“Hay grietas por donde no se escapa la luz… sino la historia que intentaron callar.”
Lidia Cardoza
— ¡Esto no es normal! — rugó Niko, golpeando la madera del marco con tal fuerza que el polvo cayó del techo.— ¡Joseph no contesta! ¡Y tú sigues sin sentir tus malditas piernas!
Sofía quiso responder, pero su garganta se cerró. No por miedo. Por esa forma brutal en que él la miraba… como si fuera el error del universo.
— ¿Y qué se supone que haga, Niko? ¿Convierto mi sangre en furia? ¿Camino por voluntad lunar? ¡Soy humana, por si lo olvidaste!
— ¡Ese es el maldito problema! — escupió él, girando con los ojos encendidos.— Si fueras como nosotros… tu cuerpo se habría regenerado. Tu marca habría reaccionado. Pero tú…
Se detuvo. El silencio se volvió humo espeso.
— Tú podrías morir. Y no hay nada que yo pueda hacer.
Rose entró entonces, tranquila, como brisa entre volcanes.
— Ya basta, Niko — dijo con voz baja —Ella no necesita gritos. Necesita respuestas.
Sofía cerró los ojos. No por debilidad. Sino porque cada palabra abría una grieta nueva. Pero en medio del caos… algo se encendía. Su marca, leve. Tibia. Como si la luna comenzara a susurrarle que había algo más, incluso con sus piernas inmóviles.
— ¿Tú crees que esto se soluciona con paciencia? — gruñó Niko, sus pasos eran relámpagos contra el piso.
Rose intentó tocarle el hombro. Él se lo sacudió.
— ¡Esto no es una torcedura, Rose! ¡No está sanando!
Porque no puede sanar. Porque es humana.
Sofía apretó los puños. La taza temblaba entre sus manos.
— Ya entendimos que no pertenezco a tu mundo — dijo, sin mirarlo —. Pero mi cuerpo no me quita lo que soy.
Niko se giró. Su aura parecía engullir la luz.
— Lo que eres es un error — escupió —. Una marca lunar en un cuerpo que no sabe defenderse. Un alma que podría romperse en cualquier segundo.
Rose se interpuso suavemente.
Niko, basta. Mírala. Ella aún está aquí.
Sofía cerró los ojos. Quiso gritar. Quiso decirle que no era débil. Pero lo que hizo fue levantar la manta, tocar sus propias piernas con rabia… y susurrar: — Si tanto te molesta que no me regenere… vete. Déjame pudrirme como toda humana rota.
El silencio se hizo bruma.
Pero la marca lunar en su muñeca… vibró. Solo una vez. Como si la luna misma no estuviera de acuerdo.
— ¿No lo ves, Rose? — Niko caminaba como bestia acorralada — Ella no va a sanar. No tiene nuestro fuego. No tiene la maldita regeneración lunar.
Está rota. Y solo puede empeorar.
— Niko — intentó calmarlo — No es culpa de ella.
— ¡Pero es culpa del destino! ¡De esa marca que eligió a una humana!
Sofía lo escuchaba desde la cama. No temblaba. Pero algo en su pecho se endurecía como piedra.
Niko no la miraba. No podía. Cada vez que lo hacía, su rabia se cruzaba con algo que no quería nombrar.
— Dime, ¿qué hago cuando esa fragilidad tuya nos cueste la vida? — escupió sin verla — ¿Cuando te rompas y no quede nada?
Sofía apretó los dientes.
— Entonces no quedará nada… pero habrás estado ahí para verlo.
El silencio se volvió humo espeso.
Rose se acercó, con esa calma que no pedía permiso.
— Tal vez no tiene fuego lunar, Niko. Pero tiene otra cosa.
— ¿Qué cosa? — masculló entre dientes.
— Coraje. Y tú lo estás enterrando a gritos.
Niko cerró los ojos. No pidió perdón. Pero sus pasos cesaron.
Y Sofía se quedó ahí. Humana. Frágil.
Pero de pie, donde muchos ya se habrían quebrado.
“Donde duele caminar”
El silencio se había roto tantas veces ese día que ya no quedaban pedazos para reparar.
Nikolae caminaba como si el suelo lo hubiera traicionado. Su mandíbula tensada, sus manos hechas puños. Y sus ojos… esos malditos ojos que no sabían si rugir o llorar.
— Si esto no mejora pronto, juro que... — masculló, sin terminar la frase.
Sofía estaba sentada, inmóvil. Las piernas parecían parte de otro cuerpo. Las miraba como quien observa un enemigo en calma.
— Entonces qué, Niko — dijo, sin elevar la voz —. ¿Me vas a arrastrar por el bosque como si fuera carga? ¿Me vas a dejar atrás? ¿O me vas a disparar como a una criatura herida?
Rose alzó las cejas. Quiso hablar, pero Niko se adelantó. Su voz fue un trueno quebrado._
—. No eres como nosotros. No deberías estar aquí. Y sin embargo… no estás bien, siento que el bosque se calla. Como si esperara tu próxima respiración.
Sofía lo miró, por fin. Tenía miedo. Tenía dolor.
Pero también tenía rabia de saberse frágil ante alguien que no podía decidir si protegerla o destruirla.
— No tengo garras, Nikolae.
No tengo fuego lunar.
Pero si eso te quema por dentro… ve y grita al bosque.
Porque yo sigo aquí.
Y mis piernas rotas no me impiden estar completa.
Niko se había parado frente a la ventana sin moverse.
El bosque rugía allá fuera. Adentro, solo respiraba.
— ¿Ya acabaste? — preguntó sin voltear.
Sofía asintió. Aunque sabía que no la estaba mirando.
— ¿Y vas a seguir creyendo que esto se va arreglar? — Su tono era seco, exacto, como un cuchillo afilado.
— No sé qué más hacer — dijo ella.
— No hacer nada también es una elección. Y aquí, las malas elecciones matan.
Rose entró, con el ceño fruncido.
— No le hables así, Niko.
Él giró despacio. Sus ojos dorados no temblaban.
— No le estoy hablando con rabia.
Estoy hablando como quien no va a fingir calma cuando el suelo se rompe. Si ella va a seguir en este bosque… que entienda lo que el silencio no enseña.
Niko camino y se detuvo frente a la puerta. No dijo nada en los primeros segundos. Solo apretó el puño contra la madera, como si la contención fuera su forma de rezar.
— Rose. Manda a buscarla.
Ella alzó la mirada.
— ¿A quién?
— A la vieja del río. La que sabe leer el cuerpo como si fuera tierra.
— ¿La curandera?
— No es una curandera — gruñó —. Es la única que puede decirnos si esa fragilidad... es reversible.
Rose asintió, sin comentarios. Sabía que discutir con él solo retrasaba decisiones que ya estaban encendidas.
Sofía escuchaba desde el colchón. No se atrevía a preguntar.
Niko no la miró, pero antes de irse murmuró, sin emoción aparente:
— Si no sirve, la echaré. Pero si dice algo útil… tú me escucharás.
Aunque no te guste lo que venga.
“La que hila huesos”