Tendría que ser un idiota para no irse y buscar una vida en solitario.

¿Podrá vivir una vida en solitario? Marc y Giovanna eran amigos desde que eran niños. Todos los momentos más memorables de su vida, de esos que podría contarles a sus nietos como una divertida anécdota, los tuvo al lado de ella. No podía dejarla en las garras de ese monstruo. No se lo perdonaría y no había suficiente alcohol en el mundo para erradicar su culpa.

Además ella no pidió esto.

Era todo por culpa de ese pedazo de papel de baño llamado “profecía” y esa maldita espada de fuego. La obligaron a enfrentarse a una bestia de la cual no tenía ninguna oportunidad.

Tenía que hacer algo.

Asustado de recibir una respuesta afirmativa le hizo a Arton una pregunta en voz baja. Toda una vida robando le había enseñado a hablar bajito y dejarse escuchar.

— ¿Tienes un plan?

Arton sonrió debajo del casco.

— No puedo creerlo. Pensé que te habías ido. Déjame decirte que estoy impresionado.

— Guárdate los halagos para después. ¿Tienes un plan o no?

— Ahora que lo mencionas. Si.

Marc sentía que su estómago se encogía más y más, que su ulcera sin tratar lo lastimaba con violencia. El plan de Arton le daba náuseas y ataques de ansiedad. Era un plan muy arriesgado y solo tenía el 2% de posibilidades de que sea un éxito.

“El 2% siempre es mejor que el 1%”, pensó Marc.

— Sé que me voy a arrepentir hasta mis últimos momentos de vida, pero hagámoslo. Giovanna necesita nuestra ayuda.

— Así se habla.

Marc y Arton se separaron, fueron por caminos distintos. Se movieron por los bordes de la cueva, escondiéndose detrás de los rústicos muebles. Marc tuvo que hacer uso de toda su fuerza de voluntad para evitar tomar las monedas de oro que descansaban a unos metros de él. Su fuerza de voluntad era pequeña y débil así que no tuvo ningún problema en sobreponerla. Salió de su escondite para tomar unas monedas. Una sombra lo cubrió, se hizo a un lado para evitar que la dragona lo aplaste con su pata. El impacto hizo que la tierra temblara y que las monedas se alejaran de sus manos.

— Nunca más, nunca más, nunca más… - se repitió varias veces.

Marc llegó a la mesa donde Skandi tenía el cofre de las espadas, incluyendo La Serpiente de Fuego. Si, de algún modo, conseguía regresársela a Giovanna entonces habría posibilidades de derrotar a la dragona, al menos más posibilidades de las que tienen ahora.

Marc vio la mesa como si esta lo desafiara con solo existir. Sus patas eran enormes pilares cuya extensión no cubría la vista de Marc. Marc escupió ambas manos y las frotó hasta que se pusieron calientes. Comenzó a subir, no era tan difícil como parecía. La mesa tenía patas tan irregulares que tenían varios agujeros para agarrar. Era una ventaja que la mesa estuviera tan malhecha.




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