¿Y ahora qué voy a hacer contigo?
Giovanna se sintió desechada cuando escuchó esa pregunta. Cualquier chance que tenia de sobrevivir estaba menguando. Ahora era de tamaño microscópico. La dragona se puso a pensar en una respuesta que la satisficiera.
— Podría encerrarte junto a los demás en el vivero, pero me dijiste que no eres de Milligan, ni de Salinder. Alterarías completamente esa sociedad pacífica. Podría convertirte en una pieza más de mi maravillosa colección de arte — Skandi acercó a Giovanna a su ojo. Giovanna pudo ver su reflejo pálido —. No, no creo que seas digna.
Irónicamente eso indignó más a Giovanna. ¿Qué tengo yo que no tengan ellos?, se preguntó.
— Lo tengo — dijo con una voz animada —. Como me caes bien voy a hacer el actor más benefactor posible.
— ¿Me vas a dejar ir?
La dragona no respondió con palabras, sino con acciones. Levantó a Giovanna más allá de la altura de su cabeza, abrió la boca revelando un abismo rojo con unos colmillos blancos a su alrededor (y uno negro que se dejaba ver al fondo). Desde esa altura eran más visibles los restos de los humanos y animales que se comió, varios de ellos se encontraban entre sus encías.
— Espera. No me comas, por favor — suplicó Giovanna —. Recuerda que eres vegetariana. Si me comes romperás el código de los vegetarianos.
— Acabas de verme comer a una persona, ¿Crees que me importa una mierda “el código de los vegetarianos”? — la dragona dijo “El código de los vegetarianos” con una voz tonta.
Giovanna quería evitar ver a la dragona o a su enorme boca. Movió la cabeza, lo poco que podía, y vio a alguien inesperado. Marc se aferraba a uno de los picos de la cabeza de la dragona, notoriamente arrepentido de sus decisiones (muy propio de Marc). Giovanna sabía que era lo que estaba haciendo ahí, pudo ver la espada que tenía en su cinturón.
Por unos segundos sus miradas se juntaron. Marc también estaba sorprendido de ver a su mejor amiga tan cerca y, al mismo tiempo, tan lejos.
— Adiós amigo. Gracias por todo.
Skandi soltó a Giovanna, quien cayó dentro de su boca. La dragona cerró su hocico, oscureciendo todo el mundo de Giovanna, y la tragó.
— Olvidé mencionar que la parte compasiva era que no te iba a masticar — Skandi se palmeó la panza —. Diviértete ahí dentro, pero no tanto que no quiero tener una indigestión.
La dragona se rio de su propio chiste. Notó que en su otra mano tenía de prisionero a Arton, su nueva mascota. Skandi sintió arios piquetes en la palma de su mano. Dolían, pero no tanto. La dragona abrió su mano y vio que Arton apuñalaba su palma con una espada.
— ¡Eres un monstruo! — exclamó Arton mientras seguía apuñalando la mano de la dragona. Clavaba la mitad de su espada en la palma de Skandi. La piel de la dragona era tan gruesa que no le permitía introducir más profundo su espada. Manchas de sangre le salpicaban la cara.
La dragona le quitó la espada de la misma forma que un hombre musculoso le quita un dulce a un bebé. La puso cerca del alcance de Arton para ver si podía alcanzarla. No importaba que tan alto saltase Arton Skandi solo se limitaba a alejar la espada de sus manos. Se aburrió de jugar con su mascota y cerró la mano, atrapando de nuevo a Arton. Skandi no se mostró muy impresionada con la espada de varias generaciones del caballero. Otra más para su colección. Llevó la espada a su cofre y se llevó con la sorpresa de que este estaba abierto.
Skandi puso la espada dentro y cerró el cofre. Miró por todos lados de su gran cueva con suma desconfianza. Intrusos. Si se trataba de un humano sería como buscar un insecto en el suelo. Skandi entrecerró los ojos y gruñó.
— Si hay alguien merodeando en mi hogar le recomiendo que salga. Solo va a empeorar más las cosas si decide permanecer oculto. Prometo que no le voy a hacer nada.
Toda su colección de pinceles dijo al mismo tiempo:
— ¡No es cierto! ¡Ella miente! ¡Huyan!
— ¡Silencio!
La dragona golpeó la mesa con la palma de su mano. Skandi estaba más irritada que de costumbre. Usualmente se uniría al juego gritando las mismas palabras de sus pinceles. Pero ahora solo se limitó a mirarlos con desdén, con sus ojos les decía que si seguían hablando les iba a cortar la lengua. Los pinceles se callaron. La dragona se rascó la cabeza. No quería dedicar su día en buscar a un insignificante humano. Tenía cosas más importantes que hacer. Skandi miró al prisionero que tenía en la palma de su mano. Se dirigió a una jaula e introdujo a Arton adentro.
Arton fue arrojado con brusquedad al interior de la jaula. El caballero aterrizó en lo que parecían ser los restos de un cadáver. Se alejó de los huesos con restos de carne putrefacta lo más rápido que pudo. A Arton no le gustaba su compañera de celda
— Desde ahora serás mi mascota, pequeño humano. Solo has lo que te digo y todo irá bien, comenzando desde ahora. Quiero que cantes. Canta. Ahora.
Arton se puso de pie y levantó el pecho. Con una expresión desafiante miraba a la dragona con los ojos cubiertos de fuego. El caballero rebosaba de una confianza asfixiante, ya ha perdido todo lo una persona podría perder, incluyendo la vida. No le molestaba perder también la vida.