La Elegida: Secretos de una Vida Oculta

CLEO

—¿Saúl?—murmuré, intentando mantener la calma mientras dirigía una mirada fulminante al chico a mi lado.—¿Me puedes decir qué hace él aquí?

—¿Ah?—contestó, fingiendo no entender. Sus ojos esquivaban los míos, moviéndose de un lado a otro con desesperación. Lo conocía demasiado bien. Sabía que si me miraba directamente, su mentira se desmoronaría en un segundo.

—Pregunté qué hace él aquí—repetí, pronunciando cada palabra con una claridad deliberada.

Saúl se rascó la nuca, una sonrisa nerviosa asomando en su rostro.

—Pues, verás... es amigo de Tom, y me imagino que él lo invitó—dijo con una voz que no transmitía ni una pizca de convicción.

Fruncí el ceño, claramente insatisfecha con su respuesta. Sabía que estaba ocultando algo, y no iba a dejarlo pasar.

—Ya lo descubriré—pensé mientras me recostaba en mi asiento, tratando de ignorar la presencia de Demian Harvey a solo unos metros de distancia.

Demian era mi némesis. No había otra forma de describirlo. Era todo lo que yo no soportaba en una persona: extrovertido, siempre rodeado de gente, con una sonrisa deslumbrante que parecía hecha para conquistar el mundo. Y por si fuera poco, también era rico, hijo de una de las familias más poderosas de Moor.

—Un desperdicio de tiempo—murmuré para mí misma.

La sala de cine estaba oscura y el sonido de la película llenaba el espacio, pero yo apenas podía concentrarme. Mi cuerpo se sentía extraño, como si estuviera al borde de un colapso. Me dolía la cabeza, el pecho, incluso los ojos. Era como si algo dentro de mí estuviera luchando por salir, algo que no podía controlar.

Demian se levantó al terminar la película, y mi corazón dio un vuelco cuando su mano se posó en mi hombro. El contacto envió una ola de calor a través de mi cuerpo, un calor tan intenso que me paralizó por completo.

—Cleo, ¿estás bien?—su voz era grave y segura, pero también mostraba una pizca de preocupación.

Aparté su mano de mi hombro lentamente, intentando no mostrar mi incomodidad.

—Sí, estoy bien—mentí. Pero no lo estaba. El olor de su perfume me resultaba abrumador, su presencia demasiado intensa.

—¿Te gustaría ir a comer conmigo?—preguntó, mirándome con esos ojos castaños que parecían capaces de atravesar cualquier barrera.

—Claro—contesté sin pensar. Pero inmediatamente me corregí.—Quiero decir, ¿por qué no vamos todos? ¿Qué opinan, chicos?

Miré hacia donde estaban los mellizos, pero para mi sorpresa, habían desaparecido. «Cobardes», pensé con frustración.

Demian sonrió, esa sonrisa que tanto detestaba y que al mismo tiempo me desarmaba.

—¿Podemos ir solo nosotros dos?—insistió. Su tono era suave, casi suplicante.

Lo miré fijamente, intentando descifrar sus intenciones. No había forma de salir de esta sin herirlo, pero también sabía que no podía seguir rechazándolo sin fin.

—Está bien—dije finalmente.—Pero solo esta vez. Y después de esto, espero que entiendas que no hay nada más.

El rostro de Demian se iluminó de inmediato.

—Gracias, Cleo. No te arrepentirás.

Mientras caminábamos hacia el restaurante, me sentía cada vez más débil. Mi cuerpo temblaba y el calor aumentaba con cada paso. Sabía que algo no estaba bien, pero me negué a preocuparme por ello. Tenía cosas más importantes en las que pensar.

Cuando llegamos al restaurante, Demian se comportó como un caballero, abriendo la puerta para mí y eligiendo una mesa apartada. Pero apenas podía concentrarme en lo que estaba sucediendo. Mi mente estaba nublada, mis sentidos abrumados. Todo el ruido, los olores y las luces se mezclaban en una cacofonía que me resultaba insoportable.

El sonido de mi teléfono interrumpió mis pensamientos. Era un mensaje de Tom: “Por favor, no le rompas el corazón a Demian. Sé buena con él”.

—Idiota—murmuré entre dientes, guardando el teléfono de nuevo en mi bolsillo. Claramente, esto había sido planeado desde el principio.

Demian me miraba con preocupación.

—Cleo, ¿segura que estás bien? Te ves… diferente.

Sabía que no podía ocultarlo más.

—Lo siento, Demian. No me siento bien. Creo que debería irme a casa.

Intenté levantarme, pero mis piernas temblaron y casi perdí el equilibrio. Demian se apresuró a sostenerme, y por un breve instante, sentí que el calor que me consumía disminuía ligeramente.

—Te acompaño—dijo con firmeza.

Lo miré, intentando no perder la compostura.

—No, no hace falta. Necesito estar sola. Gracias por todo, pero esto es suficiente. Por favor, entiende que… no puedo corresponderte como tú quisieras.

Antes de que pudiera responder, me alejé rápidamente, ignorando el sonido de su voz llamándome. Afuera, el aire frío de la noche me golpeó con fuerza, pero no logró calmar el caos que sentía dentro de mí. Algo estaba cambiando, algo que ni siquiera yo podía comprender.

Mientras caminaba sin rumbo, perdida en mis pensamientos, tropecé con alguien. El impacto fue suficiente para enviarnos a ambas al suelo. Me incorporé rápidamente, dispuesta a disculparme.




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