Sector Norte, Distrito Pared Coralina. Departamento de Panthea Tialorai
La cerradura chirrió. Luego, el portazo retumbó por las paredes desnudas. Panthea arrojó su abrigo con violencia sobre el respaldo de la silla y se quitó los guantes como si quemaran. Su pecho subía y bajaba con rabia contenida, y ni siquiera había cruzado el umbral completamente cuando la voz de Darel, como siempre, la siguió.
—No tienes que reaccionar así cada vez que te ordenan algo. No es una sentencia de muerte.
Panthea se giró como una tempestad.
—¿Ah, no? ¿Entonces qué es, Darel? ¿Una excursión? ¿Una fiesta de bienvenida? —le cuestiono—. ¿O solo la manera elegante en que decidiste quitarme del camino?
Él cerró la puerta con suavidad tras de sí.
—No te estoy quitando del camino. Te estoy empujando hacia algo mejor.
—¡¿Mejor?! —ella río, amarga—. Me vas a meter en una misión suicida con extraños de otras regiones… y lo llamas “algo mejor”.
Darel la miró, sereno como siempre, pero con una tristeza en los ojos que a ella le dolía ver. Se acercó con cautela.
—Tú no estás viviendo, Panthea. Estás sobreviviendo. Sigues allí... en Tialora. —Bajó la voz—. No has salido de ese cofre, tu mente sigue en ese día… como si cada día te despertarás dentro de Tialora...
Panthea dio un paso atrás, como si la hubiera abofeteado.
—No hables de eso.
—Alguien tiene que hacerlo —murmuró Darel.
Un silencio incómodo se instaló entre ellos. Hasta que Panthea lo rompió con una dureza feroz:
—No sabía que me odiabas tanto, Darel —escupió molesta—. Para enviarme directo al fondo del abismo.
Él frunció el ceño, dio un paso al frente y la miró con más intensidad de la que ella recordaba.
—Es lo contrario. Quiero salvarte. Y estar sola es lo que te está matando
Pero antes de que pudiera terminar, un recuerdo estalló en la mente de Panthea.
Hace 12 años
Base infantil de entrenamiento – Kaialoa
Darel, con apenas nueve años, era empujado contra la arena por un grupo de cadetes mayores. Su nariz sangraba, y sus lentes estaban rotos en el suelo. Las risas lo rodeaban.
—¡Eres débil! ¡Naciste para quedarte en tierra!
—No sirves para nada —escupió otro.
Entonces, una voz furiosa se alzó.
—¡Déjenlo!
—¡La niña maldita! —exclamaron al verla—. ¡Ya llego la bestia!
Panthea, una niña flacucha y con mirada de piedra, apareció con una roca en la mano. Sin dudarlo, se la lanzó a uno de los abusadores, que cayó de rodillas. Los demás retrocedieron al ver su rostro: no era una niña, era una bestia herida.
—Vuelvan a tocarlo y los hundo yo misma.
—Deben de hacerle caso —murmuro otro niño—. Seguramente ella misma hundió Tialora.
Justo antes de que pudiera golpearlos por haber pronunciado aquellas palabras, los niños huyeron de ella lo cual le dejo un mal sabor de boca, volvería por ellos. Darel se quedó, aún en el suelo, mirándola con asombro. Ella le tendió la mano.
—Son unos imbéciles —murmuro molesta—. Algún día los mataré con mis propias manos.
—No deberías ser tan agresiva…
—¿Te vas a levantar o no?
Él la tomó, tembloroso.
Desde ese día, jamás se separaron, a pesar de los múltiples intentos de Panthea para espantar a Darel de su vida no pudo, se había pegado como un chicle a su bota, nunca más se lo pudo quitar desde que lo salvó de ser golpeado. Ese día algo había cambiado en él, jamás tuvo que volver a defenderlo, el mismo entrenaba junto con ella, se levantaban juntos antes del amanecer para entrenar siendo los primeros en llegar, y eran los últimos en irse, se iba después del atardecer. Se volvieron unidos, aunque es algo que a Panthea le cuesta admitir, sino es que hasta lo niega. Pero todos en la Armada lo saben, saben que Darel y ella son inseparables, pero no saben que eso es por obra suya, si fuera por Panthea ella se hubiera quedado sola, pero debía de admitir en el fondo que lo consideraba su única familia. Todos los entrenamientos estuvieron juntos, pasaron sus cumpleaños juntos, las festividades también. Ella siempre lo quiso alejar, pero mientras más intentaba alejar a Darel de su vida, él más se pegaba a ella como una chinche. Sin él, su vida se hubiera cubierto en pura oscuridad, pero cuando Darel llegó a su vida había una luz que aun alumbraba su vida. Panthea volvió al ahora con el corazón latiendo en los oídos. Su mirada se nubló un segundo. Entonces lo hizo: empujó a Darel con fuerza contra la mesa.
—¡¿Por qué sigues detrás de mí?! ¡¿Por qué no me dejas en paz?!
Darel, sin resistirse, solo la sostuvo por las muñecas.
—Porque me importas. Porque no me rendí entonces, y no me rendiré ahora. Porque... —dudó un segundo, luego lo dijo—. Porque te amo, maldita sea.