Skandi temblaba por mucho que quisiera disimularlo. Para ella Giovanna solo era una luciérnaga, pero había algo siniestro en esa luz anaranjada. Giovanna se dejó guiar por la espada y voló hasta el techo de la cueva, fuera del alcance de la dragona. La luciérnaga voló a toda velocidad, su luz creció un poco más, e hizo un corte profundo en el rostro de Skandi.
Skandi chilló de dolor. El dolor era una sensación nueva para ella. La dragona se había enfrentado a muchas armas a lo largo de su vida, pero esta era la primera vez que una la lastimaba de verdad. Las demás armas con las que la atacaron, que incluían enormes bolas de fuego, apenas quemaban su acorazada piel. Le producían el mismo daño que un fosforo apagándose con suavidad en la mano, cubierta por un guante metálico, de una persona promedio.
El corte le dejó una marca en diagonal en la cara de la dragona. Skandi sintió que la espada había llegado a tocar su cráneo. Fue un corte demasiado profundo.
Arton se quedó sorprendido ante el ataque de La Serpiente de fuego. Giovanna era la elegida, no quedaba ninguna duda. Marc no podía limpiarse los ojos, dejó que las lágrimas fluyeran. Tampoco podía aplaudir, estaba inmovilizado. El pequeño ladrón se sorprendió de lo mucho que Giovanna había conseguido lastimar al monstruo en un solo ataque. En comparación lo que él y Arton le habían hecho era insignificante.
— ¡Vamos Giovanna! ¡Tú puedes! — gritó Marc con todas sus fuerzas, consciente de que Giovanna lo va a presumir durante un mes, como mínimo, cuando todo esto termine.
La única que no estaba contenta de todo este acto heroico, aparte de la magullada Skandi, era la misma Giovanna. Era La Serpiente de fuego la que hacia todo el trabajo, mientras que ella solo se limitaba a gritar de terror (jamás en su vida había volado tan alto) y a rogarle a todos los dioses que conocía, que no eran muchos, que la dejaran. Ni siquiera las palabras de aliento de Marc la escuchaban. Apenas podía escucharlas.
La textura del mango de la espada era toda una curiosidad. Era blanda. Era como toda la cera de una estatua que todavía no se había endurecido. Una sensación cálida llegó a su mano. El mango de la espada se derritió hasta cubrirla por completo. Inmediatamente después se endureció.
— ¿Qué demonios? ¿Qué está pasando?
Giovanna sintió un piquete en el centro de su palma. Giovanna palideció al ver que toda su mano había desaparecido.
La Serpiente de fuego le estaba succionando la sangre.
— ¿Qué demonios crees que estás haciendo?
“Lo siento, pero necesito de tu sangre para aumentar mi poder. El enemigo es demasiado poderoso y por eso debemos trabajar juntos”.
Giovanna encontró la respuesta demasiado criptica, quería responder algo, pero cualquier palabra que quisiera decir quedó eclipsada ante los rugidos del dragón. Giovanna se calló y dejó que la espada hiciera su trabajo. Skandi volvió a rugir, esta vez de rabia y no de dolor. Tenía una mano cubriendo su estómago y la otra, su cara. Sus ojos amarillos miraban a la chica de la armadura a medio derretir volando en distintas direcciones a su alrededor. Era un punto anaranjado. Solo le faltaban los zumbidos para convertirse en una mosca. Un maldito insecto.
Skandi tenía la ventaja de su tamaño respecto a su oponente y estaba dispuesta a usarla. Sonrió.
— Maldita mocosa, ¿Cómo te atreves a lastimarme? Voy a aplastarte hasta que no quede nada de ti.
— No, por favor. Todo es culpa de la espada. Si tienes tantos problemas mejor díselas a él.
Skandi trató de atrapar a Giovanna usando sus garras. Tuvo su soltar sus heridas para hacerlo. La sangre de su panza no dejaba de salir, manchaba los suelos formando unos charcos que, para los diminutos humanos eran pequeños ríos. La dragona pisaba la sangre dejando plasmadas unas gigantescas huellas reptilianas en el suelo. Skandi solo recibía más cortes en su corte, no tan profundos como antes, pero igual de molestos. La dragona solo limitó a ignorarlos. Tenía la mirada fija en su presa voladora. Solo quería tener a la mucama, al patético intento de guerrera, en sus manos y pulverizarla hasta convertirla en una mancha de sangre en medio de su mano.
Giovanna seguía volando hasta que unos pilares carnosos impidieron su camino. Una sombra cubrió todo su cuerpo, desde la perspectiva de Giovanna era como si el cielo se le viniera encima. Ambas manos de la dragona atraparon a Giovanna cubriéndola por completo.
— Te tengo, pequeña cucaracha — Skandi no se decidía que tipo de insecto era Giovanna —. He escuchado que… — la dragona gritó. Sintió un dolor que parecía infinito.
Skandi quería amenazarla con hervirla viva, una de las técnicas de tortura más dolorosas de la historia, pero se calló al sentir un dolor igual de tortuoso. El filo anaranjado de La Serpiente de fuego atravesó uno de sus dedos y lo cortó como si fuera mantequilla. Giovanna retiró ese dedo de una patada y consiguió escapar. Giovanna voló hasta la salida de la puerta.
— ¡Alcánzame si puedes! — exclamó. Ese reto llegó a los oídos de Skandi.
— ¡Yo no dije eso! — exclamó Giovanna, pero su voz no era tan poderosa y no llegó a los oídos de la dragona.
Era La Serpiente de fuego la que estaba hablando, imitaba a la perfección la voz de Giovanna. La gritaba con más intensidad y confianza. Los insultos hacia la dragona se hicieron más mordaces y crueles. Desde “Artista de segunda” hasta “Aborto de la naturaleza”. Si el objetivo de la espada era hacer enfadar a la dragona como nunca antes nadie lo había hecho lo había conseguido con creces, para pesar de Giovanna.