La elegida

Capítulo 18

La dragona sintió un dolor en la cabeza, un pinchazo. Nunca nadie la ha lastimado muy encima de sus patas. Skandi agarró a la criatura que se había atrevido a lastimarla. Marc no tuvo tiempo de huir cuando la sombra de la garra de Skandi cubrió todo su cuerpo. La dragona agarró a Marc con la mano derecha y la espada, con la izquierda. La espada dorada estaba manchada de sangre, sin embargo apenas había conseguido lastimar al monstruo.

— Qué maravilla — dijo Skandi con una voz irritada -, un intruso más que viene a joder. ¿Quién eres y a que has venido honorable cretino?

Por primera vez en toda su vida Marc se mostró decidido. Era un monstruo monumental al que se dirigía, pero no le importaba. Al igual que Arton, Marc también creía que había perdido todo lo que se podía perder.

— Mi nombre es Marc y he venido a matarte, bestia. Te comiste a mi mejor amiga.

La dragona no le prestaba mucha atención, estaba más enfocada en su salud dental. Skandi se limpiaba los dientes con la espada dorada como si fuera un mondadientes. De un mordisco la partió por la mitad y escupió el pedazo cerca de Marc. Marc apenas consiguió esquivarlo, si hubiera atinado le hubiera causado un corte muy profundo.

— Ah, eres amigo de ese patético intento de guerrera que vino a visitarme hace poco, ¿Quieres acompañarla?

La dragona abrió la boca, mostrándole una gama de colmillos afilados. Dos de ellos, en particular, eran casi tan grandes como él. Marc retrocedió en el limitado espacio que la palma de Skandi le proporcionaba. La dragona examinó con más detenimiento a Marc, lucía como un campesino común. Había matado a cientos de ellos, sin embargo había algo en él que captaba su atención.

— Tengo un mejor uso para ti — concluyó Skandi.

La dragona dejó a Arton en su jaula para que pudiese tomar un poco de aire. Luego se encargará de él. Condujo a Marc hasta su mesa de trabajo, lo soltó encima de la mesa. La caída no le fracturó ningún hueso, pero si lo lastimó. Skandi sacó varias espadas de su cofre, incluida la espada de Arton y las usó como tachuelas. Clavó las espadas con fuerza (enterró más de la mitad del filo de las espadas en la madera) en las ropas de Marc impidiendo cualquier intento de escape.

— No sé si usarte como un pincel nuevo — Skandi le mostró un pincel vacío, sin el humano despellejado que lo adornaba — o como una vela — la dragona lo pensó unos segundos hasta que una idea se iluminó en su cerebro —. Lo tengo — se acercó al indefenso Marc -. Tú serás uno de mis dientes.

Marc no entendía de que estaba hablando. La dragona le mostró su dentadura, uno de sus dientes estaba más negro que el fondo de un acantilado. ¿Qué quería decir con “serás uno de mis dientes”? Sea lo que sea Marc estaba seguro que iba a significar mucho dolor para él. Skandi dejó a Marc para que digiriera su destino y se dirigió a la jaula que tenía encerrado a Arton, todavía seguía en su afán de obligarlo a cantar.

— Canta para mí.

— Que no — Arton tenía hambre, pero se la aguantó. No iba a sacrificar su orgullo por un poco de comida, el caballero tenía principios.

Marc se retorcía como pescado fuera del agua. Sus inútiles intentos de escapar solo aumentaban su pánico. Las espadas estaban haciendo un estupendo trabajo manteniéndolo en su sitio. Miraba de reojo a la dragona, que seguía tratando de obligar a Arton a cantar, a veces levantaba la voz. Marc tenía miedo que la dragona perdiera la paciencia y que se calmara sus frustraciones con el ladrón inmovilizado. Los movimientos de Marc aumentaron en intensidad.

— Es inútil — le dijo uno de los pinceles.

— No puedes escapar, no de ella. Tarde o temprano te atrapará — dijo otro.

— Déjame darte un consejo: Ten pensamientos alegres. La dragona se toma su tiempo cuando hace esa basura que ella misma llama “arte”.

— Conmigo se tardó cinco horas — comentó un cuarto pincel.

— Conmigo seis — añadió el pincel del consejo.

— Otra cosa que puedes hacer es suicidarte mordiéndote la lengua…

Marc optó por dejar de escucharlos, aunque la idea del suicidio no sonaba tan mal en este momento. Las palabras de los pinceles, al igual que sus enrojecidas presencias, no hacían otra cosa más que asustarlo. Marc gritó de terror y se movió con más fuerza, le empezaron a doler los músculos y el estómago.

— ¡Cállate! Algunos todavía tenemos oídos.

Skandi no se inmutó antes los gritos de Marc. Eran música para sus oídos.




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