La Elegida: Secretos de una Vida Oculta

Capítulo 24

Narrador Omniciente

El aire que se colaba por la ventana se sentía más frio, como si el mismo invierno abrazara su cuerpo, calara sus huesos y le enfriara el alma, Cleo se quedó sola en aquel despacho onde solo ahí podía refugiarse y despojarse de la máscara que había construido, para ocultar el gran peso que lleva sobre su hombros.

—¿Alfa? — se acercó el beta a la puerta que sigue abierta desde que salió Akira por ella.

—Ahora no Dhar. Vete. — le pidió Cleo al hombre.

Sus pensamientos luchaban contra la zozobra de ver a su compañera marcharse, cuando su cuerpo deseaba tanto tomarla y abrazarla, después de no verla en más de una semana. Las heridas, los pensamientos intrusivos, el odio y los resentimientos devoraban su alma como aves carroñeras, arrasando con todo a su paso.

Cleo quería con todas sus fuerzas encontrar a Evans y a quien sea que está detrás de todo este desastre y acabar de una vez por todas con todo. No quería perder a nadie más. Su deber era cuidar a su manada, a su gente y sobre todo mantener a salvo a ala única persona cercana que le quedaba en el mundo.

La habitación estaba envuelta en una tenue luz invernal, con la tarde casi en su punto máximo. La nieve cubría el exterior, reflejando un brillo débil y frio que se filtraba a través de las ventanas. El sol, una bola de fue distante, luchaba por penetrar la capa de nubes grises que cubrían el cielo.

Cleo se hundió en el sofá, rodeada de la calidez y el silencio de la habitación. La chimenea, ahora apagada, parecía un recordatorio de la comodidad y la paz que había conocido en momentos mejores. Su mirada se dirigió hacia el bosque que se extendía más allá de la ventana, los árboles desnudos y helados como espectros que se erguían en la nieve.

El aire estaba quieto, sin un susurro de viento que rompiera el silencio. La único sonido era el débil crujido de la madera del sofá bajo su peso. Cleo se sumió en su quietud, dejando que su mente vagara hacia el pasado.

Recordó la primera vez que había caminado por ese bosque con ella, la nieve crujiente bajo sus pies, el frio aire invernal que les había hecho reír y abrazarse. Recordó la forma en que ella había sonreído, la forma en que sus ojos habían brillado en la luz tenue del invierno.

La nostalgia y el dolor se reflejaron en si rostro, y su corazón se comprimió al recordar al recordar la perdida que había sufrido. La echo de menos, la necesitaba. Pero sabía que ya no estaba allí, que había tenido que dejarla ir. La idea le dolía, la hacía sentir vacía y sola.

Cleo se levantó del sofá y se acercó a la ventana, como si buscara una conexión con el pasado. La nieve parecía estirarse hacia ella, un mar blanco y silencioso que la separaba de todo lo que había conocido. En ese momento, se sintió cerca de ella, como si estuviera allí con ella, susurrándole al oído que todo va estar bien.

Pero no va estar bien. No sin ella.

Los recuerdos empezaron a brotar uno a uno. Pero el más presente en su memoria fue el día en el que se entregaron a su amor y se desnudaron el amor entre besos y caricias, entre el deseo, la pasión y las ganas que tenían de sentirse la una a la otra. Su cerebro se llenó de su aroma, del calor de su piel, de la textura de sus manos, del sabor de sus besos.

Ese día estaban solas, el silencio invadió aquella habitación, no eran necesarias las palabras por que los latidos de sus corazones lo decían todo, y el brillo de sus ojos gritaban los sentimientos que no podían seguir ocultando, se acariciaron la piel con los sentimiento que emanaban de sus poros.

Cleo contemplaba el rostro de sus amada, y se decía a sí misma que eran suyos esos hermosos ojos, que ella era suya.

No necesitaban pedirle más a la vida, porque ya eran felices de tenerse, amarse y completarse, se querían, se deseaban, se necesitaban. Mucho tiempo y todas esas señales, esos besos robados fueron momentos que las hicieron llegar justo a ese momento.

Cleo la tomo en sus brazos y la acerco más a ella, son suavidad y con ternura, temiendo romper aquel bello momento. Deslizo su mano con suavidad hasta el cabello de Akira, bajo lentamente hasta su nuca y la acerco a sus labios, juntándolos, invadiendo su boca en beso apasionado, lleno de amor, de necesidad, de las ganas de desnudarla en ese momento y acaricias cada centímetro de su piel, de tocarla y poseer su cuerpo, y hacerla suya completamente.

—Mi pequeña torpe. Quiero hacerte mía. — le dijo entre besos y caricias. Akira no dijo nada, porque su cuerpo ya lo decía todo, se dejó llevar por esos labios que recorrían su piel y marcaban cada parte de ella.

La habitación estaba totalmente oscuras, iluminada por la luz de la luna que atravesaba el cristal, creando sobra de sus cuerpo juntos que se movían en una danza erótica y placer, donde los besos, las sentimientos, los susurros de amor y las caricias eran el protagonista de esa noche de luna llena.

—Akira, te amo

Akira se alejó para mirar esos hermosos ojos que se habían vuelo de un rojo intenso, como si estuvieran encendido en un fuego ardiente, sus mejillas se ruborizaron ante esa intensa mirada y sentía que el corazón quería saltar de su pecho por la felicidad de escuchar esas maravillosas y mágicas palabras.

La rodeo con sus brazos, pego la cabeza a su pecho y sintió esos latidos que lo decían todo, que como música para sus oídos. De cada latido venían un te amo, y era lo más maravilloso que ella podía escuchar. Solo soñó desde que la conoció y ahora era real. Tenía a la chica misteriosa rendida a sus pies y ella amándola más que nada.




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