La Elegida del Abismo

Capitulo 9: Kaenalu

La luz matinal apenas rozaba las cúpulas salinas del Cuartel Central cuando las campanas de emergencia comenzaron a repicar con un tono grave. No era una alarma de ataque; era algo más viejo. Algo que anunciaba que las mareas se habían movido… y que el abismo traía noticias. Panthea caminaba junto al resto del escuadrón Nautilum por el pasillo curvado del nivel alto. Aún llevaba vendas bajo el uniforme, y el eco de la batalla reciente parecía haberse grabado en sus huesos. Nadie hablaba. Coeli tenía los labios apretados, Saeko con los ojos entrecerrados como si ya supiera lo que vendría. Leandro ni siquiera bromeaba. La sala de estrategia estaba repleta. Cartógrafos, oficiales, capitanes de cada división de la Armada. Maeki, erguida como una estatua de coral endurecido, presidía la reunión. A su derecha, el comandante supremo de Elandor; a su izquierda, un emisario recién llegado con el uniforme de Vastara aún mojado por el rocío salino de los arrecifes del oeste. Cuando el silencio se hizo, fue Maeki quien habló.

—Han pasado treinta horas desde el último contacto con Vastara. La ciudad de Ek'Talil confirmó un único mensaje antes del corte.

Una pausa.

—El quinto elegido... ha desaparecido.

El murmullo recorrió la sala como una ola contenida. Coeli bajó la mirada. Panthea frunció el ceño. Leandro alzó una ceja. El emisario de Vastara dio un paso al frente, desplegando un pergamino sellado con coral verde oscuro.

—Nuestros exploradores lo vieron por última vez dirigiéndose hacia las ruinas de Xocatl, en la zona del Manglar Antiguo —les informaron—. No debía estar allí. Esa región está sellada por decreto divino desde la creación de Chimalatl.

—¿Por qué habría ido solo? —preguntó Saeko sin levantar la voz.

—No lo sabemos —respondió el emisario—. Pero desde ese momento, las aldeas cercanas han comenzado a desaparecer sin rastro.

Maeki cruzó los brazos.

—La capital de Vastara solicita ayuda. Pero no tropas… solicitan al escuadrón Nautilum. Quieren saber si esta alianza puede responder más allá del discurso.

Panthea dio un paso adelante.

—¿Mis órdenes?

Maeki la miró. Luego, observó a cada uno de los presentes.

—Prepararán sus pertenencias. Partirán mañana —les ordenó—. Ustedes serán diplomáticos, observadores y, si es necesario… ejecutores.

Leandro resopló.

—Ah, una excursión en el barro. Qué romántico.

—Silencio, Vaelquion —dijo Maeki sin levantar la voz.

Panthea miró hacia el mapa proyectado en el centro de la sala. Las regiones del mundo brillaban en diferentes tonos: azul para Aurelion, rojo para Saresh, verde para Nyaheru, dorado para Elandor… y Vastara, en un tono antiguo, vibrando como si algo latiera bajo la tierra misma.

—Esta misión es clasificada, solo el comandante supremo de Vastara y el primus orden saben de esto —les explico Maeki—. Irán de encubiertos, para el resto de Vastara será sola una misión diplomática presentando al nuevo escuadrón que une a nuestras regiones, no queremos alarmar al resto de las regiones, Elandor ha sufrido un gran golpe, Vastara no debe de ser el siguiente o las regiones entrarán en pánico.

—Así que iremos como turistas —comentó Leandro—. ¿Serán nuestras vacaciones anticipadas? Apenas llegamos a Elandor y tuvimos que matar a un titán primordial, no nos vendría nada mal…

—Seremos diplomáticos —le aseguro Coeli—. Buscaremos a nuestro compañero extraviado.

—Por eso confió en ti Coeli —dijo aliviada—. El resto por favor no se mate en esta misión.

—Y si lo encontramos muerto, ¿seguimos sonriendo? —preguntó Saeko con su habitual tono neutro.

Nadie respondió de inmediato.

—Saeko tiene un buen punto —mencionó Leandro—. ¿Qué hacemos si está muerto?

—Dejen que Vastara se encargue cómo estén dispuestos —les ordenó—. No se metan en asuntos diplomáticos que no les corresponden, su misión es traer al quinto elegido…ya sea vivo o muerto.

—Eso es demasiado cruel —comentó Panthea—. Hasta para usted comandanta.

—Sigan mis órdenes, no la caguen —finalizó marchándose.

La lluvia había cesado, pero el cielo sobre Kaialoa seguía cubierto por nubes grises como ceniza mojada. En una sala lateral de la Fortaleza Mareaviva, lejos de los despachos del alto mando y del bullicio mecánico de los hangares, Coeli había reunido al escuadrón. La puerta se cerró suavemente detrás de Saeko, la última en llegar. El lugar era modesto: una mesa ovalada de madera clara, sin emblemas ni banderas. Solo cuatro sillas, un mapa enrollado y silencio. Coeli se mantuvo de pie.

—No quiero que esta reunión sea un informe ni una orden. Esta vez no hablo como líder designada… hablo como compañera —dijo, con su tono siempre sereno—. Vamos a una región que no conocemos. Nuestra misión no es solo buscar a un soldado perdido… es evitar que el mundo entre en caos si se descubre la verdad.

Panthea se apoyó contra la pared, brazos cruzados, con la mirada fija en el suelo. Su rostro seguía mostrando señales de agotamiento.

—¿Y qué propones?

—Que hablemos claro. Que entendamos quiénes somos y cómo vamos a movernos allá. Como equipo —Coeli desplegó el mapa de Vastara sobre la mesa—. No podemos repetir lo que pasó en Arahina. No con otra barrera en juego.




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