La elegida

Capítulo 16

Marc caminaba por la superficie de la mesa como si de un campo árido se tratase. Un lugar donde jamás llovía y cualquier forma de vida se había extinto hace décadas. Vio el cofre donde estaba resguardada la espada de Giovanna. Marc trató de abrir el cofre, pero era muy pesado. Se secó el sudor de la frente. Arton debió ser el encargado de abrir el cofre, era más fuerte, y Marc pudo haber entretenido a la dragona tocando la guitarra o algo por el estilo.

Marc sintió como unos dedos tocaban su espalda, no se dio cuenta de la marca de sangre que dejaron. Marc volteó para ver a unas personas despellejadas y en carne viva, crucificadas en dos palos de madera que terminaban en un cepillo suave. Eran pinceles humanizados.

— Ayúdanos — dijo uno de ellos con una voz moribunda.

Marc gritó como una niña chiquita, se cubrió la boca cuando se dio cuenta que estaba haciendo demasiado ruido. Palideció al ver al monstruo voltear a su dirección. Con su mano Skandi le hizo una señal a Arton para que dejara de cantar. La dragona se dirigió a su mesa de trabajo, más allá de sus pinceles no había nadie más. Ningún intruso. Cualquier rastro de sospecha desapareció de su rostro reptiliano. Tomó uno de sus pinceles y se comió al humano que tenía atado ahí. Sus gritos desaparecieron apenas cerró la boca.

— ¿No eras vegetariana? — preguntó Giovanna levantando una ceja.

— No eres nadie para juzgarme. Todos los vegetarianos tenemos nuestras tentaciones. Nuestros propios demonios.

Arton tenía el estómago en la garganta al creer que Marc había sido descubierto. Si eso pasaba todo su plan se iba al diablo y no le quedaba más remedio que luchar por unos segundos, sería un milagro si durase un minuto, hasta que lo mate. Arton vio con nerviosismo como la dragona regresaba hasta donde estaba él. Era enormes, con esos pies podría aplastarlo como a una cucaracha. Skandi se acomodó en el suelo con la intención de seguir escuchando a Arton.

Arton siguió proveyéndole de cantos y entretenimiento, no es que tuviera otra opción. Era cantar o morir. La dragona, complacida con el talento de Arton, había perdido toda la noción de lo que le pasaba a su alrededor, solo le importaba la música. Estaba completamente distraída. Mientras la dragona apreciaba el talento vocal del caballero, Arton estaba mortificado por el mismo. deseó no tenerlo. De todos los seres que habitan en este mundo la única criatura que apreciaba su talento era el monstruo que había estado atormentando su hogar por mucho tiempo.

No, Skandi no era la única. Giovanna también apreciaba su talento, y seguía atrapada en la mano de la distraída y cantarina bestia. Tenía que salvarla.

Marc trató de ignorar las peticiones de auxilio de los hombres en carne viva y se enfocó en abrir el cofre. Era demasiado pesado, la cerradura era muy caprichosa, pero después de varios intentos consiguió abrirlo. Su contenido generó un brillo impresionante: Espadas, escudos, arcos, flechas y restos de armaduras viejas. Marc buscó entre todas las espadas hasta encontrar La Serpiente de fuego. La guardó en una funda y la ató a su cinturón. También tomó otra espada, dorada y bien afilada, y se puso un casco con dos cuernos hechos de hueso.

Marc notó que la dragona estaba distraída, con la mirada enfocada en el caballero cantante. Esta podría ser su oportunidad de hacer algo relevante, e incluso altruista. Tal vez sea una intuición o un pensamiento optimista que recorrió su cerebro una infinidad de veces. Marc creía fervientemente que había una oportunidad de matar al monstruo. La cabeza, esa era la clave. La cabeza de Skandi estaba desprotegida. Varios de los soldados, guerreros y caballeros trataron de matarla pero solo consiguieron, a duras penas, lastimarle las patas traseras.

Marc tomó una buena bocanada de aire, como si estuviera a punto de sumergirse a un lago muy profundo, siguió ignorando los gritos de ayuda y saltó. Marc pensó que si mataba a la dragona los estaría salvando de todos modos. Marc aterrizó en la entrada de su cola, miró hacia arriba y comenzó a arrepentirse de su decisión. Era una montaña muy larga por escalar.

— No hay tiempo que perder — susurró.

Marc comenzó a escalar. Subió por un camino inclinado, escamoso y rugoso. Usó los picos de su espalda como soporte cada vez que tenía que tomar un descanso. Marc no era la persona más atlética, ni la más resistente (tuvo que tomar más descansos de lo esperado), pero consiguió llegar hasta la cabeza de la bestia. Apenas llegó se sintió realizado, deseó tener una bandera con su nombre para clavarla en esta nueva tierra y declarar a la cabeza como un descubrimiento suyo.

Un temblor lo despertó de su sueño despierto. La cabeza de la dragona comenzó a descender hasta llegar al suelo, Marc tuvo que agarrarse de uno de los picos para mantener el equilibrio y evitar caer. Una caída desde esa altura, incluso estando cerca del suelo, implicaban muchos huesos rotos.

Skandi descendió para acercarse más al caballero cantante. Esos monstruos bruscos e impredecibles hicieron que Arton se tratara, se pusiera nervioso y retrocediera unos pasos. Su cantó perdió fuerza, se olvidó la letra y tuvo que improvisar. Estando más cerca la dragona se veía más colosal. Uno de sus ojos amarillos era casi tan grande como todo su cuerpo.

Maldito rey, pensó Arton. ¿A qué clase de loco se le ocurre mandar a una sola persona para enfrentarse contra ese monstruo?

Milligan merece la extinción, pensó. Somos unos tarados, pensó.




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